Una idea seminal y muy comúnmente
presente entre los escritores socialistas es la necesidad de neutralizar la
injusticia que surge de las desigualdades en la distribución del poder. La
respuesta dada al proceso social de la concentración de poder está en el
corazón de las cuestiones que debe resolver la filosofía política.
El socialista deliberadamente
busca establecer un sistema social que, mientras preserva los auténticos
beneficios de la cooperación social, opera para impedir y neutralizar la
concentración de poder que plantea tan
enorme amenaza para la libertad personal.
A pesar de que el concepto de
poder es uno de los conceptos más profusamente utilizados en la literatura, la
filosofía y las ciencias sociales, sin embargo pocos son los que se atreven a
dar una definición clara y precisa del mismo, y de los que lo intentan, éstos
rara vez coinciden en su significado.
Tampoco la tradición marxista,
según Nikos Poulantzas, nos ofrece una definición teórica de este concepto, a
pesar de que éste aparece, implícita y explícitamente, en multitud de sus
obras.
El hecho es que los dos enfoques
principales en la teoría actual de la estratificación social, el marxista y el
neoweberiano, comparten una misma premisa: la estratificación social
consiste en la creación y la distribución del poder en la sociedad.
En este ensayo nos proponemos
ofrecer esta definición, y plantear algunas cuestiones que surgen de la misma.
En su significado más general, la
palabra poder designa la capacidad o posibilidad de obrar, de producir efectos,
y puede ser referida tanto a individuos o grupos
humanos como a objetos o fenómenos de la naturaleza (como en
la expresión ‘poder calórico’ o ‘poder absorbente’).
La definición de poder humano
abarca tanto el poder sobre uno mismo como sobre la naturaleza así como el
poder del hombre sobre otro hombre.
La idea del poder sobre uno
mismo es corriente en la literatura y en la filosofía. Decía Lao-Tse que “El
que domina a los otros es fuerte; el que se domina a sí mismo es poderoso”.
Más actualmente, el psicólogo Daniel Goleman, en uno de los mejores libros del
siglo XX (La inteligencia emocional) nos habla de la gestión de los
sentimientos, que consiste en:
- El conocimiento de las propias emociones, o sea la
capacidad de reconocer un sentimiento en el mismo momento en que aparece.
-
La capacidad de controlar las emociones, es decir de
adecuarlas al momento.
-
La capacidad de motivarse a uno mismo, de subordinar la
vida emocional a un objetivo.
-
El reconocimiento de las emociones ajenas, o sea la
empatía.
-
El control de las relaciones, que indica la habilidad
para relacionarnos adecuadamente con las emociones ajenas.
El poder del hombre sobre la
naturaleza se ha acrecentado con la revolución científico-técnica iniciada
a partir del siglo XVI, y que se ha desplegado a un ritmo imparable desde la
Revolución Industrial del siglo XVIII. Las esperanzas que suscitó este proceso
en su momento se han tornado, en la actualidad, en fuente de honda preocupación
por la posibilidad de destrucción de los equilibrios ecológicos y aún más, de
la raza humana –guerra nuclear.
Pero lo principal de nuestras
reflexiones se van a dirigir al poder del hombre sobre el hombre, o
poder social. Este se ha definido como la capacidad de imponer, o de amenazar
exitosamente con imponer, cargas o privaciones por no cumplir lo demandado.
Pero el hecho es que existen múltiples formas de ejercicio del poder que van
más allá de la habilidad de coaccionar al sujeto, y que incluyen consideraciones de prestigio, persuasión,
manipulación, el sentido del deber, hábito, y magnetismo personal y erótico,
así como por supuesto el miedo a las sanciones físicas o económicas.
Existen tres formas
características, que por lo regular se dan mezcladas en todas las relaciones de
poder, si bien con prioridades diferentes: la relación entre mandar y obedecer,
la relación autoritativa y la relación cooperativa o democrática.
Donde más palpablemente parece
expresarse el poder es en la relación entre mandar y obedecer, que
además conoce muchas modificaciones, las cuales aparecen claras en los diversos
medios de coacción o de sanciones, comenzando por la coacción física hasta la
sustracción de la benevolencia.
En la relación autoritativa
(no decimos ‘autoritaria’) se forma una superioridad del uno sobre el otro. En
correspondencia el influjo va más a través del consejo y de la sugerencia, a
través del asentimiento y la confianza, que mediante la coacción directa a la
acción.
Se basa esta relación autoritativa
en la autoridad o prestigio de determinadas personas, que no es otra
cosa que el renombre o buen crédito de estas personas. En las
sociedades antiguas los principales depositarios del prestigio eran los líderes
religiosos, pero en la actualidad han pasado a desempeñar ese papel los
intelectuales y los científicos. Últimamente, sin embargo, la cultura de masas
tiende a imponer cada vez más, por encima del prestigio, el glamour de
cantantes y actores de cine.
Con el concepto formal ‘cooperativa’
designamos las relaciones de poder que están llevadas por contratos mutuos, por
compromisos, que se logran en discusiones, y por controles, que en mutua
inspección y crítica deben llevar a cambios y mejoras.
Obviamente todas las personas
buscan el poder en el sentido de luchar por adquirir los medios y las capacidades
para satisfacer sus necesidades y deseos.
La mejor forma de hacer una
relación general de las sociedades, su estructura y su historia es en términos
de las interrelaciones de lo que denominaremos los cuatro tipos del poder
social: el ideológico, el económico, el militar y el político, mediante los
cuales los seres humanos alcanzan una gama muy amplia, pero no exhaustiva, de
su miríada de objetivos.
Ahora, hagamos una precisión sobre el poder
económico. Según el Derecho,
la propiedad es el poder directo e inmediato sobre un objeto o bien, por
la que se atribuye a su titular la capacidad de disponer del mismo, sin más
limitaciones que las que imponga la ley. Es decir, que las relaciones de propiedad no son más que
unas relaciones determinadas entre personas y cosas. Además, se presenta este
derecho como igualitario, esto es: teóricamente accesible a todos. Pero esto es
una ficción, pues los mecanismos previstos para que se adquiera el derecho de
propiedad establecen límites de hecho a la posibilidad de que todos sean sus
titulares en igual medida, incluso independientemente de los límites de los
recursos generales disponibles: pues si A es propietario de x,
están excluidos automáticamente de la posibilidad de serlo B, C,
etc. A la igualdad teórica se le contrapone una discriminación, o sea una diferenciación
práctica que puede evaluarse cuantitativamente mediante la unidad de medida
reconocida socialmente, que es el dinero. Por tanto, el poder económico
encarnado en el derecho de propiedad es una relación de persona a persona, un
poder social.
El poder puede ser socialmente
maligno; pero es también socialmente esencial. Debe formularse un juicio sobre él, pero no puede servir un
juicio general que se aplique a todo poder.
Podemos aseverar que la difusión
y la igualación del poder es el único camino para lograr una sociedad
verdaderamente libre, en la que cada persona disfrute del máximo grado de
libertad comparable a un grado similar de libertad de las otras personas.
BIBLIOGRAFÍA
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1978.
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