domingo, 2 de diciembre de 2018

La banca pública contribuye a impulsar la economía catalana


Por Cristina Puig
La vanguardia, 08/11/2018.

Cuando una persona quiere poner en marcha un negocio o emprender alguna actividad empresarial, lo primero que acostumbra a hacer es ir a su banco y cruzar los dedos para que le concedan un crédito. El problema es que a veces el proyecto que propone el cliente a su entidad implica asumir algunos riesgos que esta prefiere no correr, especialmente en tiempo de crisis cuando se cierra el grifo del crédito y entonces la financiación se tiene que ir a buscar a otra parte. Aquí es donde aparece la banca pública, que en Catalunya se identifica con el Institut Català de Finances (ICF), una entidad creada en 1985 con el objetivo de impulsar el crecimiento, la innovación y la sostenibilidad de la economía catalana facilitando el crédito al tejido empresarial del país y actuando como complemento del sector financiero privado. De hecho el ICF funciona como un banco, en el sentido que concede créditos a los clientes, pero sus parámetros de evaluación a la hora de concederlos son diferentes a los de la banca tradicional.

Desde el 2014 el ICF es miembro de la Asociación Europea de Bancos Públicos –que agrupa cerca de un centenar de entidades de 16 países de Europa– pero paradójicamente la actual normativa estatal no permite considerarlo un banco como sí ocurre en cambio con el resto de bancos públicos de la Unión Europea. Así que, a la espera de que la ley cambie, desde el ICF se quiere poner en valor el concepto de banca pública y todo lo que representa, haciéndolo atractivo y conocido no sólo entre la pequeña y mediana empresa -que es donde tiene su mercado principal- sino entre la población en general.

La proximidad geográfica y cultural de estas entidades las hace conocedoras de las necesidades de los emprendedores

¿Pero si tanto los bancos tradicionales como la banca pública funcionan como garantes del crédito, cuáles son los beneficios de tener un banco público en un territorio? Desde el ICF insisten que son complementarios y en ningún caso, competidores de las entidades privadas. Ahora bien, destacan que la banca pública tiene unas ventajas añadidas como son la proximidad geográfica y cultural y por lo tanto el conocimiento extenso de las necesidades empresariales del país. Además, a diferencia de los bancos tradicionales, las entidades públicas acostumbran a financiar sectores por los cuales los primeros no apuestan tanto, como el sector de la vivienda social, porque a menudo se trata de proyectos de perfil arriesgado. A diferencia de los bancos también, el ICF concede créditos a medio y largo plazo, es decir de entre 5 y 25 años para que el empresario pueda devolver el préstamo, y también dispone de líneas de financiación que tienen el apoyo de varios departamentos de la Generalitat que bonifican el tipo de interés, de manera que el empresario también sale beneficiado.

El 95% de la cartera de clientes del Institut Català de Finances son las pequeñas y medianas empresas y actualmente está financiando más de 5.800 proyectos por un importe superior a los 2.000 millones de euros.

Catalunya es un país de pymes. El 99,8% de su tejido empresarial son empresas que facturan menos de 50 millones de euros y tienen menos de 250 trabajadores pero en cambio, proporcionan el 75% de puestos de trabajo y suponen el 60% del producto interior bruto. Son por lo tanto el motor de la economía catalana y las principales demandantes de crédito. En más, hay que tener en cuenta que el 95% de estas pequeñas y medianas empresas son en realidad micro empresas de menos de 10 trabajadores –en Catalunya hay 525.000 autónomos– para las que el acceso a la financiación que ofrece el ICF es la única opción para poner en marcha su negocio. Josep-Ramon Sanromà explica que el papel del ICF “es dar crédito participativo en las fases iniciales y acompañar la empresa hasta que esta ya es autosuficiente y se puede financiar bien a través del capital riesgo o en el mercado alternativo bursátil”.

Ahora bien, si se quiere acceder a la financiación del ICF quien presente el proyecto no puede llegar sólo con una buena idea y las manos vacías sino que tiene que presentar un plan de negocio que sea viable y sostenible, que después será evaluado y también un compromiso firme de que el préstamo se podrá devolver. A diferencia de la banca tradicional, desde el ICF destacan que no piden compensaciones por el préstamo que ofrecen como por ejemplo obligar a contratar seguros, tarjetas o a domiciliar las nóminas y de aquí la diferencia con las entidades comerciales.

