Por Miguel Albarrán
El diario.es, 01/07/2015.
En ocasiones percibimos el mundo
como un lugar frío y hostil, peligroso, en el que nos cuesta desenvolvernos
solos, de modo que en ciertos momentos necesitamos sentirnos acompañados,
cuidados o protegidos. En este contexto el acceso al crédito funciona como un
moderno “bastón financiero” que nos permite apoyarnos para salvar situaciones
difíciles o poner en marcha iniciativas que de otro modo sería imposible llevar
a cabo. Pero vivir sin
crédito es vivir sin apoyo.
Para los economistas, el crédito
es el cambio de un bien actualmente disponible por una promesa de pago con
interés, y existen tantos
tipos de crédito como las instituciones que los ofrecen.
Originalmente, la figura del crédito se pensó para la adquisición de bienes
duraderos, especialmente cuando no se tiene la liquidez necesaria para realizar
una compra, pero hoy es habitual utilizarlo con otros fines como el crédito al
consumo, a través de modalidades como tarjetas de crédito, préstamos personales
concedidos por entidades financieras o por los propios puntos de venta.
En diferentes zonas del mundo, y
España no es una excepción, somos
adictos al crédito. En nuestro país el crédito concedido por
las entidades financieras a las empresas y a las familias desempeña un papel
importante en el desarrollo económico y en los últimos años hemos asistido a
una fuerte contracción del crédito derivada en parte por el aumento de las
deudas de los hogares y las PYMES, y por otro lado por la compleja situación de
las instituciones financieras españolas y su liquidez.
En los últimos años, según
señalaba el Banco de España en 2013, se produjo un “intenso aumento de las deudas de los
hogares que superó con creces los avances de sus rentas y se
tradujo en unas ratios de endeudamiento excesivamente elevadas”. Los expertos
señalan que debe evitarse que la ratio de endeudamiento supere el 35%-40% de la
renta familiar, ya que a partir de este límite el riesgo de insolvencia puede
tener consecuencias devastadoras. En este sentido sería necesario llevar a cabo
medidas de sensibilización, prevención y acción.
Ser dependiente de otros puede
ser considerado algo negativo, pero todo estará en función de las condiciones
derivadas de dicha dependencia y su coste. No es lo mismo que un familiar o
amigo nos preste dinero (generalmente sin comisiones ni intereses), a que nos
veamos obligados a recurrir a prestamistas o usureros del siglo XXI que nos
impongan condiciones leoninas. Aun así, la peor de las situaciones es no tener ni siquiera acceso a que alguien
nos pueda prestar, que no tengamos la oportunidad de superar un
bache o de invertir en nuestro futuro, sea cual sea el interés a pagar.
Gran cantidad de personas en
nuestro país -y en todo el mundo- no pueden apoyarse en el moderno “bastón
financiero” que supone el acceso al crédito. Por ejemplo, pequeños agricultores
no pueden acceder a comprar semillas, pequeños emprendedores no pueden
desarrollar iniciativas empresariales o personas con enfermedades no pueden
abordar el pago de ciertos medicamentos, lo que aumenta gravemente las
desigualdades sociales. Expertos del Banco Mundial calculan que 2.500 millones de personas no tienen acceso
a servicios financieros, incluyendo al 80% de aquellos que
viven con menos de dos dólares americanos al día y cerca de 200 millones de
pequeñas empresas.
Hoy en día somos muchos los que
consideramos el acceso al
crédito como un derecho humano que debe llegar a aquellas
personas que no cuentan con recursos pero sí con ideas y voluntad, y que las
políticas económicas y financieras requieren que incorporemos un enfoque basado
en derechos, tal y como nos mostró con su ejemplo Mohamed Yunus (Premio Nobel
de la Paz en 2006) y su gran obra: el Grameen bank en
Bangladesh.
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