Por Carlos Berzosa
Nueva Tribuna.es,
23/01/2018.
En el Congreso de los diputados se ha creado una comisión
para investigar las causas de la crisis en España y para aprender de esa
experiencia con el fin de que no se vuelva a repetir. Han comparecido tres exministros de economía
(también ex-vicepresidentes) que han gobernado en el periodo en el que se
gestó, se desencadenó y se aplicaron medidas para tratar de resolverla. De sus
declaraciones poco se puede extraer para comprender algo de lo que pasó.
La crisis española tiene características propias pero no es
una crisis local sino global. El epicentro estuvo en Estados Unidos y de ahí se
contagió al resto, sufriendo más los países receptores del virus que quien lo
transmitió. La vulnerabilidad del sistema financiero mundial quedó de
manifiesto con el estallido de la crisis. Las tendencias de la economía mundial
anteriores a la Gran Recesión, que fueron favorables a la desregulación sobre
todo de las finanzas, marcaron unas pautas que siguieron prácticamente todos
los países. Los diferentes gobiernos tomaron medidas en la línea de favorecer
la globalización de las finanzas, la eliminación de regulaciones,
privatizaciones, flexibilización del mercado laboral y recortes al Estado del
bienestar.
Por esto es por lo que la bonanza aparente que se vivió a
principios del siglo actual se sustentó en la hegemonía de las finanzas que
favoreció las inversiones especulativas en mayor medida que las productivas, el
creciente endeudamiento privado, y el aumento de la desigualdad. La expansión
de las finanzas fomentó la aparición de burbujas inmobiliarias y bursátiles, de
manera que en el ciclo expansivo de principios de siglo se estaban sembrando
las semillas de la destrucción. La euforia que todo ello produjo alimentó más
un modelo que no se podía sostener con el paso del tiempo.
Estos comportamientos, como se puede ver, no solamente se dieron en Estados Unidos sino
que fue bastante generalizado por lo que una vez que se rompió la cuerda que sustentaba este edificio tan frágil todo
se vino abajo en casi todos los países, sobre todo del mundo desarrollado, pues
en todos ellos se habían sembrado esas semillas destructivas. El desencadenante
fueron las hipotecas basura en Estados Unidos, pero prácticamente cada país
tenía las suyas y la economía mundial estaba infestada de títularizaciones sin
ningún valor real.
Los organismos económicos internacionales, los gobiernos,
los dirigentes de la Unión Europea, la mayor parte de los economistas, cegados
por el crecimiento económico y la euforia que esto creaba no vieron venir la
crisis, a pesar del aviso que a principios de siglo se produjo con la caída de
las empresas de las tecnologías de la información y comunicación, y escándalos
como el de Enron. No solamente eso sino que saludaron a la nueva época como el
triunfo de la globalización, del mercado y del fin de los ciclos
económicos. Hubo, no obstante, una
minoría de economistas que sí alertaron del peligro en el que se estaba
incurriendo. Pero fueron acusados de ser los típicos aguafiestas y en
consecuencia no se les hizo caso.
A mi particularmente me llamó la atención cuando leí el
libro, antes del estallido de la crisis, de Reinert La globalización de la
pobreza (Crítica, 2007), que dice en la página 302:” El periodo actual
representa una coyuntura en la que pueden suceder muchas cosas. En primer
lugar, una crisis financiera importante es cada vez más probable, y habrá que
reinventar el keynesianismo en un contexto nuevo y global”. Tuvo razón en lo
primero, pues lo más probable se convirtió en realidad, pero no se le ha hecho
caso en lo segundo debido a que a pesar de todo no solo no se ha reinventado
nada, sino que se vuelve a las andadas
recomendando las mismas recetas que condujeron a la crisis. Los neoliberales
vuelven como zombies, como dice Krugman, pero vuelven.
Las lecciones de la crisis no están sirviendo para aprender
sino para seguir insistiendo en los mismos errores. La razón es que a las
elites políticas y económicas no les interesa cambiar el modo de funcionamiento
de la economía, pues a los ricos les va muy bien y no tienen enfrente
movimientos políticos y sociales potentes capaces de modificar y reformar lo
existente. Pero con esto se conduce al mundo por una pendiente con el aumento
de la inseguridad, el fraude, la desigualdad, el deterioro del medio ambiente y
cambio climático.
Por su parte al mundo académico dominante no le interesa
modificar los supuestos fundamentales en los que se basa la enseñanza de la
economía actual. Cuestionarse lo que se ha estado enseñando durante bastantes
años es algo a lo que no están dispuestos a hacer la mayoría de los profesores
pues ello supondría tirar por la borda parte o todo el esfuerzo de estudio e
investigación realizado durante tanto tiempo. Desaprender para volver a
aprender no es tarea fácil y a las que se esté dispuesto llevar a cabo. Por eso
la resistencia del pensamiento dominante al cambio de paradigma cuando la
realidad ha puesto de manifiesto los agujeros de esos principios económicos.
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