Por Eduardo Ríos
La Opinión de Zamora,
11/12/2018.
De un tiempo acá asistimos a ciertas prácticas bancarias de
dudoso contenido ético, cuando no ilegal, ante la pasividad de quienes debieran
velar por la protección de los afectados.
Las cláusulas suelo, por citar alguna, han sido condenadas
en sentencia que sentó jurisprudencia. Por si no bastara, la UE se ha
pronunciado en su contra por lo que tienen de abusivas. Es sólo un ejemplo de
las irregularidades. En realidad, los abusos de la banca son continuos, pero no
solo en lo que respecta al mercado hipotecario.
Según determinada ONG dedicada a la defensa de los
consumidores, la banca acaparó durante el primer semestre del año el 73 % de
las denuncias que les llegaron. Un porcentaje escandaloso jamás alcanzado por
un sector y que, a tenor de los datos, convierte en sospechosos a la mayoría de
productos bancarios. Y es que, cuando su venta es obligatoria, incluso el más
ingenuo puede resultar escandaloso.
Resulta que las entidades financieras han entrado en una
dinámica definida por el descaro. Consiste en la venta de productos y
servicios. Una actividad que, siendo legítima, ha degenerado en una especie de
locura por lo que tiene de obsesiva. El "beneficio a corto", que
dicen, es el nuevo becerro de oro para el banquero.
Hoy día, de lo que se trata es de vender... ¡Vender, vender,
vender! Vender fondos, tarjetas, seguros, planes de pensiones, de ahorro,
cualquier cosa. Lo que toque en cada momento. Vender a cualquier precio. Vender
a toda costa. Lo de menos son las formas, que sabido es cómo para el avaro todo
vale con tal de ver crecer sus monedas.
Me hablan de una pareja de jubilados que ha visto cómo su
inversión en un producto de "alta rentabilidad", según información
que le facilitó la entidad, se reducía de manera importante. Se trataba de lo
que llaman Bonos Subordinados y su transformación en acciones, exactamente en
el año 2012 y sin que los titulares pudieran evitarlo, supuso la pérdida de sus
ahorros y con ellos, quién sabe, si también la de una vejez sin sobresaltos.
Sucede que el banco "olvidó" comentar el riesgo de la operación. O,
tal vez, el empleado de turno no conocía el producto. Me da igual. En
cualquiera de los dos casos la situación no cambia.
Es tan solo un ejemplo de los abusos. En este caso los
Tribunales fallaron a favor de la pareja, pero no siempre es así. Para
desesperación de los afectados, son miles las denuncias sin respuesta. Los
usuarios no entienden esa especie de impunidad en la que parecen moverse las
entidades financieras. Tampoco la pasividad de quienes debieran velar por la
decencia de sus prácticas. Es como si en un repentino ataque de amnesia algunos
hubiesen olvidado la ética.
Y es que, con la ambigüedad moral como bandera, nada es lo
que parece en el mundo de las finanzas. Las oficinas de banca se han convertido
en bazares que gritan sus baratijas y sus gestores en pícaros mercachifles. No
siempre, es cierto. Pero sí con demasiada frecuencia.
Y si no todos, alguno al menos.
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