Por Antonio Lafuente
El diario.es, 17/03/2016.
La recién estrenada película La gran apuesta (The Big Short)
está basada en un libro del mismo título que, tras el estallido de la crisis
económica de 2008, fue número uno de ventas en Estados Unidos gracias, entre
otras razones, a la gran facilidad con que su autor, el periodista Michael
Lewis, explicó el supuestamente complejo sistema financiero que provocó la
catástrofe. Aunque la traducción no sea literal debido a los problemas que
plantea para el público lego su equivalente al español —la venta al
descubierto—, el título La gran apuesta es un gran acierto porque nos
transporta directamente a eso que se ha venido en denominar la economía de casino.
El único problema con esa descripción radica en que se puede
creer que el concepto economía de casino es una metáfora más o menos acertada
cuando, en realidad, no lo es, sino todo lo contrario: se trata de un concepto
literal. De hecho, los autoproclamados inversores utilizan la palabra apostar
cuando hablan de colocar su dinero. Imagino que les parece más decente que la
voz especular.
¿No se lo creen? Pues les aseguro que tanto la película como
el libro narran que una gran convención de ejecutivos de Wall Street se celebró
nada más y nada menos que en Las Vegas. Y no fue la única. Las Vegas es un
lugar reiterado de encuentro para los gerentes y empresarios norteamericanos.
¿Es una exageración? Prosigamos. En un casino hay varios
tipos de juego. Tomemos la ruleta como ejemplo. Uno puede apostar al par o al
impar, o al rojo o al negro, o a falta —un número entre el 1 y el 18— o a pasa
—uno entre el 19 y el 36—. De igual forma, en el mercado financiero uno puede
apostar a que la acción de una empresa sube o baja, a que unos bonos de deuda
pública suben o bajan, a que un grupo de acciones de distintas empresas suben o
bajan, a que un índice bursátil sube o baja, a que un bono compuesto con el
troceado de unas hipotecas sube o baja, a que el precio de una moneda sube o
baja, etc. Si se apuesta a que las
acciones, los bonos, los índices, las hipotecas o las monedas suben, lo que en
la jerga financiera se denomina una posición larga, estamos apostando al par,
al negro o al pasa, mientras que si se apuesta a que cualquiera de esos
productos baja, lo que se conoce como una posición corta o venta al descubierto
(en inglés, short selling, de ahí el nombre de la película), supone jugar al
impar, al rojo o a falta.
EL LADO OSCURO
Poco importa, a los efectos de este artículo, el nombre que
reciban las apuestas o lo complicado que pueda llegar a ponerse el mercado
financiero con los llamados “derivados y contratos de futuro”. El que, por
ejemplo, por muy poco dinero uno pueda adquirir en el presente el derecho de
compraventa de unas acciones, de un barril de petróleo, de una tonelada de
trigo o de una onza de oro en un momento futuro. El período puede variar entre
unos meses y años. Son los llamados warrants
o las denominadas “opciones de compra”. Si el precio de esos activos
sube y apostamos a que eso iba a suceder, ganamos sin necesidad tan siquiera de
tener que comprar las acciones o el activo. Si el precio baja y apostamos a que
bajaban, ganamos sin necesidad tan siquiera de vender las acciones o el activo.
Pero insisto, eso no es lo importante, lo esencial son dos cuestiones: ¿cómo es
posible que se pueda apostar a la baja? Y ¿qué aportan todos esos productos a
la economía?
Esas preguntas me planteé cuando escribí La calle del muro,
una novela policíaca en la que una comisaria de policía española se ve obligada
a su pesar a investigar el difícil entramado financiero mundial. Como me
ocurrió cuando empecé a leer sobre el asunto, y al igual que le ocurrió a la
comisaria Dolores Amado, una de las cuestiones que más nos llamó la atención
fue precisamente que exista la posibilidad de apostar a que un activo, sea el
que sea, vaya a bajar.
