Por Carlos Javier Bugallo
Salomón
Ante el desconocimiento popular
existente sobre este tipo de activos financieros, hemos creído conveniente
escribir estas líneas, que a buen seguro agradecerán aquellos que, bien por
curiosidad o bien por haberse visto afectados por la estafa bancaria perpetrada
con los mismos, necesitan de información precisa, sencilla y veraz.
Empecemos por hablar del ahorro.
¿Qué hace una persona cuando ahorra una cantidad de dinero? Puede guardar este
dinero en casa, reservándolo para cuando lo necesite en un futuro. O bien puede
invertirlo, es decir utilizarlo para comprar un bien económico que genere un
dinero extra o rendimiento. A estos bienes económicos se les llama activos.
Existen dos clases de activos.
Por un lado, tenemos los activos reales o tangibles, como por ejemplo las
máquinas, la tierra agrícola y los edificios, todos ellos capaces de generar un
rendimiento periódico: beneficio industrial, renta agraria o renta de
arrendamiento. Por otro lado, tenemos los activos financieros, que son un
título o simplemente una anotación contable, por el que el inversor adquiere el
derecho a recibir un ingreso futuro de parte del vendedor. Por ejemplo, cuando
ingresamos una cantidad en un banco a plazo fijo, el banco anota a nuestro
favor un pasivo en su balance, que generará un rendimiento futuro (interés)
previamente acordado con el cliente; una vez termine el plazo por el que el
cliente se comprometió a mantener el depósito (vencimiento), este podrá retirar
si lo desea la cantidad depositada. Mientras tanto, el banco utilizará este
dinero para realizar préstamos a un interés superior al que él remunera nuestra cuenta a plazo fijo, y de ahí procede
el beneficio bancario.
Pero existen otros activos
financieros también en circulación, a los que se les denomina títulos o
valores. Básicamente, se pueden reducir a tres tipos: capital, deuda y
derivados. Los derivados son unos valores muy sofisticados y que nada tienen
que ver con las participaciones preferentes, pero los otros dos sí, por lo que
vamos a explicarlos en seguida.
Los instrumentos de deuda (bonos)
los emite cualquiera que pide prestado: empresas, gobiernos e individuos. Por
tanto, entre estos activos se encuentran bonos corporativos y del Estado, así
como pagarés o letras de cambio. Los instrumentos de deuda también se conocen
como instrumentos de renta fija, porque prometen pagar sumas fijas (intereses)
de efectivo en el futuro. Por otro lado, el vencimiento de un instrumento de
renta fija es el periodo que transcurre hasta que se devuelve la cantidad
prestada. Así, un bono de 1000 euros con vencimiento anual, al 5% de interés,
promete pagar a su comprador 1000 euros al cabo de un año, más 50 euros de
intereses (5% de 1000).
El capital es el derecho de los
propietarios de una empresa. Los valores de capital emitidos por compañías se
llaman acciones ordinarias. Se compran y se venden en el mercado de valores
(Bolsa). Cada acción ordinaria da derecho a su tenedor a una participación
igual en la propiedad de la empresa. En casos típicos, cada acción da derecho
al mismo monto de rendimientos y a un voto en asuntos de control de la
compañía.
Las acciones ordinarias
representan un derecho residual sobre los activos de la compañía. Los
propietarios de estas acciones tienen derecho a cualquier activo de la compañía
que sobre después de hacer frente a todas las obligaciones financieras de la
empresa. Al rendimiento ofrecido por las acciones se le denomina dividendo.
Estos pagos de dividendos no son obligatorios por contrato y, por tanto, no se
llaman pagos de intereses. La junta directiva de la empresa determina a su
criterio el pago de estos dividendos, en función del comportamiento económico
de la empresa: pueden ser altos, bajos o nulos. Por ello las acciones se
conocen también como renta variable.
Estos instrumentos financieros
(deuda y capital) fueron una invención de las empresas y de los Estados para
acceder directamente al ahorro de los particulares sin necesidad de pedírselo a
los bancos, los cuales por el hecho de intermediar entre ahorradores e
inversores cobran su comisión; y esto se traduce, por tanto, en mayores tipos
de interés a pagar por estos inversores. Por ello, se denomina a la emisión de
acciones y de bonos como una estrategia de desintermediación financiera.
