Por Miren Alonso
Público.es, 05/06/2017.
Estos días la educación financiera está en boca de muchos.
La OCDE, el club de los países más ricos, ha dado a conocer la segunda edición
del informe PISA sobre competencia financiera. PISA mide y compara la
competencia en ciencias, matemática y comprensión lectora de estudiantes de
diferentes países. Sin embargo, desde 2012 ha empezado a medir también la
competencia financiera. España –¡sorpresa!- está por debajo de la media de la
OCDE y el tratamiento a seguir está claro: hace falta más educación en finanzas.
Pero esta correlación de ideas tiene muchos problemas.
PISA, o de cómo crear
realidad a partir de mediciones
Hablemos claro. El informe PISA sobre competencia financiera
está financiado por el BBVA. En París, en el lanzamiento de los resultados, los
oradores se desvivían en agradecimientos a Francisco González, presidente del
banco. En la conferencia inaugural compartió discurso con el secretario general
de la OCDE, Ángel Gurría. Quizá se encuentre aquí la razón de que muchos países
que sí participan en los informes tradicionales de PISA no lo hagan en este, o
que un gran número se haya descolgado entre la primera y la segunda edición.
Pero hay más. La creación de este informe tiene un propósito
muy preciso: “desarrollar evidencia de necesidad”. Así lo expresa la OCDE en
una publicación en la que da consejos para introducir la educación financiera
en los colegios y en la que sugiere crear encuestas e indicadores con este
propósito. PISA representa para ellos, en este sentido, una “convincente herramienta”.
Se construye entonces un instrumento de medición para diagnosticar la situación
en torno a un fenómeno que, antes de dicha medición, apenas existía; y se hace
atendiendo a unas competencias y a unos contenidos muy concretos, que no son
neutrales ni inocentes.
¿Qué se enseña?
Se enseña a no cuestionar el modelo financiero actual. Se
enseña a reproducirlo y a profundizarlo en nuestras acciones diarias sin hacer
preguntas. Para empezar, se asume que la responsabilidad pasa del Estado al
individuo. Para las entidades que “educan” en finanzas se vuelve una cuestión
fundamental “preparar nuestra jubilación”; ahorrar por si surgen “imprevistos
como la pérdida de empleo”; pagar “la cobertura de [las] necesidades de salud”;
o “financiar estudios”. Las instituciones públicas que deberían velar por el
bienestar social simplemente desaparecen de la ecuación, al alumnado se le
pinta un escenario en el que está solo ante el peligro –y ante las grandes
oportunidades que los mercados financieros parecen presentar-.
Desaparecen también las causas de índole estructural y se
impone un juicio moral sobre el endeudamiento. En una de las guías de educación
financiera editadas por los reguladores financieros se explica que: “mucha
gente trabaja duro durante años, pero por diversas razones nunca logra ahorrar
y vive mes a mes en situación precaria. (…) Todos debemos adoptar el hábito de
ahorrar”. La pobreza y la precariedad son ahora un problema de mal
comportamiento, de falta de ahorro y de educación, no una cuestión colectiva,
dependiente de las políticas actuales. La crisis, la regulación financiera, la
política, el rol activo del consumidor y del ciudadano… No están por ningún
lado. La libertad se circunscribe a elegir entre un producto financiero u otro,
basando la decisión en dos únicas variables: riesgo y rentabilidad.
La promoción de la
educación financiera: quién, cómo y por qué
La educación financiera se expandió por todo el globo de la
mano de la OCDE, gracias a la “estafa que llaman crisis” –permítanme utilizar
este maravilloso eslogan del 15M-, que supuso lo que el club de los países más
ricos llamó un “momento pedagógicamente aprovechable”, esto es, una coyuntura
en donde la población podía ser “más fácilmente convencida” de la necesidad de
educación financiera.
Entraron así en el juego el G-20, la Comisión Europea o el
Banco Mundial, ligando el “desarrollo” a la inclusión financiera y la
estabilidad de los mercados financieros a una mayor educación de toda la
sociedad. Para ellos, el foco del problema ya no está en la falta de
regulación, en la falta de ética de unos pocos, ni en el propio funcionamiento
de los mercados financieros, sino en los conocimientos, en los “valores” y en
las “actitudes” del conjunto de la población.
España hizo también sus deberes. El Banco de España y la
Comisión Nacional del Mercado de Valores, los reguladores de los mercados
financieros, desarrollaron módulos a impartir en diferentes materias. Los
contenidos mainstream se incorporaron a materias de Educación Primaria y Secundaria
y la LOMCE abrió la puerta a la creación de asignaturas de libre configuración
autonómica en educación financiera, que están ya en marcha en Comunidades como
Galicia o Castilla y León.
Además, la Asociación Española de Banca se jactaba de que
los bancos y las instituciones financieras habían llegado ya a cuatro millones
y medio de “beneficiarios”. Sus iniciativas son múltiples y variadas:
videojuegos, talleres en centros educativos, conferencias en universidades,
dinámicas para los más pequeños, clases en centros de mayores, concursos,
actividades extraescolares… Y la vida sigue, y aquí no pasa nada.
Sin embargo, a las instituciones financieras españolas esta
interpretación de las cosas les debe salir muy rentable. Ya no se encuentran en
el ojo del huracán. Tal vez por eso estén dedicando ingentes recursos a educar
en finanzas. Venden buen hacer y responsabilidad social mientras adoctrinan en
un sistema que les interesa y para el que necesitan la participación activa y
acrítica de todas y todos nosotros.
Alternativas: otra
educación financiera es posible
El sistema financiero parece situarse por encima del bien y
del mal, en algún lugar “ahí arriba”, lejos de la capacidad de intervención
política de los Estados. Al mismo tiempo, es protagonista de cada vez más
aspectos del día a día. Crece como una enredadera y, de repente, nuestra
existencia se vuelve imposible sin los productos bancarios. Pero el sistema
financiero depende de nuestras decisiones individuales y colectivas como
consumidores, y también como ciudadanos y ciudadanas.
Por eso la educación financiera debería atender a lo
personal, sí, debería ayudarnos a comprender facturas y recibos; pero también
tendría que prestar atención a la naturaleza misma del sistema, ayudándonos a
tener una perspectiva amplia y crítica que nos permita participar del debate
público en torno a qué mercados financieros queremos y en torno a qué papel
podemos y queremos jugar cada una de nosotras.
Dice el último Plan de Educación Financiera publicado por
los reguladores que de la “mejora de la cultura financiera de los ciudadanos”
–la que ellos quieren y buscan- depende “la sostenibilidad del mercado
financiero”. Si creemos en cambio en que el mercado financiero actual es
insostenible y que necesitamos una economía financiera diferente, no podemos
dejar que los agentes que promueven el statu quo traten de amaestrar marionetas
individualistas y silenciosas, sino contribuir a educar a las personas que
puedan imaginar, construir y desarrollar alternativas.
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