sábado, 19 de marzo de 2016

Metáfora de la economía de casino



Por Antonio Lafuente
El diario.es, 17/03/2016.


La recién estrenada película La gran apuesta (The Big Short) está basada en un libro del mismo título que, tras el estallido de la crisis económica de 2008, fue número uno de ventas en Estados Unidos gracias, entre otras razones, a la gran facilidad con que su autor, el periodista Michael Lewis, explicó el supuestamente complejo sistema financiero que provocó la catástrofe. Aunque la traducción no sea literal debido a los problemas que plantea para el público lego su equivalente al español —la venta al descubierto—, el título La gran apuesta es un gran acierto porque nos transporta directamente a eso que se ha venido en denominar  la economía de casino.

El único problema con esa descripción radica en que se puede creer que el concepto economía de casino es una metáfora más o menos acertada cuando, en realidad, no lo es, sino todo lo contrario: se trata de un concepto literal. De hecho, los autoproclamados inversores utilizan la palabra apostar cuando hablan de colocar su dinero. Imagino que les parece más decente que la voz especular.

¿No se lo creen? Pues les aseguro que tanto la película como el libro narran que una gran convención de ejecutivos de Wall Street se celebró nada más y nada menos que en Las Vegas. Y no fue la única. Las Vegas es un lugar reiterado de encuentro para los gerentes y empresarios norteamericanos.

¿Es una exageración? Prosigamos. En un casino hay varios tipos de juego. Tomemos la ruleta como ejemplo. Uno puede apostar al par o al impar, o al rojo o al negro, o a falta —un número entre el 1 y el 18— o a pasa —uno entre el 19 y el 36—. De igual forma, en el mercado financiero uno puede apostar a que la acción de una empresa sube o baja, a que unos bonos de deuda pública suben o bajan, a que un grupo de acciones de distintas empresas suben o bajan, a que un índice bursátil sube o baja, a que un bono compuesto con el troceado de unas hipotecas sube o baja, a que el precio de una moneda sube o baja, etc.  Si se apuesta a que las acciones, los bonos, los índices, las hipotecas o las monedas suben, lo que en la jerga financiera se denomina una posición larga, estamos apostando al par, al negro o al pasa, mientras que si se apuesta a que cualquiera de esos productos baja, lo que se conoce como una posición corta o venta al descubierto (en inglés, short selling, de ahí el nombre de la película), supone jugar al impar, al rojo o a falta.

EL LADO OSCURO

Poco importa, a los efectos de este artículo, el nombre que reciban las apuestas o lo complicado que pueda llegar a ponerse el mercado financiero con los llamados “derivados y contratos de futuro”. El que, por ejemplo, por muy poco dinero uno pueda adquirir en el presente el derecho de compraventa de unas acciones, de un barril de petróleo, de una tonelada de trigo o de una onza de oro en un momento futuro. El período puede variar entre unos meses y años. Son los llamados warrants  o las denominadas “opciones de compra”. Si el precio de esos activos sube y apostamos a que eso iba a suceder, ganamos sin necesidad tan siquiera de tener que comprar las acciones o el activo. Si el precio baja y apostamos a que bajaban, ganamos sin necesidad tan siquiera de vender las acciones o el activo. Pero insisto, eso no es lo importante, lo esencial son dos cuestiones: ¿cómo es posible que se pueda apostar a la baja? Y ¿qué aportan todos esos productos a la economía?

Esas preguntas me planteé cuando escribí La calle del muro, una novela policíaca en la que una comisaria de policía española se ve obligada a su pesar a investigar el difícil entramado financiero mundial. Como me ocurrió cuando empecé a leer sobre el asunto, y al igual que le ocurrió a la comisaria Dolores Amado, una de las cuestiones que más nos llamó la atención fue precisamente que exista la posibilidad de apostar a que un activo, sea el que sea, vaya a bajar.

