Por Juan Barredo
Radicales libres.es, 24/02/2017.
En los últimos años España ha pasado de registrar fuertes
caídas en el PIB a tener índices de crecimiento positivos incluso mayores que
los países vecinos. Esto implica un cambio de escenario que debe ser asumido
por aquellos que tratamos de construir discursos alternativos y críticos con el
rumbo económico actual. Queda mucho por trabajar en planteamientos económicos
que abracen las exigencias de justicia y de derechos sociales pero que, al
mismo tiempo, consigan arrebatar al pensamiento dominante las banderas de la
‘responsabilidad’ y la ‘sensatez’.
Sobra decir que la situación actual de vulnerabilidad, de
desempleo, de precariedad, de pobreza…de amplios sectores de la sociedad, da
razones de sobra para seguir considerando que estamos en crisis. Igualmente se
puede advertir, sin riesgo de quedar en evidencia, que ante la falta de cambios
de calado en nuestro sistema económico, la próxima crisis no tardará muchos
años en llegar. Por último, no debe dejar de resaltarse que al tiempo que tiene
lugar una recuperación en términos cuantitativos de los principales indicadores
del PIB y de empleo, la precariedad aumenta, se expande el fenómeno de la
pobreza laboral y los recortes en el Estado de Bienestar disparan la
desigualdad en España…
Pero, si queremos dotar al discurso crítico de una capacidad
de incidencia, debemos partir de la consideración de que el contexto no es el
mismo que en 2008-2013. Entonces, no había mucho margen para la interpretación:
todos los indicadores mostraban una fuerte degradación de las condiciones
económicas y sociales. En ese contexto, no resultaba complicado difundir un
discurso crítico con las políticas tomadas hasta el momento; para visualizar
los efectos negativos de estas políticas no había más que asomarse a la
realidad. Pero este discurso encuentra sus límites cuando, como ocurre
actualmente, el deterioro de las condiciones de vida es más sutil e incluso
compatible con la evolución favorable de indicadores tan mediáticos como el PIB
o el desempleo.
Es cierto que los estudios demoscópicos no muestran una
mejora relevante de la valoración actual o de las perspectivas de futuro por
parte de la gente. Pero sí resulta preocupante el progresivo arraigo, en los
debates económicos, de un planteamiento que presenta, en resumidas cuentas, dos
posturas aparentemente contradictorias. La primera postura, la dominante, se
sirve de la evolución favorable de algunos grandes indicadores para legitimar
las políticas regresivas y reclamarse la opción ‘responsable’, con ‘sentido de
Estado’ y ‘sensata’.
Frente a ésta, hay una postura crítica, que denuncia cada
paso atrás en los derechos sociales y que, en la medida en que los movimientos
sociales estaban activos y articulados, ha conseguido una repercusión social
que debe ser reconocida. Sin embargo, limitarse a denunciar cada ataque a los
derechos sociales ha supuesto que esta postura haya acabado adoptando un rol
reactivo, incapaz de llevar la iniciativa.
Queda por lo tanto la difícil tarea de enmarcar este tipo de
reivindicaciones en un discurso propositivo capaz de dominar el debate
económico. Pero esto no va a ser posible en la medida en que no se consiga
romper la supuesta disyuntiva entre lo ‘serio’, ‘sensato’ y ‘responsable’ –
representados por el discurso económico de la Troika y el Gobierno – y la
‘justicia social’, la ‘solidaridad’ o la ‘igualdad’.
Mensaje económico
alternativo
En ese sentido, resultan interesantes los esfuerzos por
vertebrar el mensaje alternativo en torno a la necesidad de otro modelo
productivo. Dicho término no resulta en absoluto novedoso en los debates
económicos acerca de lo que ha venido pasando en el país estos últimos quince
años. Muchos de los males que aquejan especialmente a España (en comparación
con los países vecinos) son identificados frecuentemente como consecuencias del modelo productivo
desarrollado en los últimos quince años. Sin embargo, esa referencia al ‘modelo
productivo’ o al ‘modelo de país’, tan frecuente y tan útil a la hora de
explicar el rumbo del país durante los últimos años, es prácticamente olvidado
a la hora de dotar de personalidad y legitimidad a las propuestas de política alternativa.
Por supuesto, la mayoría de exigencias en materia de
política social no tienen porqué enmarcarse – al menos directamente – en ningún
marco de transformación económica ni nada por el estilo. La necesidad de
estrategias eficaces contra la violencia machista, la acogida de refugiados, la
respuesta inmediata a los graves casos de pobreza de diferente tipo que
amenazan a amplios sectores de la sociedad… son exigencias prioritarias y
urgentes justificadas por sí mismas más que por su pertenencia a un marco de
transformación económica más amplio. Así es y así debería seguir siendo.
