Por Joaquín Estefanía
El País, 08/03/2015.
La coincidencia es muy instructiva: mientras EE UU
anuncia el pleno empleo (5,5% de tasa de paro), el Banco Central Europeo (BCE)
se dispone a comenzar la compra masiva de deuda pública. No es casual: el hecho
de que EE UU tenga las mejores cifras de paro desde la quiebra de Lehman
Brothers se debe, en buena parte, a que en aquel momento empezó a aplicar esa
herramienta no convencional de política monetaria que consiste en la adquisición,
por parte de su banco central (Fed), de deuda pública y privada que estaba en
manos de las instituciones financieras privadas. Las comparaciones son
llamativas: la tasa de paro de la zona euro (11,2%) duplica la americana;
mientras que la eurozona crecerá un anémico 1,5% este año y un 2% en 2016, EE
UU superará el 3% en ambos casos. Alguien en Bruselas tendrá que sincerarse
alguna vez y explicar las causas de esta desavenencia en cuanto a las políticas
monetarias (y más allá, de las políticas económicas en general) que tantos
sufrimientos ha causado en una Europa aquejada de deflación, estancamiento y
desempleo estructural.
La quantitative easing (QE)
americana tuvo su primer episodio en 2008, nada más manifestarse las primeras
dificultades, cuando la Fed compró deuda por valor de 600.000 millones de
dólares. Dos años más tarde se activó la QE2, por otros 600.000
millones, y en 2012 la QE3, con un monto ilimitado (primero 40.000
millones mensuales, luego 85.000 millones, y más adelante 65.000 millones hasta
diluirse en la nada). La principal característica de la QE3 es que
estaba vinculada a conseguir una tasa de paro baja en EE UU.
Por su parte, Mario Draghi,
gobernador del BCE, ha explicado la acción que comienza hoy en los mercados
secundarios de deuda: compras por valor de 60.000 millones de euros al mes
hasta septiembre de 2016, fecha indicativa pues la operación no terminará hasta
que la eurozona tenga una inflación objetiva del 2%. Se prevé la utilización de
alrededor de un billón de euros.
El principal argumento sobre el
retraso de Europa respecto a EE UU en la aplicación de una política monetaria
expansiva tiene nombre y apellidos: Angela Merkel. Alemania no se encuentra
cómoda ni con la QE, ni con la flexibilidad fiscal, ni con la inversión
pública que acompaña al plan Juncker por valor de 315.000 millones de euros.
Las señas de identidad alemanas siguen siendo las de reformas estructurales en
los países deudores y política de austeridad para todos.
Hace poco, la Fundación Ebert,
ligada a los socialdemócratas alemanes, concedió el premio a la mejor
publicación económica de 2014 al libro Austeridad. Historia de una idea
peligrosa (Editorial Crítica), del profesor de la Universidad de Brown Mark
Blyth. Al recoger el galardón, Blyth, quien fue preferido por el jurado a
Piketty o al periodista Wolfgang Munchau, manifestó la ironía que suponía ser
distinguido “en un país que parece, al menos en el nivel de las élites,
totalmente insensible al mensaje del libro”. Ese mensaje se resume en que la austeridad
“simplemente no funciona”. La parte más notable del discurso combatió el
concepto de “reforma estructural” como algo universal que sólo significa bajar
impuestos, liberalizar todo lo posible, privatizar lo no especificado y reducir
derechos en el mercado laboral. Blyth explicó que en la actualidad los
beneficios empresariales son más altos que nunca, la participación del trabajo
en la renta nacional se encuentra en mínimos históricos y la inflación ha dado
paso a la deflación. En eso ha consistido la política de la austeridad: “Lo que
hemos hecho en los últimos 30 años ha sido construir un paraíso para el
acreedor, con tipos de interés reales positivos, baja inflación, mercados
abiertos, sindicatos débiles y un Estado en retirada”. Y al Partido Socialdemócrata
le dijo que la razón de su existencia es algo más que permitir un paraíso para
el acreedor en Europa: “Lo más trágico de esta crisis es que el
centro-izquierda de toda Europa no sólo ha aceptado, sino que en muchos casos
ha apoyado activamente, unas políticas que no han hecho más que perjudicar a su
supuesto núcleo de votantes”.
(Nota de Carlos Javier Bugallo:
Creo que Joaquín Estefanía, uno de los economistas más respetables de este
país, se ha autoaplicado la censura –pues escribe para El País- y ha
sustituido deliberadamente la palabra ‘bancos’ por ‘acreedores’).
Disponible en:
http://economia.elpais.com/economia/2015/03/08/actualidad/1425845851_941501.html
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