En el mundo ideal del capitalismo, cuando uno compra un
activo o una acción se supone que se está haciendo propietario de ese activo o
que está ayudando a capitalizar una empresa para que pueda hacer frente a los
costes de los equipos y los recursos humanos necesarios para la producción y
venta de un producto o de un servicio. El lado oscuro de esta idealización es
cuando uno compra el activo o la acción no tanto por tener una propiedad o
ayudar a capitalizar una compañía, sino simplemente especulando que el activo o
la acción subirá como la espuma y podrá enriquecerse. Es inherente al
capitalismo y no tiene remedio. Pero, al menos, el principio fundamental se
basa en la fantasía de hacer una economía próspera y que funcione.
Leer las justificaciones que los ejecutivos refieren en las
apuestas a la baja es realmente un ejercicio de humor e ingenio, si no fuera
porque lo que hay detrás de esas apuestas lo convierte en pura hipocresía, la
necesaria para cualquier estafa. Básicamente, la justificación última es que
las posiciones cortas previenen la especulación. Por ejemplo, en un blog de
finanzas, un ejecutivo explicaba que de haber escuchado a quienes en La gran
apuesta apostaron que se hundía el mercado inmobiliario, la crisis no se habría
producido. Tentado estoy de poner aquí el ahora eterno emoticono de una carita
con dos lágrimas riéndose porque es para partirse de risa, insisto, si no fuera
por lo que hay detrás.
Se le olvidaba al citado ejecutivo mencionar que cuando los
bancos de Wall Street descubrieron que quienes habían tomado posiciones cortas
estaban en lo cierto, los bancos cambiaron sus posiciones largas por las
cortas, y si alguno cayó fue porque no le dio tiempo a endosar sus pérdidas a
quienes realmente las soportan: los pardillos. Y eso es lo que hay detrás.
Es aquí donde la economía de casino empieza a convertirse en
metáfora y distanciarse de la literalidad, pues en las casas de azar existen
crupieres y reglas que impiden usar cartas marcadas, mientras que el mercado
financiero actual está lleno de tahúres y fullerías para atraer a la mesa
a medianos y pequeños ahorradores
incautos a los que se esquilma. Son ellos los que en primera instancia pierden,
mientras que la banca gana.
¿QUIÉN RESCATA LOS
BANCOS?
Pero, sobre todo, donde la economía de casino se convierte
en una metáfora es en el hecho de quiénes soportan verdaderamente las pérdidas.
En un casino pierden los jugadores y, en el peor de los casos, si existe una
mala gestión, el propio casino. Sin embargo, en el mercado financiero los
perdedores somos todos los ciudadanos, que tenemos que rescatar a los bancos.
Como he leído en una crítica reciente, ese quizá sea el
fallo de la película, o mejor dicho, lo que La gran apuesta no enseña. Por más
que al final del filme se mencione que quienes pierden son los pobres y los
inmigrantes, y por más que los ejecutivos que apostaron a que el mercado se
hundía parezcan tener una pizca de mala conciencia por las consecuencias de
haber acertado en su apuesta, el problema está en que casi todos ellos tienen
un toque de héroes cuando, al fin y al cabo, no fueron más que otros
especuladores.
Lo que mi comisaria de policía va descubriendo poco a poco
en la novela es que esos productos financieros y todo ese entramado bancario no
aportan absolutamente nada a la economía, mientras que sí lo hacen quienes
nunca están en la foto: los trabajadores, los empleados, los funcionarios, los
que producen o dan los servicios.
En otro artículo publicado en la revista Filosofía Hoy, bajo
el título “Marx o la cuenta de la vieja”, expliqué lo que creo que subyace
también en este texto: que el actual sistema económico mundial básicamente no
funciona, y no lo hace porque no sirve para todos, sino sólo para unos pocos:
los tahúres. Por ese motivo, invité a los filósofos a pensar sobre un nuevo
sistema económico que permita el beneficio común. Mientras tanto, poner reglas
al casino creo que ayudaría a tener una economía algo más estable y, desde
luego, más justa.
* Antonio Lafuente es periodista y escritor. Su novela La
calle del muro está disponible en http://www.planetadelibros.com
/libro-la-calle-del-muro/198695.
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