Pero en la medida en que se vayan integrando otras varias
exigencias en torno un discurso sólido
que apueste por un modelo de país distinto, la crítica económica no sólo
generará simpatía en los periodos más evidentes de rabia y hartazgo social,
sino que a la vez se dotará de un potencial relevante para arrebatar el aura de
‘sensatas’, ‘buenas gestoras’ y ‘realistas’ a las políticas injustas y
empobrecedoras que siguen a cada crisis.
Sin querer hacer una descripción detallada, en este artículo
no citamos más que cuatro medidas referenciales que no sólo son esenciales en
términos de justicia social, sino que además serían unas bases muy útiles para
replantearnos y llevar a cabo otro modelo de desarrollo.
- Una reforma financiera:
Ningún cambio se puede realizar sin una palanca financiera
potente que lo pueda impulsar. Y eso no es posible en la medida en que los
bancos no aporten crédito para lo productivo (compra de maquinaria, innovación,
crecimiento de las PYMES) y sí lo hagan para actividades especulativas contra,
por ejemplo, la deuda pública de un Estado.
En ese sentido, un pilar fundamental del discurso crítico
debe ser la exigencia de una banca pública potente. Pero no sólo eso, también
se debe exigir una mucho mayor condicionalidad al tipo de actividades de las
instituciones financieras.
- La identificación de sectores productivos estratégicos a desarrollar y la transición ecológica.
Frente al modelo de turismo ‘low-cost’ y del ladrillo, falta
una reflexión seria en torno al tipo de sectores y de trabajo que se deben
promover a nivel estatal y sobre el rol de cada provincia en dicha estrategia.
Sobre este punto, se subraya cada vez con más énfasis el motor económico que puede
suponer tomar como un eje transformador la llamada transición ecológica.
Desarrollar nuevas fuentes de energía limpias o adaptar el sector inmobiliario
a mayores requisitos ecológicos no sólo son imperativos vitales o incluso
interesantes desde un enfoque geopolítico, sino también una interesante vía de
especialización nacional orientada a la creación de empleos de alto valor
añadido y de calidad.
- Mejora de las condiciones laborales
No hay mejora significativa y sostenible del salario y otro
tipo de condiciones laborales si no hay un plan claro de desarrollo alternativo
con el que sostenerla. Se puede proponer
el restablecimiento de los convenios colectivos, el impulso fuerte pero gradual
del salario mínimo, la erradicación de las diferencias por razón de género, o
incluso programas de renta mínima universal; además de reducir el riesgo de
exclusión, tales medidas pondrían fin al modelo de ‘competitividad basada en
precios’. Pero ello llevará con seguridad a la pérdida de empleos mal
remunerados y precarios generados bajo el marco actual de desarrollo.
Esta pérdida no parece negativa en sí misma si la exigencia
de mejores condiciones laborales no se toma como un fin en sí mismo, sino como
un ingrediente de un programa de transformación mucho más amplio.
- Un rumbo menos cíclico
España es una economía muy cíclica. Fue el país europeo que
destruyó más empleo durante la crisis. Actualmente crece, de momento, con tasas
mayores que muchos países vecinos. Pero lo hace al tiempo que el tejido
productivo no se refuerza ni diversifica, que el Estado de Bienestar se
debilita y que aumenta la precariedad laboral.
Cabe esperar por lo tanto que la caída sea pronunciada, o
sea, que la próxima crisis nos lleve a cotas de desempleo y de pobreza más
lejanas todavía que las de la última crisis. Un discurso económico no sólo
justo, sino sensato, es aquel que propone combinar instrumentos de política
fiscal, industrial, financiera y laboral para evitar esas burbujas que se
hinchan y deshinchan y dejan a la economía estatal vulnerable frente a
cualquier crisis.
Más allá de estas cuatro cuestiones, quedan muchas más por
integrar. Por supuesto, hay factores ligados a nuestra pertenencia a la
Eurozona o al propio sistema capitalista que limitan mucho cualquier margen de maniobra
y que deben ser estudiadas. Pero no tratábamos aquí de realizar un examen
exhaustivo de cada punto de discusión en los debates económicos contemporáneos.
El objetivo era ‘tan sólo’ el de plantear el potencial de la
formulación de otro ‘modelo productivo’ a la hora de sacar al discurso crítico
de su posición reactiva y tratar de discutirle a la ortodoxia económica su
injusta etiqueta de ‘responsable’. No obstante, el dotarse de un eje
propositivo potente que conecte demandas que de otra forma parecerían inconexas
permitirá, en el largo plazo, sacar a la palestra elementos de discusión muchos
más trascendentales que los aquí expuestos.
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