Por Luis Angel Hierro
Infolibre,
18/05/2017.
Toda crisis económica tiene un origen. Dicho origen puede
tener razones políticas, económicas o de política económica. Por ejemplo, la
crisis económica de los 70 del siglo pasado tuvo origen político y fue debida a
las subidas del precio del petróleo asociadas al embargo por la guerra
árabe-israelí de 1973. Dichas subidas de precio alteraron drásticamente las
estructuras de costes empresariales y produjeron una pérdida de renta que fue a
manos de los países productores. El resultado fue un aumento del desempleo, una
espiral de precios y salarios y una lucha encarnizada entre trabajo y capital
para dirimir quién debía asumir la pérdida de renta que se transfería a los
países productores de petróleo.
Las crisis económicas también pueden tener origen económico,
valga la redundancia. En dichas crisis es el funcionamiento de la propia
economía el que las produce y son propias del capitalismo, hoy conocido por el
eufemismo de “neoliberalismo”. Dichas crisis son reiterativas y producen ciclos
económicos y en algunos casos producen devastaciones económicas sin
comparación. En el último siglo las dos mayores crisis mundiales, la Gran
Depresión de los años 30 del siglo pasado y la Gran Recesión que aún da sus
coletazos, tienen su origen en el propio funcionamiento del capitalismo. La
liberalización financiera (bancaria, de movilidad de capitales, de tipos de
cambio, …) y la creación masiva de dinero y de endeudamiento privado que la
misma conlleva produce burbujas especulativas, que cuando afectan a las
entidades financieras de las principales economías del mundo y estallan
provocan recesiones de nivel mundial, deflación y desempleo masivo.
Finalmente están las crisis económicas creadas por los
propios gestores de la política económica. Un claro ejemplo de este tipo de
crisis es la crisis económica de 2012 y 2013 en la Unión Europea, conocida como
el “austericidio” o, en términos ortodoxos, “crisis de deuda soberana”. La
misma se produjo como consecuencia de la aplicación de las políticas económicas
previstas en los artículos 123, 124 y 126 del Tratado de Funcionamiento de la
Unión Europea. Por los dos primeros se impide cualquier préstamo directo o
indirecto del Banco Central Europeo a los Estados, lo que hizo vulnerables a
los Estados más afectados por las crisis bancarias a los ataques especulativos
de los grandes fondos de inversión internacional que pretendieron romper el
euro. Por el tercero, el que pretende evitar los déficits excesivos, los
Estados europeos se vieron obligados a aplicar políticas fiscales contractivas
en plena recesión económica, lo que prolongó la deflación y elevó las tasas de
paro a niveles insostenibles en algunos países.
Son precisamente estos dos últimos tipos de crisis los que
hacen indispensable el renacimiento de la socialdemocracia económica y de las
políticas económicas keynesianas y las que imponen la necesidad de que los
partidos socialistas europeos converjan en una reforma drástica del Tratado de
la Unión que salve a Europa de sí misma.
En efecto, la realidad ha puesto de manifiesto que la
liberalización de los mercados internacionales y la eliminación del corsé
keynesiano han liberado un leviathan, un monstruo obcecado por maximizar el
beneficio a corto plazo al precio que sea. Los tipos de cambio flexibles, la
libertad de movimientos de capitales, la financiación de los mercados de
materias primas, la eliminación de todo tipo de arancel, la desfiscalización
del capital y de las transacciones financieras, el fin de la separación entre
banca de depósitos y banca de inversión, la despolitización de la política
monetaria, la proliferación de reguladores independientes, las privatizaciones
masivas, los controles constitucionales del gasto público... es el arsenal
utilizado por el neoliberalismo y consentido e incluso promovido por el
social-liberalismo (Blair, Schroeder, González... Clinton, si se le puede
considerar tal) para desmontar el corsé keynesiano del mercado financiero mundial.
Dicho corsé estuvo vigente durante los 30 años de mayor estabilidad económica y
financiera mundial (40,50 y 60 del siglo pasado), y con su eliminación se
reinstauró un capitalismo similar al de los años 20 del siglo pasado, que en
apenas una década de nuevo culminó con un crack financiero y una recesión
mundial. Este proceso ha tenido aún mayor incidencia en Europa, ya que con
motivo de los acuerdos de Maastricht y sus posteriores, y utilizando como
excusa la introducción del euro, se aprobó un articulado constitucional que
impide la reinstauración del corsé keynesiano y la aplicación de políticas
expansivas de demanda anti-deflación y generadoras de empleo. El resultado ha
sido que Europa y España han sufrido dos crisis en lugar de una.
Pues bien, en la base de las primarias del PSOE existe una
lucha ideológica acerca de la política económica, que los partidarios de Susana
Díaz quieren soslayar porque les resta apoyos y que se dirime entre el
social-liberalismo que apoya a Díaz y que a comienzos de los 90 del siglo
pasado se hizo con el control absoluto del partido en materia económica
(González, Almunia, Rubalcaba, Solana, Solchaga... más Zapatero) y los
defensores del keynesianismo y el intervencionismo socialdemócrata que
promovemos una activa política de rentas en defensa de los trabajadores y la
vuelta al control del mercado y que apoyamos a Sánchez.
La Unión Europea se está desarticulando al ritmo que lo
hacen los partidos que la definieron en su actual forma. En especial los
partidos socialdemócratas que, aquejados del mal de la sobreexposición al neoliberalismo, se han alejado tanto del
electorado en sus políticas económicas que se han hecho irreconocibles
ideológicamente. Para recuperar la mayoría del voto perdido, el PSOE necesita
definir un proyecto económico netamente socialdemócrata para Europa y España,
un programa económico de corte keynesiano que reinstaure el control del
capitalismo financiero y que cree empleo con políticas fiscales de demanda. Un
programa intervencionista tanto en términos redistributivos para reducir la
desigualdad, vía política fiscal, laboral y de rentas, como en términos
ambientales, para definir un modelo energético sostenible. Solo de esa forma
podrá presentarse ante su electorado perdido como la izquierda transformadora y
de cambio que durante más de un siglo ha defendido a los trabajadores y el
progreso de las sociedades.
Hoy por hoy esa alternativa no está recogida en la ponencia
marco de la Gestora socialista, a la que hasta ahora parecía apuntarse Susana
Díaz, sino el documento Por una nueva socialdemocracia que promueve Pedro
Sánchez.
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