sábado, 24 de febrero de 2018

Banca e independentismo: el ejemplo de Canadá



Por Andy Robinson
CTXT.es, 21/02/2018.

Una de las cosas que me llamaron la atención durante una visita a Montreal el mes pasado fue el papel de las instituciones financieras en los años de tensión ideológica y territorial. Puesto que el encargo era explicar lo ocurrido en Quebec en clave catalana, creo que el asunto tiene mucha relevancia. Y la diferencia radical entre el comportamiento de las cajas y otras instituciones de ahorro quebequenses y los bancos canadienses con sede entonces en Montreal puede demostrar hasta qué punto echaremos de menos aquellas cajas borradas de la faz de la tierra por el gobierno del PP bajo instrucciones del Banco Central Europeo durante la euro crisis

Tal y como se explica en el artículo que publicó La Vanguardia, al comprobar el ascenso meteórico del independentista Partido Quebequense en los años setenta, los bancos más emblemáticos de Canadá se esfumaron tras dar aquel primer golpe de efecto claramente politizado, el llamado “coup de Brink’s” de abril de 1970, cuando nueve furgonetas blindadas de la empresa de seguridad Brink’s, llenas de billetes de 1.000 dólares canadienses, salieron de la sede histórica del banco Royal Trust y no pararon hasta llegar a Toronto. En los siguientes diez años se destruirían 50.000 empleos en el sector bancario.

Pero no se marcharon las mutuas, entidades sin ánimo de lucro que en Estados Unidos se calificarían de credit unions y que, salvando las distancias, en España se llamarían cajas. La red de cajas de ahorros quebequenses, Desjardins, por ejemplo –una sociedad mutua que no responde únicamente a criterios de mercado- desempeñó un papel crítico para la creación de un nuevo tejido empresarial local y francófono, una nueva clase de emprendedores francoparlantes que creó empresas como Cirque du Soleil o la empresa de juegos Ubisoft, inventora del juego Assassin’s creed. Una buena imagen del cambio es el coworking Crew en la vieja sede del Royal Bank of Canada, un edificio imperial de estilo deco en el Viejo Montreal, donde cientos de jóvenes emprendedores diseñan sus starts up en el espacio del viejo banco que abandonó Montreal.

Quebec logró implementar una política industrial que protegía a su economía del peligro de la deslocalización empresarial  y bancaria –bien sea por motivos políticos bien por razones de beneficios empresariales– y esas instituciones financieras semi públicas fueron imprescindibles. El más importante era el gigantesco fondo de pensiones semipúblico Caisse de Depots et Placement que gestiona activos por más de 230.000 millones de euros. “La Caisse sirve para proteger a nuestras empresas medianas de adquisiciones hostiles”, me explicó Alain Gagnon, catedrático de ciencias políticas en la Universidad de Quebec. El fondo ha invertido en empresas quebequenses como la cadena de supermercados Provigo y la papelera Domtar, lo cual ha prevenido cualquier deslocalización provocada por factores económicos o políticos.

Asimismo, la red de cajas de ahorros, Desjardins, apoya a empresas locales. “Es inimaginable que las cajas Desjardins hubiesen salido y montado sus sedes fuera como ocurrió en Catalunya”, dijo Gangon. Uno de los motivos por los que think tanksultraconservadores como el Fraser Institute en Vancouver –citado por ideólogos del PP para defender sus posiciones de negación del derecho a decidir en Catalunya– han arremetido con tanta dureza contra las políticas quebequenses, es el éxito de estos programas de política industrial dirigida por los bancos semipúblicos y la Caisse de Dépôt. Han resultado muy eficaces para permitir una espectacular reconversión de la economía quebequense tras la salida de los grandes bancos y otras gigantes de la economía “anglo”. Y eso preocupa a los neoliberales “anglo” en Canadá, que prefieren el modelo del salvaje oeste de Alberta, con su mercado libre, la financiación especulativa mediante la Bolsa de Toronto y las grandes minas de arenas bituminosas que destruyen el medioambiente.

Dado todo esto, quizás conviene hacer un un ejercicio intelectual, de los que escasean en el demagógico debate sobre la crisis de régimen española. Pongamos que, en vez de en octubre de 2017, hubiese ocurrido hace dos décadas el enfrentamiento entre Madrid y Catalunya por el derecho a celebrar un referéndum sobre la soberanía catalana. (En Canadá se celebraron dos referendos sobre la soberanía de Quebec y, en caso de que los quebequenses quisieran, podrían celebrarse cien más). Pongamos que la gran crisis hubiese ocurrido en 1987 o 1997 o incluso en 2007. Entonces, la Caixa de Catalunya, con su logotipo tan nacionalista y mironiano, aún era una institución que no respondía únicamente a criterios de mercado en sus decisiones de invertir y prestar dinero.

