Por Roberto Velasco
Diario El
País, 4/6/2013.
Existe un estilo anglosajón de
hacer negocios en el mundo financiero que es frecuentemente enaltecido por Financial
Times, The Economist y The Wall Street Journal,
principales “biblias” del capitalismo. Un repaso de lo ocurrido en lo que va de
siglo puede dar una idea de su contenido.
Empecemos por la banca. El 28 de
abril de 2002, el regulador del mercado bursátil estadounidense (SEC) y el
fiscal Eliot Spitzer obligaron a 10 bancos de inversión de ese país, desde
entonces conocidos como “la banda de los 10”, a pagar casi 1.400 millones de
dólares (de ellos, 400 por Citigroup) para lavar su pésima conducta: análisis
tergiversados del valor real de empresas cotizadas, percepción de comisiones
bajo cuerda y realización deliberada de recomendaciones fraudulentas. Un año
después, la SEC encontró pruebas de que 13 firmas de intermediarios bursátiles
de las 15 investigadas habían cometido estafas en Wall Street al recibir
comisiones de varios fondos de inversión a cambio de incitar a la compra de los
valores que interesaban a sus gestores. En 2010, la SEC pactó con Goldman Sachs
una multa de 550 millones de dólares “por los errores cometidos” en la
estructuración del fondo de titulización Abacus y, meses después, el fiscal
Eric Schneiderman investigaba si Goldman Sachs, Bank of America y Morgan
Stanley engañaron a sus clientes con productos derivados.
Más recientemente, en julio del
año pasado, el Senado de Estados Unidos presentó un informe oficial de 335
páginas en el que demostraba que el banco británico HSBC, el mayor de Europa,
había permitido durante años que criminales de todo el mundo emplearan sus
servicios para blanquear dinero del narcotráfico, a veces para financiar el
terrorismo. Según dicho informe, este banco envió 60.000 millones de dólares en
metálico, en sacos, por carretera o avión, de cuentas de narcotraficantes
mexicanos a su filial estadounidense. Pues bien, la respuesta del HSBC
consistió en pedir disculpas, en un alarde de estilo propio de la mejor flema
británica. La multa ascendió a 1.900 millones de dólares. Pocos meses después,
en noviembre de 2012, la SEC multó con 600 millones de dólares al Fondo de
Inversión CR Intrinsic, propiedad de SAC Capital (y con otros 14 millones a
Sigma Capital), por “beneficiarse ilícitamente de datos confidenciales sobre
pruebas clínicas de un potencial tratamiento del alzhéimer”.
Ese mismo mes, el Standard
Chartered, segundo banco británico por valor de mercado, fue multado en Estados
Unidos con 667 millones de dólares por blanqueo de capitales; y en febrero de
2013, Barclays Bank anunció una provisión de 1.165 millones de euros adicional
“por la comercialización inapropiada de productos financieros”, mientras seguía
investigado por una sospechosa ampliación de capital de 8.400 millones realizada
en 2008. Y no habían transcurrido tres semanas cuando el Citigroup accedió a
pagar otros 730 millones de dólares “por haber engañado a inversores con
hipotecas basura entre 2006 y 2008”.
Como puede apreciarse, las
trayectorias de Wall Street y de la City londinense, esta última considerada
como el mayor lavadero de dinero sucio del mundo, están salpicadas de
escándalos. El último de ellos, a punto de acabar con la economía mundial,
pasará a la historia como la burbuja de las titulizaciones, construida por
destacados miembros de la citada “banda de los 10” al convertir millones de
hipotecas basura en armas financieras de destrucción masiva: bonos tóxicos que
fueron colocados en todo el mundo con el marchamo de activos de altísima
calidad, otorgado por las agencias de calificación norteamericanas Standard
& Poor’s y Moody’s, en muchos casos con la colaboración necesaria de AIG,
la primera aseguradora del planeta. Al final, la mayor parte de los bancos
anglosajones fueron rescatados con dinero de los contribuyentes: en Estados
Unidos, 750.000 millones de dólares sirvieron para sacar del pozo séptico,
entre otros, a Merrill Lynch, Bearn Sterns, Wachovia y Citibank, mientras que
en Reino Unido el equipo de salvamento y socorrismo de su majestad rescató a Northern
Rock, HSBC, Royal Bank of Scotland y Barclays Bank. Solo se dejó caer a Lehman
Brothers, que dejó un pequeño agujero de 613.000 millones de dólares.