En el mundo ideal del capitalismo, cuando uno compra un activo o una acción se supone que se está haciendo propietario de ese activo o que está ayudando a capitalizar una empresa para que pueda hacer frente a los costes de los equipos y los recursos humanos necesarios para la producción y venta de un producto o de un servicio. El lado oscuro de esta idealización es cuando uno compra el activo o la acción no tanto por tener una propiedad o ayudar a capitalizar una compañía, sino simplemente especulando que el activo o la acción subirá como la espuma y podrá enriquecerse. Es inherente al capitalismo y no tiene remedio. Pero, al menos, el principio fundamental se basa en la fantasía de hacer una economía próspera y que funcione.

Leer las justificaciones que los ejecutivos refieren en las apuestas a la baja es realmente un ejercicio de humor e ingenio, si no fuera porque lo que hay detrás de esas apuestas lo convierte en pura hipocresía, la necesaria para cualquier estafa. Básicamente, la justificación última es que las posiciones cortas previenen la especulación. Por ejemplo, en un blog de finanzas, un ejecutivo explicaba que de haber escuchado a quienes en La gran apuesta apostaron que se hundía el mercado inmobiliario, la crisis no se habría producido. Tentado estoy de poner aquí el ahora eterno emoticono de una carita con dos lágrimas riéndose porque es para partirse de risa, insisto, si no fuera por lo que hay detrás.

Se le olvidaba al citado ejecutivo mencionar que cuando los bancos de Wall Street descubrieron que quienes habían tomado posiciones cortas estaban en lo cierto, los bancos cambiaron sus posiciones largas por las cortas, y si alguno cayó fue porque no le dio tiempo a endosar sus pérdidas a quienes realmente las soportan: los pardillos. Y eso es lo que hay detrás.

Es aquí donde la economía de casino empieza a convertirse en metáfora y distanciarse de la literalidad, pues en las casas de azar existen crupieres y reglas que impiden usar cartas marcadas, mientras que el mercado financiero actual está lleno de tahúres y fullerías para atraer a la mesa a  medianos y pequeños ahorradores incautos a los que se esquilma. Son ellos los que en primera instancia pierden, mientras que la banca gana.

¿QUIÉN RESCATA LOS BANCOS?

Pero, sobre todo, donde la economía de casino se convierte en una metáfora es en el hecho de quiénes soportan verdaderamente las pérdidas. En un casino pierden los jugadores y, en el peor de los casos, si existe una mala gestión, el propio casino. Sin embargo, en el mercado financiero los perdedores somos todos los ciudadanos, que tenemos que rescatar a los bancos.

Como he leído en una crítica reciente, ese quizá sea el fallo de la película, o mejor dicho, lo que La gran apuesta no enseña. Por más que al final del filme se mencione que quienes pierden son los pobres y los inmigrantes, y por más que los ejecutivos que apostaron a que el mercado se hundía parezcan tener una pizca de mala conciencia por las consecuencias de haber acertado en su apuesta, el problema está en que casi todos ellos tienen un toque de héroes cuando, al fin y al cabo, no fueron más que otros especuladores.

Lo que mi comisaria de policía va descubriendo poco a poco en la novela es que esos productos financieros y todo ese entramado bancario no aportan absolutamente nada a la economía, mientras que sí lo hacen quienes nunca están en la foto: los trabajadores, los empleados, los funcionarios, los que producen o dan los servicios.

En otro artículo publicado en la revista Filosofía Hoy, bajo el título “Marx o la cuenta de la vieja”, expliqué lo que creo que subyace también en este texto: que el actual sistema económico mundial básicamente no funciona, y no lo hace porque no sirve para todos, sino sólo para unos pocos: los tahúres. Por ese motivo, invité a los filósofos a pensar sobre un nuevo sistema económico que permita el beneficio común. Mientras tanto, poner reglas al casino creo que ayudaría a tener una economía algo más estable y, desde luego, más justa.

* Antonio Lafuente es periodista y escritor. Su novela La calle del muro está disponible en http://www.planetadelibros.com /libro-la-calle-del-muro/198695.

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