Sanromà insiste en la idea de que el ICF “no quiere competir con los bancos tradicionales sino hacer la función de complemento al sector privado y compartir la financiación de un proyecto”. Para explicarlo habla del “rol anticíclico” de la banca pública, en el sentido que facilitan el crédito cuando los bancos tradicionales son más restrictivos. Cuando eso ocurre es cuando la pequeña y mediana empresa encuentra el crédito que necesita para salir adelante. El secretario general de PIMEC, Antoni Cañete hace énfasis en la necesidad de que el empresario entienda que hoy día hay otros instrumentos de financiación aparte de los bancos que hay que tener en cuenta sobre todo porque “somos un país con los plazos de dilación de pago mayores de toda Europa –después de Grecia– que provoca que un autónomo pueda tardar más de 160 días en cobrar”.

Por lo tanto, el empresario no sólo tiene que tener crédito para poner en marcha un negocio sino dinero “circulante” que le permita vivir en aquellos momentos en que está pendiente, por ejemplo, de un cobro. Utilizando una metáfora, Antoni Cañete habla de “el aire para respirar” de una empresa, que es lo que facilitan instrumentos como la banca pública o el capital riesgo, porque si no sucede lo que pasó durante la última crisis y es que “1 de cada 3 empresas cerró por la falta de aire”, añade. Por eso insiste en hacer entender a los empresarios que deben que confiar en estos nuevos instrumentos de financiación y evitar que se produzca un hecho habitual como es que frunzan el ceño cuando se les habla del capital riesgo. Antoni Cañete cree que es un error porque “no queriendo compartir la empresa o con alguien más están dejando escapar una oportunidad de crecimiento y profesionalización”.

Las gestoras de capital riesgo son líneas de financiación con las que la banca pública también trabaja. El ICF ha invertido en 31 fondos por un total de 160 millones de euros con el objetivo de potenciar lo que se conoce en el mundo financiero como “efecto multiplicador” que se da cuando una gestora de capital riesgo se interesa por una empresa y provoca que el resto de inversores que hay alrededor también quieran participar en ella porque lo consideran un negocio más fiable. Los expertos aseguran que está demostrado que, por cada euro que el ICF invierte en un negocio provoca que el resto de inversores pongan 9. La gestora Suma Capital es una de las agencias de capital riesgo que trabaja con el ICF. Su consejero delegado, Enric Tombas pone en valor este modelo de accionistas porque “además del dinero, aportan credibilidad al proyecto, experiencia porque es un inversor profesional que ya ha recorrido este camino previamente y también un punto de ambición que ayude a un empresario a dar el paso adelante a la hora de hacer ciertas adquisiciones”.

Perder el miedo a crecer. Esta es una idea que aparece durante todo el debate, no sólo porque somos un país de pymes que tiene que ambicionar serlo de grandes empresas sino porque se debe perder el miedo a la hora de hacerse grande adquiriendo otras compañías. La empresa Agile Content es un ejemplo de empresa que recibió el apoyo del capital riesgo. Su fundadora Mónica Rayo dice que más allá del crecimiento orgánico de un negocio “es importante crecer en dimensión para poder competer a nivel global”. En su caso, se fundaron en el 2007 a través de la apuesta del capital riesgo y cuando el negocio ya estaba más maduro fueron al ICF y hoy ya están cotizando en el mercado bursátil alternativo.

La economía social y cooperativa es otro de los mercados importantes para la banca pública. En el caso del ICF en los últimos 5 años se han hecho 60 operaciones por valor de 11 millones de euros y hoy han puesto también el foco en la vivienda social de alquiler aportando 250 millones de euros para financiar la construcción y compra. Un caso de éxito de empresa social es el de los Talleres Guinardó que nació como una cooperativa de padres preocupados por el futuro laboral de sus hijos con discapacidad intelectual. Hoy se ha convertido en una empresa y de las 122 personas que trabajan, 91 tienen discapacidad intelectual. Su gerente, Imma Rigau valora muy positivamente la experiencia con el ICF porque “son muy sensibles con las entidades sociales sobre todo a la hora de evaluar la empresa más allá de los parámetros ordinarios con que lo hace un banco tradicional”. Es decir, más allá de los números ven, según Rigau “un proyecto social solvente”. Sanromà añade que el ICF “no subvenciona a fondo perdido sino que financia proyectos viables”, de aquí la diferencia con lo que se conoce como Obra Social.

Para el secretario general de la Asociación de Bancos Públicos Europeos, “la sostenibilidad de la banca pública en Europa como modelo de éxito es uno de los mejores indicadores de su éxito sobre todo en tiempo de crisis”. Según Marcel Roy “no se puede hablar de un caso de éxito absoluto porque cada país tiene su marco regulador” pero si tiene que poner un ejemplo le gusta recordar que gracias a la banca pública y los fondos Marshall “Alemania pudo reconstruir su tejido económico y social tras la Segunda Guerra Mundial”.

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