Por Alejandro Nadal
Rebelión, 18/08/2015.
El mito de la independencia del banco central es una falsificación ideológica
de gran relevancia en el mundo. También es un instrumento de dominación muy
eficaz. Los economistas convencionales le han tratado de dar una especie de
fundamento científico, pero la realidad es que esta leyenda carece de todo
sustento racional.
Los economistas y políticos que justifican la idea de la autonomía del
banco central esgrimen un argumento básico: al gobierno no se le puede tener
confianza para manejar la oferta monetaria. El seudo-razonamiento tiene
apariencia técnica: si el gobierno controla el banco central y gasta más de lo
que recauda e incurre en un déficit sistemático, echará a andar la maquinita de
imprimir billetes. Aumentará el circulante y la moneda perderá su valor al
desatarse la inflación.
Todo lo anterior suena lógico, ¿verdad? Y hasta los
estudiantes de economía que son torturados antes de sufrir una lobotomía en las
facultades y escuelas de economía en el mundo entero aprenden que existe una
“teoría cuantitativa de la moneda” que explica cómo aumentan los precios cuando
crece la oferta monetaria. Sólo que hoy sabemos que la teoría cuantitativa de
la moneda ha sido desacreditada en el ámbito de la lógica y que en el campo de
la política económica es destructiva. Finalmente, en el terreno de la realidad
empírica está basada en una idea de la creación monetaria que dejó de ser
cierta hace por lo menos 150 años. Vale la pena examinar cada uno de estos
puntos para entender los límites de la idea de la autonomía del banco central.
Primero el ámbito de la lógica. La teoría cuantitativa de la moneda
supone que los precios varían de acuerdo a la cantidad de moneda en
circulación. Pero eso depende del supuesto de que el producto total no varía al
aumentar el circulante. Pero eso es absurdo: el producto no tiene por qué
permanecer estático. Una vez que se abandona ese supuesto la relación entre
cantidad de moneda y precios (inflación) se derrumba. Esa y otras críticas
formuladas por Keynes en 1936 son definitivas.
Segundo, el campo de la política económica. La separación en compartimentos
estancos de la política fiscal y de la política monetaria pone de rodillas al
Estado moderno frente a los caprichos de los mercados financieros. Los poderes
soberanos se han degradado al rango de clientes del sistema financiero
internacional y los objetivos de desarrollo se someten a los dictados del
capital financiero. Además, la separación conduce a una falta de coordinación
entre la política fiscal y la monetaria. Las terribles consecuencias que todo
esto acarrea están a la vista en Europa y América Latina.
Tercero, el terreno de la realidad. Los primeros bancos centrales fueron
creados a finales del siglo XVII, pero su capacidad de mantener el monopolio de
creación monetaria duró poco. El desarrollo del sistema bancario a partir de la
segunda mitad del siglo XIX permitió a una parte del sector privado
reapropiarse de la facultad de emitir dinero. Los bancos privados crean dinero
cada vez que hacen un préstamo y la actividad económica está íntimamente
asociada a esta forma de operación de los bancos privados. Si una empresa
solicita un crédito y las expectativas son buenas, el banco le hará un
préstamo, tenga o no reservas. Es decir, le abrirá una cuenta y le entregará un
medio de pago que será reconocido por todos los demás bancos (por ejemplo, una
chequera y una tarjeta de débito). Ese medio de pago es moneda, aunque no haya
sido emitida por el banco central.
Los medios de pago emitidos por los bancos privados son simples promesas
para entregar dinero base o de alto poder (un cheque es una simple promesa de
entregar a la contraparte una cantidad de pesos, dólares o euros). Por eso
muchos creen que en última instancia las reservas controlan la cantidad de
préstamos que pueden hacer los bancos. La realidad es otra: es la actividad de
los bancos la que le dicta al banco central cuántas reservas debe emitir. El
banco central no regula las reservas de la banca comercial, es la banca
comercial la que dicta el monto de las reservas.
La idea de que los gobiernos son irresponsables es la piedra de toque de
todo el razonamiento sobre la autonomía del banco central. Pero todo esto
entraña una enorme contradicción. ¿Qué no se supone que en una democracia las
operaciones del banco central estarían sujetas a una sana disciplina? Vaya,
perdón, pero qué pregunta más impertinente si ahora ya sabemos que la
democracia ha muerto.
En el espacio de la reflexión política, una de las tragedias de nuestro
tiempo es la aceptación de las izquierdas en casi todo el mundo de esta idea de
la necesidad de mantener la autonomía del banco central. Como si la
fantasmagoría de los “pensadores” de la derecha fuera reflejo de una realidad y
una necesidad. La obsesión del mundo financiero para recuperar el control sobre
el dinero es una vieja historia en todo el mundo. Hoy en Europa este problema
es parte medular del nuevo modelo de explotación y dominación que se erige en
el continente.
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