La Caixa, cuando yo llegué a Catalunya en los años ochenta, se parecía más a un hibrido entre la Caisse de Dépôt et Placement y la caja Desjardins. Contaba con una enorme cartera de inversiones y la capacidad para frenar OPAs hostiles en empresas consideradas importantes para el proyecto de crear una economía ajustada a las necesidades del desarrollo local (nacional si se quiere), y también de una red de pequeñas oficinas cuyo objetivo era proporcionar créditos a las pymes catalanas.

Pongamos, pues, que se hubiese celebrado en aquellos años el referéndum extra-constitucional sobre la independencia, y que se hubiese producido la extraordinaria actuación de la Policía en Catalunya que, como me comentó Mario Polese, un economista del Centro de Urbanización Cultura y sociedad en Montreal, “jamás hubiera podido ocurrir en Quebec ni después del asesinato del político canadiense [a manos del Frente de Liberación quebequense]”.

Yo plantearía que, aun siendo una caja, tal vez la Caixa habría actuado como la Caisse de Dépôt et Placement y la caja Desjardins, que permanecieron en Quebec incluso en los momentos más oscuros. A fin de cuentas, como sus homólogos financieros quebequenses, existía entonces precisamente para proteger la economía local (o nacional, si se prefiere) y fomentar su desarrollo. Si este fuera el caso, conviene preguntar por qué la Caixa se convirtió en un banco convencional, regido únicamente por el ánimo de lucro, al igual que aquellos grandes bancos canadienses anglosajones que sacaron el dinero de muchos clientes quebequenses en furgonetas blindadas ante el auge del separatismo.

¿Porque La  Caixa acabó siendo Caixabank? La respuesta, claro, es la crisis del euro. Pese a que esta crisis hubiera sido provocada por los bancos de EEUU que, siguiendo las consignas de su mandato de optimizar beneficios y globalizarse como fuera, habían especulado hasta límites desconocidos en la historia  financiera, la respuesta de Europa al contagio en la zona euro no fue desmantelar los grandes bancos y hacerles actuar en nombre del bien público. No, la respuesta fue convertir las cajas en bancos anglosajones...

Cuando España miraba al abismo de la insolvencia, las recetas que llegaron desde el Banco Central Europeo en Fráncfort decían: “Las cajas son instrumentos politizados, hay que cerrarlas o convertirlas en bancos”. Por supuesto, esta estricta condicionalidad alemana aplicada al programa de rescate vino de perlas a quienes en Madrid siempre prefirieron el modelo Banco Santander al modelo Caixa.

Avanzando aún más en el experimento, quizás esa es la razón por la que los gobiernos europeos han cerrado filas en torno al gobierno en Madrid con tanto entusiasmo, una posición políticamente complicada ya que, como sabe cualquiera que lea la prensa europea, la opinión pública fuera de España está claramente contra la intransigencia de Madrid.

La defensa acérrima de los líderes europeos al Estado español en su defensa de una constitución hecha de piedra (a diferencia de la canadiense) y contra el referéndum catalán no se debe a que, como dice el genio de la evasión fiscal Jean Claude Juncker, el nacionalismo siempre acaba en guerras. No. Según el experimento intelectual hecho en Montreal quedaría claro que el miedo europeo al nacionalismo responde al hecho de que la UE ya representa un proyecto de globalización neoliberal financiarizada en el cual la protección del espacio local (nacional, si se quiere) no es permisible.

Todo local confirma lo que muchos han dicho con acierto en la izquierda catalana y española, sean partidarios de la independencia catalana o no. La banca pública ya es una reivindicación clave para defendernos contra el autoritarismo centralizador compinchado con el globalismo neoliberal. Quebec Solidaire, el partido de la izquierda independentista que empieza a quitar votos al Partido Quebequois lo sabe muy bien. “Estamos hablando mucho de la importancia  de la banca pública y de la protección de servicios públicos como la sanidad, la educación y la vivienda”, dijo Andre Frappier, cartero de correos jubilado y sindicalista que milita en Quebec Solidaire. “Y seguimos convencidos de que para lograrlo hace falta un Quebec independiente”.

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