Por Andy Robinson
CTXT.es, 21/02/2018.
Una de las cosas que me llamaron la atención durante una
visita a Montreal el mes pasado fue el papel de las instituciones financieras
en los años de tensión ideológica y territorial. Puesto que el encargo era
explicar lo ocurrido en Quebec en clave catalana, creo que el asunto tiene
mucha relevancia. Y la diferencia radical entre el comportamiento de las cajas
y otras instituciones de ahorro quebequenses y los bancos canadienses con sede
entonces en Montreal puede demostrar hasta qué punto echaremos de menos
aquellas cajas borradas de la faz de la tierra por el gobierno del PP bajo
instrucciones del Banco Central Europeo durante la euro crisis
Tal y como se explica en el artículo que publicó La
Vanguardia, al comprobar el ascenso meteórico del independentista Partido
Quebequense en los años setenta, los bancos más emblemáticos de Canadá se
esfumaron tras dar aquel primer golpe de efecto claramente politizado, el
llamado “coup de Brink’s” de abril de 1970, cuando nueve furgonetas blindadas
de la empresa de seguridad Brink’s, llenas de billetes de 1.000 dólares
canadienses, salieron de la sede histórica del banco Royal Trust y no pararon
hasta llegar a Toronto. En los siguientes diez años se destruirían 50.000
empleos en el sector bancario.
Pero no se marcharon las mutuas, entidades sin ánimo de
lucro que en Estados Unidos se calificarían de credit unions y que, salvando
las distancias, en España se llamarían cajas. La red de cajas de ahorros
quebequenses, Desjardins, por ejemplo –una sociedad mutua que no responde
únicamente a criterios de mercado- desempeñó un papel crítico para la creación
de un nuevo tejido empresarial local y francófono, una nueva clase de
emprendedores francoparlantes que creó empresas como Cirque du Soleil o la
empresa de juegos Ubisoft, inventora del juego Assassin’s creed. Una buena
imagen del cambio es el coworking Crew en la vieja sede del Royal Bank of
Canada, un edificio imperial de estilo deco en el Viejo Montreal, donde cientos
de jóvenes emprendedores diseñan sus starts up en el espacio del viejo banco
que abandonó Montreal.
Quebec logró implementar una política industrial que
protegía a su economía del peligro de la deslocalización empresarial y bancaria –bien sea por motivos políticos
bien por razones de beneficios empresariales– y esas instituciones financieras
semi públicas fueron imprescindibles. El más importante era el gigantesco fondo
de pensiones semipúblico Caisse de Depots et Placement que gestiona activos por
más de 230.000 millones de euros. “La Caisse sirve para proteger a nuestras
empresas medianas de adquisiciones hostiles”, me explicó Alain Gagnon, catedrático
de ciencias políticas en la Universidad de Quebec. El fondo ha invertido en
empresas quebequenses como la cadena de supermercados Provigo y la papelera
Domtar, lo cual ha prevenido cualquier deslocalización provocada por factores
económicos o políticos.
Asimismo, la red de cajas de ahorros, Desjardins, apoya a
empresas locales. “Es inimaginable que las cajas Desjardins hubiesen salido y
montado sus sedes fuera como ocurrió en Catalunya”, dijo Gangon. Uno de los
motivos por los que think tanksultraconservadores como el Fraser Institute en
Vancouver –citado por ideólogos del PP para defender sus posiciones de negación
del derecho a decidir en Catalunya– han arremetido con tanta dureza contra las
políticas quebequenses, es el éxito de estos programas de política industrial
dirigida por los bancos semipúblicos y la Caisse de Dépôt. Han resultado muy
eficaces para permitir una espectacular reconversión de la economía quebequense
tras la salida de los grandes bancos y otras gigantes de la economía “anglo”. Y
eso preocupa a los neoliberales “anglo” en Canadá, que prefieren el modelo del
salvaje oeste de Alberta, con su mercado libre, la financiación especulativa
mediante la Bolsa de Toronto y las grandes minas de arenas bituminosas que
destruyen el medioambiente.
Dado todo esto, quizás conviene hacer un un ejercicio
intelectual, de los que escasean en el demagógico debate sobre la crisis de
régimen española. Pongamos que, en vez de en octubre de 2017, hubiese ocurrido
hace dos décadas el enfrentamiento entre Madrid y Catalunya por el derecho a
celebrar un referéndum sobre la soberanía catalana. (En Canadá se celebraron
dos referendos sobre la soberanía de Quebec y, en caso de que los quebequenses
quisieran, podrían celebrarse cien más). Pongamos que la gran crisis hubiese
ocurrido en 1987 o 1997 o incluso en 2007. Entonces, la Caixa de Catalunya, con
su logotipo tan nacionalista y mironiano, aún era una institución que no
respondía únicamente a criterios de mercado en sus decisiones de invertir y
prestar dinero.
