Por Benjamín Prado
Infolibre.es,
21/02/2017.
Un banco es un atraco al revés, de dentro a fuera. Eso lo
escribí hace tiempo, pero entonces no era tan verdad como lo es ahora, cuando
hemos podido verles las cocinas a las entidades financieras y nos hemos quedado
con la boca abierta al descubrir que sus cámaras acorazadas eran una cueva de
Alí Babá y los cuarenta ladrones, y muchos de sus jefes una mezcla de oligarca,
prestamista y atracador: eran el señor Scrooge disfrazados del gran Gatsby, por
fuera magnates parecidos a los de la novela de Scott Fitzgerald y por dentro,
usureros como el del Cuento de navidad de Charles Dickens. En España, los
gobiernos rojos y los azules proclamaban que el sistema era fuerte, casi
invulnerable, unos no aceptaban que hubiera empezado la crisis y otros que se
produjese el rescate al que llevó la quiebra y que el Partido Popular negaba
con una mano a la vez que con la otra nos robaba la cartera. Pero Europa ha
puesto los puntos sobre las íes, eso sí, cuando lo hace siempre, después de que
los ciudadanos hayan sido saqueados, y lo que han dicho con otras palabras es
que, efectivamente, a lo que entrábamos a una sucursal no era a que guardasen
nuestro dinero, sino a que nos lo quitaran. El fallo del Tribunal de Justicia
continental sobre las cláusulas suelo y otros gastos notariales, de inscripción
en el Registro de la Propiedad o de gestoría, cobrados indebidamente a quienes
suscribían una hipoteca en nuestro país, lo que viene a decir es que nos
timaban. El juicio por las famosas preferentes de Caja Madrid, describe esa
operación como un engaño en toda regla, un fraude, y por eso los perjudicados
ganan una tras otra cada una de las demandas que le ponen. Los tejemanejes del
antes todopoderoso Rodrigo Rato en Bankia, evidencian lo que algunos de estos
individuos hacían con los ahorros de sus clientes. El escándalo de las tarjetas
black demuestra que muchos de sus directivos y miembros de su consejo de
administración no sólo nos desvalijaron, sino que además se reían de nosotros
mientras se lo pasaban en grande a nuestra costa, derrochaban sin límites y
vivían como millonarios, disparando al aire con pólvora ajena. “Debajo de las
multiplicaciones hay una gota de sangre de pato”, escribió Federico García
Lorca en su Poeta en Nueva York, que es un alegato contra las injusticias del
capitalismo. Debajo de algunos trajes de tres mil euros, había cosida una
bandera pirata. Cuando los números rojos y los desahucios empezaron a azotar a
la población, el famoso chiste de Mark Twain, “un banquero es alguien que te
presta un paraguas cuando hace sol y te lo quita cuando llueve”, dejó de tener
la más mínima gracia.
Así que pasen cinco años, se titula otra obra de García
Lorca, y ahora que ya han pasado, están a punto de regresar a Madrid los
hombres de negro de Bruselas, porque en marzo nos visitará otra delegación del
Fondo Monetario Internacional como la que ya estuvo por aquí en 2012 y tras
echarle un vistazo a nuestras cuentas le dijo dos cosas al ministro de
Economía, Luis de Guindos, tal y como él mismo reconoce en uno de sus libros,
aunque sea también con otras palabras: que el Banco de España o bien no se
enteraba de nada o nos había engañado, y que el lastre que suponían la mala
gestión, el desfalco y la amenaza de ruina de Bankia nos situaba al borde del
abismo. La inyección de liquidez que se le tuvo que poner al enfermo fue, hasta
donde se sabe, de veintidós mil millones de euros. Su máximo responsable en
aquellos momentos, fue destituido y hoy parece estar a dos pasos de la cárcel.
En cuanto al Banco de España, su desprestigio es el mayor de toda su historia.
Su director en aquellos momentos va camino de los tribunales y algunos aún
recuerdan cómo las dos primeras cosas que hizo su sucesor fueron declarar que
había que ser realistas y asumir de buen grado y “por patriotismo” los recortes
que se veía obligado a hacer el Gobierno, y a continuación, subirse el sueldo.
En una novela de Emilio Salgari, estos vendedores de humo no irían de corbata,
sino con un pañuelo negro atado a la cabeza y un parche en el ojo.
Quién sabe qué dirán los inspectores, por ejemplo, del Banco
Popular, que ha registrado unas pérdidas de tres mil quinientos sesenta y siete
millones en 2016 y, como tantos otros, le echa la culpa a “los activos tóxicos
del ladrillo”, como si ese veneno no fuera parte del botín que acumularon en la
época de las vacas gordas. Siguiendo esa línea argumental, las entidades
financieras se quejan de que la burbuja inmobiliaria les ha estallado entre las
manos, igual que si no hubieran tenido nada que ver con ella, y de que les
controlen o les hayan obligado a hacer provisiones de capital que garanticen su
solvencia, lo mismo que si esas normas no fuesen, por pura lógica, el abc de su
oficio. Frente a todo eso, la única solución que se les ocurre es la habitual:
fusionarse, cerrar el grifo del crédito, despedir a parte de sus plantillas y
cobrar más comisiones por sus servicios, alguna de ellas tan vergonzosa e
injustificable como la que ya aplican por sacar dinero de sus cajeros. Y
mientras, siguen dándose puestos unos a otros, para recolocarse, a veces tan
incongruentes que hasta el BCE ha tenido que abrir una investigación para
descubrir si lo que cualquiera puede ver es cierto y resulta absurdo que el
antiguo segundo de a bordo del Banco de España, Javier Aríztegui, es idóneo
para formar parte de la institución al tiempo que es investigado por colaborar
con la sospechosa e irregular salida a Bolsa de Bankia. Por último, el famoso
banco malo Sareb parece un cargo de confianza de Esperanza Aguirre: les ha salido
rana, no es capaz de vender ni una cantimplora en el desierto. Se han vuelto a
equivocar. No dan una. Mala cosa.
No sabemos qué va a dictaminar la comisión que viene de
Bruselas, pero sí que en el caso de que haya que hacer más ajustes, se los harán
a los de siempre y, si nos presentan otra factura, volverán a pagar justos por
pecadores: el neoliberalismo consiste justo en eso. Nos podemos echar a temblar
y el presidente y sus ministros dirán que estamos bailando.
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