Sin embargo, los bancos
terminaron por sacar partido también de la venta de estos títulos financieros,
ofreciéndoselos a sus clientes y llevándose una comisión por ello. De modo que,
al final de este proceso, los bancos vendían a los ahorradores modestos y con
poca cultura financiera cuentas a plazo fijo y bonos corporativos o estatales,
y a los grandes ahorradores, con más cultura financiera y con menos aversión al
riesgo, acciones que pagan un dividendo variable.
En este momento estamos ya en
condiciones para entender qué son las participaciones preferentes. Para ello,
consultemos la información que nos proporciona el Banco de España sobre estos
títulos financieros:
“Participaciones
preferentes: También denominadas, cuando las emite una
sociedad extranjera, acciones preferentes. Son un instrumento financiero
emitido por una sociedad que no otorga derechos políticos al inversor, ofrece
una retribución fija (condicionada a la obtención de beneficios) y cuya
duración es perpetua, aunque el emisor suele reservarse el derecho a
amortizarlas a partir de los cinco años, previa autorización del supervisor (en
el caso de las entidades de crédito, el Banco de España).
Son los
últimos inversores en cobrar en caso de quiebra de la entidad, sólo antes de
los accionistas.
En el pasado
eran emitidas por filiales instrumentales radicadas en el extranjero –fundamentalmente
centros offshore -, pero desde 2003 está regulada su emisión desde territorio
español.”[1]
Sin duda el lector habrá empezado
a ver la luz. Las participaciones preferentes son un producto financiero
híbrido: no es más que una inversión de capital (acciones) que produce unos
rendimientos fijos (al igual que los bonos). No otorga derechos políticos al
inversor, esto es no se puede participar con derecho a voto en las juntas de
accionistas. Y el pago de sus rendimientos debe hacerse antes de que la empresa
pague cualquier dividendo a los tenedores de acciones ordinarias. En este
sentido, tienen preferencia sobre estas últimas.
Es importante destacar que el
pago de los rendimientos fijos, en el caso de la participaciones preferentes,
está condicionado a la obtención de beneficios. Si fueran bonos, el acreedor
podría exigir, en caso del impago de los intereses, la liquidación y venta de
activos de la empresa que los emitió para el cobro de esos intereses.
Ahora vemos por qué los pequeños
ahorradores que invirtieron en participaciones preferentes se sienten
engañados. Al ofrecer un rendimiento fijo, lo asociaron a los productos de toda
la vida ofrecidos por los bancos: cuentas a plazo y bonos corporativos o
estatales. A esta confusión contribuyó el hecho, de que la banca española
denominase a este producto como participaciones preferentes y no acciones
preferentes, que es como se conocen en el extranjero. También sabemos que los
bancos no hicieron nada para informar adecuadamente a sus clientes a este
respecto.
Cuando estalló la crisis
financiera actual (2008), el valor de las acciones que cotizan en Bolsa empezó
a caer en picado. De modo que, si los propietarios de participaciones
preferentes querían recuperar su dinero, debían vender sus títulos a un valor
sensiblemente más bajo del que a ellos les costó adquirirlos. De ahí que
además de engañados se consideren estafados, pues se les ha causado un daño
patrimonial lesivo a sus intereses.
La estafa se descubrió cuando, debido a la crisis
económica, los ahorradores no pudieron recuperar el dinero invertido. En unos casos esto se produjo porque ante
el creciente y persistente nivel de desempleo, muchos hogares tuvieron que
liquidar (vender) sus activos financieros para disponer de liquidez para sus
gastos habituales. En otros casos, la estafa se descubrió cuando bancos y cajas
de ahorros entraron en situación de pérdidas y suspendieron el pago de los
dividendos: el cliente descubrió repentinamente que no percibía los intereses
pactados con la periodicidad habitual.
Hasta ahora hemos examinado las participaciones preferentes desde la
perspectiva del comprador, pero ¿qué ventaja suponía este tipo de activo
financiero para las entidades emisoras en comparación con otros productos? ¿Qué
les llevó a emitir y comercializar masivamente este producto entre ciudadanos
de baja o nula cultura financiera?
