Por Javier López
Astilleros
Público.es, 12/02/2019
Los lobos de Chernóbil merodean lozanos por los bosques que
embellecían la antigua central nuclear. Y son radiactivos, aunque parecen
sanos.
Es difícil entender el odio ancestral que el lobo provoca en
el hombre. Tal vez durante siglos se vio a este animal un feroz competidor.
Sin embargo cuida de la manada con una fidelidad admirable,
igual que las personas de vez en cuando hacemos con nuestros iguales. Son seres
nobles que vuelven a la zona del desastre para repoblarla, a pesar de la
devastación.
También los tomates y las lechugas de la zona crecen bien, y
son el orgullo de los lugareños. Llama la atención el intenso verde del
paisaje, y su exuberancia radiactiva.
Los liquidadores de Chernóbil hicieron un buen trabajo,
aunque se los llevó un fulminante cáncer, a consecuencia del material
radiactivo. Queda en la memoria su mirada perdida sobre el abismo de un
sarcófago humeante, y las imágenes de su gigantesca fatiga, tras palear en
tandas de un minuto los escombros negruzcos, con sus finas planchas de plomo
atadas al pecho y a los testículos, para protegerse de la radiación.
Generalmente, en cualquier zona catastrófica, se erige un
monumento, una placa conmemorativa, o el nombre de una calle. Esos espacios se
reproducen como museos e historias fabuladas para niños, y están diseñados para
retenerlas en la memoria.
La generación de los 70 y los 80 vivió un golpe concreto,
con el fin de la URSS. También un desastre abstracto letal: la tiranía del
sistema financiero, diseñada para gratificar trabajos esclavos. Son espacios
abstractos donde no se ha producido una explosión, sino un tsunami silencioso,
procedente de las cloacas del sistema.
La crisis financiera no fue una explosión brutal causada por
una guerra. Fue más letal, porque destrozó a millones de familias en todo el
mundo, y aún hoy continúa haciéndolo. Tales son las consecuencias de la
legalización de la usura más extrema, y la irresponsabilidad de estúpidos con
capacidad de decisión en puestos directivos de Bancos y Cajas.
Al contrario de lo sucedido en la antigua URSS, donde un
inmenso mundo concreto quedó devastado, las sociedades contemporáneas sufren a
cámara lenta una forma de explosión de la ética más elemental, después de la
corrupción del sistema financiero, y sus efectos víricos. Es una debacle ética
en la que gana la Banca, y esta situación se sigue prolongando hasta hoy día.
Decían que las reformas llegarían, y que aprenderíamos de
ello. Sin embargo, en nuestro país, el 10% de los más ricos concentran más de
la mitad de la riqueza (54%).
El año pasado, el 1% más acaparó el 50% de la riqueza
creada. En consecuencia, el abuso y la rapiña aumentan tanto como la
arrogancia.
En los colegios se debería enseñar a los niños el origen de
esta crisis moral o ética, pero no hay ni rastro en los programas educativos
del ministerio. Tal vez no sea tiempo para héroes, y sí para primar la
competitividad y el deseo de consumir riqueza.
Pero la naturaleza siempre recompone el paisaje con
insultante indiferencia, incluso tras una catástrofe nuclear. Deseamos una
sincronía de los fenómenos naturales con nuestros sentimientos, pero están
disociados.
Lo que es difícil es reconstruir un paisaje abstracto,
porque no es un lugar físico y
concreto, sino llenos de algoritmos. Y
se considera que esos lugares comunes ya han sido colonizados por todo tipo de
prevenciones, cuando en absoluto es así.
Si los lobos vuelven con libertad a un bosque canceroso, lo
hacen por una especie de mandato natural, mientras que si las personas a veces
cometemos los mismos errores, es porque estamos hechos de olvido. Nuestro
hábitat individual y natural es volver al lugar de nuestros sueños y
pesadillas. Eso si el poder político de los Estados no lo remedia.
Mientras que la naturaleza reconstruye la materialidad y la
esencia del lugar, a las personas nos cuesta reparar los desastres causados por
lo que se conoce como “el mercado”, porque es un dios al que hay que dejar
actuar con libertad, como si la propia dinámica económica fuera tan prodigiosa
como la acción de la naturaleza. Pero en absoluto es así.
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