La Caixa, cuando yo llegué a Catalunya en los años ochenta,
se parecía más a un hibrido entre la Caisse de Dépôt et Placement y la caja
Desjardins. Contaba con una enorme cartera de inversiones y la capacidad para
frenar OPAs hostiles en empresas consideradas importantes para el proyecto de
crear una economía ajustada a las necesidades del desarrollo local (nacional si
se quiere), y también de una red de pequeñas oficinas cuyo objetivo era
proporcionar créditos a las pymes catalanas.
Pongamos, pues, que se hubiese celebrado en aquellos años el
referéndum extra-constitucional sobre la independencia, y que se hubiese
producido la extraordinaria actuación de la Policía en Catalunya que, como me
comentó Mario Polese, un economista del Centro de Urbanización Cultura y
sociedad en Montreal, “jamás hubiera podido ocurrir en Quebec ni después del
asesinato del político canadiense [a manos del Frente de Liberación
quebequense]”.
Yo plantearía que, aun siendo una caja, tal vez la Caixa
habría actuado como la Caisse de Dépôt et Placement y la caja Desjardins, que
permanecieron en Quebec incluso en los momentos más oscuros. A fin de cuentas,
como sus homólogos financieros quebequenses, existía entonces precisamente para
proteger la economía local (o nacional, si se prefiere) y fomentar su
desarrollo. Si este fuera el caso, conviene preguntar por qué la Caixa se
convirtió en un banco convencional, regido únicamente por el ánimo de lucro, al
igual que aquellos grandes bancos canadienses anglosajones que sacaron el dinero
de muchos clientes quebequenses en furgonetas blindadas ante el auge del
separatismo.
¿Porque La Caixa
acabó siendo Caixabank? La respuesta, claro, es la crisis del euro. Pese a que
esta crisis hubiera sido provocada por los bancos de EEUU que, siguiendo las
consignas de su mandato de optimizar beneficios y globalizarse como fuera,
habían especulado hasta límites desconocidos en la historia financiera, la respuesta de Europa al
contagio en la zona euro no fue desmantelar los grandes bancos y hacerles actuar
en nombre del bien público. No, la respuesta fue convertir las cajas en bancos
anglosajones...
Cuando España miraba al abismo de la insolvencia, las
recetas que llegaron desde el Banco Central Europeo en Fráncfort decían: “Las
cajas son instrumentos politizados, hay que cerrarlas o convertirlas en
bancos”. Por supuesto, esta estricta condicionalidad alemana aplicada al
programa de rescate vino de perlas a quienes en Madrid siempre prefirieron el
modelo Banco Santander al modelo Caixa.
Avanzando aún más en el experimento, quizás esa es la razón
por la que los gobiernos europeos han cerrado filas en torno al gobierno en
Madrid con tanto entusiasmo, una posición políticamente complicada ya que, como
sabe cualquiera que lea la prensa europea, la opinión pública fuera de España
está claramente contra la intransigencia de Madrid.
La defensa acérrima de los líderes europeos al Estado
español en su defensa de una constitución hecha de piedra (a diferencia de la
canadiense) y contra el referéndum catalán no se debe a que, como dice el genio
de la evasión fiscal Jean Claude Juncker, el nacionalismo siempre acaba en
guerras. No. Según el experimento intelectual hecho en Montreal quedaría claro
que el miedo europeo al nacionalismo responde al hecho de que la UE ya
representa un proyecto de globalización neoliberal financiarizada en el cual la
protección del espacio local (nacional, si se quiere) no es permisible.
Todo local confirma lo que muchos han dicho con acierto en
la izquierda catalana y española, sean partidarios de la independencia catalana
o no. La banca pública ya es una reivindicación clave para defendernos contra
el autoritarismo centralizador compinchado con el globalismo neoliberal. Quebec
Solidaire, el partido de la izquierda independentista que empieza a quitar
votos al Partido Quebequois lo sabe muy bien. “Estamos hablando mucho de la
importancia de la banca pública y de la
protección de servicios públicos como la sanidad, la educación y la vivienda”,
dijo Andre Frappier, cartero de correos jubilado y sindicalista que milita en
Quebec Solidaire. “Y seguimos convencidos de que para lograrlo hace falta un
Quebec independiente”.
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