Por Juan Laborda
Vozpópuli, 16/03/2016.
Parafraseando a Obélix, el inseparable compañero de fatigas
de Astérix el Galo, bien podríamos afirmar “¡por Tutatis, estos banqueros
centrales están locos!”. Los bancos centrales de medio mundo se han embarcado
en un delirante concurso para averiguar cuál de ellos puede crear la variante
más psicótica de la flexibilización cuantitativa. Quien lo consiga tendrá el
dudoso honor de aportar esa postrera gota que colma el vaso, y que
desestabilizará irremediablemente el sistema financiero mundial. Pero todos y cada
uno de ellos son responsables.
La expansión monetaria es una grotesca manipulación de la
historia económica por parte del “establishment” surgido con la llegada al
poder de los neoconservadores Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Desde finales
de los 80, muchos académicos notables
-asociados a la Escuela de Chicago- intentaron reescribir la historia argumentando
que fue la política monetaria y no la fiscal la que permitió a los Estados
Unidos salir de la Gran Depresión. Para ello utilizaron el argumento de que la
oferta monetaria se incrementó significativamente desde 1933 a 1936. Sin
embargo, ninguno de estos académicos se tomó la molestia de mirar que ocurrió
en el lado de los activos de los balances bancarios. Si lo hubiesen hecho,
ahora estarían temblando.
Expansión
cuantitativa y ahorro
La expansión cuantitativa no aumenta la inflación; tampoco
genera empleo; ni siquiera reactiva la producción industrial; y muchísimo menos
favorece la inversión productiva y el consumo privado. Es una operación
sencilla, que implica la compra de bonos y su sustitución por dinero a tipos de
intereses cero. El objetivo es hacer que los ahorradores se sientan incómodos
con sus ahorros. Pero ello no va a animar a la gente a ahorrar menos.
Simplemente, buscarán formas alternativas de ahorro.
Cuando los inversores aumentan el apetito por el riesgo, el
dinero a tipos de interés cero animará a sus poseedores a tratarlo como si
fuera una patata caliente, buscando inversiones más arriesgadas, pero que
produzcan una mayor rentabilidad. El ciclo continúa hasta que al final cada
activo especulativo está lo suficientemente sobrevalorado de manera que su
rendimiento potencial ex-ante es cero o negativo. En realidad es esto lo que
han venido generado los bancos centrales desde 1998: burbujas o inflaciones de
activos financieros e inmobiliarios, a cual más perversa para el ciclo
económico real. En definitiva, siempre que los inversores están dispuestos a
especular, el efecto principal de la expansión cuantitativa es amplificar
dichas tendencias especulativas. Los inversores, además, parecen inmutables,
incapaces de reconocer una burbuja hasta después de que ésta estalle.
Cuando los inversores tienen aversión al riesgo, el mayor
potencial de rendimiento de un activo de riesgo no es suficiente para compensar
el riesgo percibido de una disminución de los precios. Esa es la razón por la
que la persistencia en la flexibilización monetaria fue totalmente ineficaz
durante los períodos 2000-2002 y 2007-2009. Mientras que la relajación
monetaria puede animar a los inversores a pasar de la aversión al riesgo a la
búsqueda del mismo, ese resultado es en realidad la excepción, no la regla.
Históricamente, la relación de causalidad va en la dirección opuesta: la
flexibilización monetaria exacerba la especulación financiera una vez que los
inversores ya están inclinados a especular.
Política monetaria y
crecimiento económico
Resulta kafkiano escuchar a los bancos centrales hablar
sobre el efecto de la política monetaria en la inflación y el crecimiento
económico, muy especialmente cuando los modelos teóricos que tienen en mente no
se ajustan a la realidad de los datos. Esto es particularmente cierto cuando se
trata de la inflación y el desempleo, precisamente las variables que son los
objetivos de la política monetaria del banco central. Si uno analiza
econométricamente los datos, descubrirá, por ejemplo, que las variaciones en el
crecimiento del dinero y el desempleo no están fuertemente correlacionadas con
la inflación. También se puede demostrar que el “output gap” o diferencia entre
el crecimiento potencial de una economía y su crecimiento real, si bien puede
guardar relación con las variaciones de precios, la relación del output gap con
la inflación no es lineal.
La mayoría de los economistas han renunciado al espíritu
crítico, al análisis de los datos, y se han dejado embaucar por los cantos de
sirena que rodean al mito de la política monetaria. La razón, como hemos dicho
antes, es ideológica, desprestigiar a la política fiscal, muchísimo más
efectiva. Se debería haber puesto en marcha las políticas fiscales expansivas
destinadas a la acumulación de capital productivo para la sociedad
(infraestructuras energéticas, formación de los trabajadores, biotecnología,
salud,…). La inversión productiva es la mejor vía para expandir el PIB
potencial, aumentar el empleo y reducir presiones inflacionistas futuras.
Pero cuando el uso principal de la política fiscal es
limpiar la catástrofe de las élites bancarias que se han dedicado a especular y
no promover la inversión en capital, solo se generará baja productividad,
pérdida de ingresos y desempleo. Y no nos olvidemos que en el origen, siempre,
todas y cada una de las múltiples burbujas financieras que acaban colapsando.
Al final, como resultado de esta broma, un empeoramiento del nivel de vida de
la ciudadanía.
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