Hemos encontrado un buen análisis
de la cuestión en un artículo que consignamos más abajo[2]
y que pasamos a resumir. Las participaciones preferentes computan como capital
bancario, ya que se trata de dinero obtenido a perpetuidad, ventaja
de la que carecen los depósitos aplazo. Así, es una fuente de financiación
mucho más estable para una entidad financiera de lo que puedan ser los
depósitos a plazo. A efectos de cumplir con los requisitos de solvencia
establecidos en los Acuerdos de Basilea, que establecen un mínimo de ‘fondos
propios’ (el capital más reservas acumuladas y detraídas de los beneficios)
para el funcionamiento de las empresas bancarias, resulta ser un instrumento
muy atractivo para un banco o una caja de ahorros. Y especialmente para estas
últimas que, al contrario que la banca y por razones legales, no pueden emitir
otros activos estables (perpetuos) como puedan ser las acciones ordinarias.
El intenso crecimiento del
crédito durante el boom inmobiliario (1999 – 2007) dejó exhaustos los recursos
de las cajas de ahorros: necesitaban cada vez mayor financiación y además
financiación estable, con vocación de permanencia, que computase como ‘fondos
propios’ y les permitiera no sólo financiarse sino también cumplir las normas
de Basilea. Y el boom inmobiliario implicaba inversiones con plazos de
recuperación muy largos: préstamos hipotecarios a 25 o 30 años; adquisición de
terrenos para urbanizar y construir, negocio que implica también un largo
periodo de maduración, etc.
Además, los gobiernos españoles que han tenido que lidiar con la actual crisis económica, tanto el del Sr. Zapatero (PSOE, 2004–2011) como el del Sr. Rajoy (PP, 2011–), promovieron reformas financieras con la pretensión de recuperar el crédito internacional para las entidades financieras españolas. En opinión de estos gobiernos (probablemente instada por el Banco de España), una aplicación exigente de los Acuerdos de Basilea contribuiría a dotar de más solvencia y transparencia a dichas entidades. Y entre estos acuerdos, era de especial importancia el cumplimiento del ratio de ‘fondos propios’ entre el total de recursos: el llamado “core capital” (capital principal). Había que elevar el “core capital” y para ello era imprescindible aumentar la dotación de recursos propios en el pasivo de las entidades financieras.
Las entidades financieras
españolas emitieron y vendieron cerca de 30.000 millones de euros en
participaciones preferentes desde 1999. Este producto, un instrumento complejo
y de riesgo elevado para los inversores, fue ofrecido a los clientes a través
de sucursales de 52 cajas y bancos, en muchos casos hasta principios de 2011.[3]
Llegamos así al final del asunto.
Un asunto turbio que trata de codicias y engaños de banqueros sin escrúpulos,
en el que se vieron involucrados niños y discapacitados,[4]
y en el que se calcula que se han visto afectadas un millón de personas.[5]
Un asunto que trata, en fin, de un grupo de hombres que un autor tildó en el
pasado de ‘honorables bandidos’.[6]
Carlos Javier Bugallo Salomón es
Licenciado en Geografía e Historia y Diplomado en
Estudios Avanzados en Economía.
[1]
<http://www.bde.es/clientebanca/glosario/p/participaciones.htm>
[2]
J. Bellod Redondo: "Participaciones
preferentes: la nefasta experiencia española" , en Contribuciones
a la Economía, Julio 2012. Disponible en
<http://www.eumed.net/ce/2012>
[3] El País,
22 de Abril de 2012. Disponible en
<http://economia.elpais.com/economia/2012/04/20/actua
lidad/1334952591_156318.html>
[4]
El País, 30 de Junio de 2012. Disponible en
<http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/06/30 galicia/1341082
735_237147.html>
[5] El País,
5 de Julio de 2012. Disponible en
<http://economia.elpais.com/economia/2012/07/04/actuali
dad/1341424932_821068.html>
[6] Karl Marx:
El Capital, Madrid, ed. Akal, 2000, Libro III, vol. 2, p. 286.
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