Por Vicente Clavero
Público.es, 23/0572014.
Los desahucios que de tanto en
tanto nos muestra la televisión son sólo la punta del iceberg de un drama de
dimensiones impresionantes. Sólo durante el año pasado, fueron desalojadas de
sus viviendas 1.668 familias, lo que hace una media de casi cinco diarias. La
casa la perdieron más, muchas más; en concreto, 38.961, según los últimos datos
oficiales. Lo que pasa es que la inmensa mayoría o la habían abandonado ya para
evitarse el mal trago o la habían entregado para sufragar parte de sus deudas.
Y eso sin contar las segundas residencias, que elevan hasta 50.000 el número de
familias que se quedaron en 2013 sin alguna de sus propiedades inmobiliarias.
Dada la rotunda negativa del
Gobierno a imponer la dación en pago, muchas de ellas ni aún así se han librado
de sus hipotecas. Esa situación doblemente penosa se hizo extensiva el año
pasado a más de 30.000 casos, incluido el 26% de los que se saldaron con
acuerdo entre el deudor y su banco. Por cierto que tales acuerdos disminuyeron
un 9,1% en 2013, a pesar de que desde mayo estaba en vigor la nueva ley
hipotecaria, cuyo principal objetivo era fomentarlos. De poco ha servido, pues,
un cambio normativo que Soraya Sáenz de Santamaría presentó en su momento con
lágrimas en los ojos, emocionada por la sensibilidad del Gobierno, que acababa
de aprobar el proyecto.
De todas formas, por desgracia,
la nueva ley hipotecaria va a tener todavía muchas ocasiones de poner a prueba
su efectividad. Aunque experimentó una pequeña bajada en marzo, la morosidad
sigue por encima del 13%, incluso en plena sequía de crédito. No toda tiene que
ver con el ladrillo, naturalmente; pero sí una parte significativa, que además
es imposible que disminuya mientras continúen los actuales niveles de
desempleo. En un país con casi seis millones de parados y en el que más 700.000
familias no perciben ningún ingreso, ¿cómo no se van a dejar de pagar las
hipotecas? Lo que sí se podría evitar es el terrible espectáculo de los
desahucios, pero para eso hace falta una voluntad política que ni existe ni es
probable que exista en mucho tiempo.
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