Este cúmulo de horrores no
impidió la percepción, por parte de renegados de la ética luterana, de bonus
multimillonarios. Los considerados cinco grandes de Wall Street (Goldman Sachs,
Merrill Lynch, Morgan Stanley, Lehman Brothers y Bearn Sterns) pagaron 3.000
millones de dólares a sus máximos ejecutivos en el quinquenio 2003-2007 y solo
en 2008 los banqueros de Wall Street se dieron a sí mismos 20.000 millones de
dólares en bonus, mientras sus empresas perdían 42.000 millones.
Algunos de estos bancos, como
Citigroup, Royal Bank of Canada o J.P. Morgan, participaron también en la
falsificación del Libor durante al menos cinco años, uno de los mayores
escándalos de la historia descubierto en 2012. La lista de multas por dicho
motivo se inició con las impuestas al Barclays Bank (363 millones de libras),
UBS (1.250 millones de euros), Royal Bank of Scotland (575 millones de euros) y
HSBC (1.500 millones de euros). Se esperan otras.
En el ámbito específico de las
empresas, la primera década de este siglo ha sido también una época de gran
concentración de escándalos: Tyco International, Health-South, Global Crossing,
Adelphia Communications, etcétera. Pero ningunos de ellos tuvo la trascendencia
internacional de los casos Enron (2001) y WorldCom (2002). El objetivo de todos
estos fraudes contables era el mismo: ocultar la realidad de unos beneficios
empresariales cada vez más desesperadamente mediocres. Unas prácticas que, de
paso, pusieron bajo sospecha a grandes firmas auditoras de cuentas y a las
agencias de rating.
De estas últimas, Standard &
Poor’s y Moody’s actúan impunemente en claro duopolio (entre ambas absorben el
75% del mercado mundial) y pese a que sus calificaciones tienen una
trascendencia enorme, pudiendo tanto favorecer como hundir a empresas y
naciones, actúan con una frivolidad exasperante; y también fabricando mentiras,
como las máximas calificaciones otorgadas a Enron, AIG o Lehman Brothers hasta
horas antes de su bancarrota. Al final, la Administración de Obama ha acusado a
Standard & Poor’s, exigiéndole 5.000 millones de dólares por decirle al
mundo que activos que sabían de plomo eran, en realidad, oro. Justo lo que
pretendían los alquimistas medievales, convertir el plomo en oro.
Finalmente, forma también parte
indisoluble del estilo financiero anglosajón crear y sostener paraísos fiscales
y centros offshore, donde hay remansados entre 20 y 30 billones de
dólares ocultos en más de dos millones de cuentas y sociedades secretas. Reino
Unido es, también aquí, el principal amparo político y jurídico de estos nidos
de corrupción y fraude fiscal: las Caimán (30.000 habitantes y quinto centro
financiero mundial), las Vírgenes, las islas del Canal (Man, Cook, Jersey,
Guernesey) y Gibraltar, así como el banco HSBC, que es “un paraíso fiscal en sí
mismo” y ha sido también multado por el Tribunal Supremo español con 2,5
millones de euros por blanqueo de capitales. Esta de los paraísos fiscales en
las “islas del tesoro” es, probablemente, la principal aportación británica a
la UE.
A la vista de todo lo anterior,
es normal que Wall Street y la City se conviertan periódicamente en gigantescos
vertederos a los que los servicios de limpieza suelen llegar siempre tarde para
restablecer la higiene social. Pero si no estamos seguros de que los mercados
no son un refugio de bandoleros, ni de que los Estados defienden el
cumplimiento de las leyes, pues estamos poniendo las bases destructoras del
capitalismo y, lo que es mucho peor, de la democracia. Un asunto extremadamente
grave porque la confianza es una condición esencial para que las instituciones,
que según John Elster son “el cemento de la sociedad”, funcionen adecuadamente.
Ellas son la única garantía que tenemos los ciudadanos para que nuestro modo de
vida no se escurra por las cloacas de la economía.
Roberto Velasco
es catedrático de Economía Aplicada (UPV/EHU) y autor del libro Las cloacas
de la economía.
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