Editorial de El País,
22/07/2016.
El Banco Central Europeo (BCE) transmite una calma engañosa.
Ayer decidió mantener los tipos de interés y Draghi aseguró con firmeza que la
institución mantendría la política monetaria expansiva (compra de deuda pública
y privada de hasta 80.000 millones mensuales) en tanto que la inflación de la
eurozona no remonte hasta niveles próximos al 2%. Hasta aquí, la serenidad y la
confianza en una política monetaria correcta que no goza de las simpatías del
Bundesbank (ni de Berlín). Ahora bien, Draghi y sus consejeros saben que esta
política, la más conveniente en una etapa de estancamiento (virtual) más
deflación (o casi) tiene costes y que, por lo tanto, tendrá que cambiar algún
día.
Esos costes empiezan a apreciarse con cierta virulencia. La
banca italiana está literalmente asfixiada por el exceso de morosidad, pero
también porque no encuentra alivio en los márgenes del negocio debido a los
tipos de interés negativos. El resto de los bancos europeos se encuentra en
condiciones similares en lo que respecta a sus márgenes, aunque, lógicamente,
con mejores condiciones de morosidad. En todo caso, la situación de la banca europea tenderá a empeorar notablemente si se
prolonga la excepcionalidad monetaria y si, además, la economía europea no
remonta sus bajas tasas de crecimiento [subrayado por el Blog].
De todo esto es consciente el BCE; la firmeza en el
quantitative easing tiene que mantenerse, a pesar de que el sistema tiene
abundancia de liquidez sin que por ello aumente el volumen de crédito. Pero dos
años más de excepcionalidad elevan el riesgo de nuevas crisis bancarias. Por
esa razón, entre otras, la política monetaria agresiva debe acompañarse de una política
fiscal agresiva: es decir, de un plan de inversión pública en Europa financiado
por el BEI o con el respaldo de la deuda que está comprando el BCE. El margen
monetario se agota.
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