Por Javier Santacruz
Cano
Contexto.es, 24/07/2017.
En pleno proceso de absorción del Banco Popular, el Banco
Santander ha sorprendido al mercado con el lanzamiento de los denominados
“bonos de fidelización” con los que pretende (así lo ha expresado la entidad)
compensar las pérdidas derivadas de la intervención del Popular sufridas por
sus accionistas minoristas, sean estos personas físicas o jurídicas. Por un
importe aproximado de 980 millones de euros, Santander emitiría deuda perpetua
con una rentabilidad explícita para su tenedor del 1% anual hasta que, pasados
siete años, la entidad decidiese recomprarlos y devolver entre el 50% y el 100%
de la inversión en función de las cantidades invertidas.
Aparentemente, se trata de una acción comercial que tiene
sentido para mejorar la imagen y reputación de Banco Santander, especialmente
de cara a los accionistas pequeños de Popular que en un gran porcentaje además
son empleados del propio banco. Sin embargo, como suele ocurrir con la política
de creación de productos de Santander, esta estrategia lleva aparejados
numerosos riesgos que o bien están ocultos al cliente final o bien son
ignorados en los correspondientes contratos.
En primer lugar, Santander “regala” a los antiguos
accionistas de Popular un producto de naturaleza enredosa que no pasa ni una
sola de las condiciones del test MiFID de conveniencia e idoneidad para un
cliente minorista. Mientras que las acciones eran productos no complejos, este
“bono de fidelización” tal como está planteado es un producto complejo que,
aunque se negociará en un mercado secundario organizado como es el AIAF, tendrá
un importante riesgo de contrapartida (¿quién va a dar precio y liquidez diaria
a este tipo de producto?) y cuyo riesgo de quebranto para el tenedor es alto.
Esta acción de “regalar” un producto financiero por parte de
Santander se hace bajo el pretexto de que, como se le ha regalado, no puede
perder nada de su inversión inicial porque es nula. Sin embargo, se olvida un
hecho clave: la responsabilidad legal y financiera que deriva la tenencia de
este título y, sobre todo, que en el momento de tomar el “regalo”, el inversor
ya tiene un activo cuyo valor incorpora a su patrimonio. Con lo cual, si sufre
un deterioro de esta inversión, el cliente estará perdiendo dinero por mucho
que no haya invertido nada en el principio.
En segundo lugar, el producto en sí está generando
importantes dudas en el mercado acerca de su calidad crediticia. En principio,
es un bono híbrido y, por tanto, convertible en capital en circunstancias
excepcionales de crisis de solvencia de la entidad. Dicho de otra forma:
alguien que posea estos títulos en un momento de crisis financiera tiene un
enorme riesgo de perder toda su inversión (incluso aunque el coste inicial haya
sido nulo porque le han “regalado” los títulos).
En tercer y último lugar, los 980 millones de emisión, lejos
de ser una carga para Santander, forman parte de una operación a gran escala
para emitir instrumentos híbridos (que ni son deuda ni son capital) por un importe
de 57.000 millones de euros antes de 2019 que se conoce como “colchón
anticrisis”. En este momento, los grandes bancos internacionales están sacando
toneladas de papel de este tipo --el nombre técnico es “bonos senior
non-preferred”-- al mercado para captar dinero. Con estos, los inversores, a
cambio de una rentabilidad relativamente alta si la comparamos con cómo están
los tipos de interés, asumen el riesgo de que en un futuro, ante problemas
graves de solvencia de la entidad, su inversión se reduzca a 0.
En este sentido, Santander “mata dos pájaros de un tiro”
colocando este tipo de deuda entre antiguos accionistas de Popular a un coste
más bajo que el resto de los bonos anticrisis que está vendiendo en el mercado
(1% frente a cupones del 2,5-3%), asegura su colocación entre los minoristas de
Popular saltándose los más elementales estándares de conveniencia e idoneidad
que dicta la MiFID y además con una negociación cuya liquidez no está clara.
En resumidas cuentas: bajo la apariencia de un “regalo” y
una muestra de buena fe de Santander, lo que se esconde es un producto con
peores condiciones que si lo tuviese que emitir en el mercado buscando demanda,
con más riesgos tanto a corto como a largo plazo y para unos clientes cuyos
conocimientos financieros son limitados. Veremos hasta qué punto los clientes
minoristas de Popular confían en Santander sus ahorros o por el contrario
siguen la estela de los más de 700.000 depositantes que han abandonado el banco
cántabro en el último año.
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