Por Pedro Luís Angosto
Nueva Tribuna.es,
23/04/2015.
Desde sus inicios allá por el
siglo XIV en las ciudades-estado italianas y en las asociadas a la Liga
Hanseática báltica, la banca ha sido institución clave para el desarrollo del
capitalismo. En aquellos lejanos tiempos, los primeros banqueros, mediante la
fundación de sociedades comanditarias, prestaban dinero a quienes no lo tenían
pero ofrecían posibilidad bastante segura de negocio, de tal manera que al
final de la entente quien había realizado el negocio se llevaba la mitad del
beneficio y el prestamista la otra mitad. Bien es verdad que el banquero de
entonces corría un riesgo sentado en su sillón, por ejemplo si el negociante
iba con un barco a Las Molucas a por especies y naufragaba o decidía dedicarse
al “dolce far niente” en los Mares del Sur, pero normalmente volvía porque la
riqueza lo es mucho más en el país de origen que dónde nadie te conoce.
Partiendo de lo que sucede en los
casinos, siempre se ha dicho que la banca nunca pierde, y así fue hasta hace
unos años, cuando la banca glotona pisó el acelerador y, con la colaboración de
los gobiernos, decidió ir a por todas. España, país corrupto dónde los haya
porque no ha sido capaz de deshacerse ni del paisanaje ni de la terrible moral
franquista, fue asolada por las prácticas financieras odiosas desde que José
María Aznar, Rodrigo Rato, Mariano Rajoy y todo aquel gobierno
neofranquista decidió convertir el suelo del país en un inmenso solar y
prescindir de los controles necesarios para saber qué pasaba con el crédito.
Libres de cualquier atadura –el Banco de España estaba de oyente, disfrutando
de la vida amable que le deparó la aparición del BCE-, los banqueros patrios y
los de allende los Pirineos, se lanzaron a dar créditos al consumo e
hipotecarios con muy pocas garantías y muy por encima del precio real del bien
hipotecado. A nadie se le puede escapar el derroche de simpatía de que hacían
gala los directores de banco de cualquier sucursal del país cuando acechaban a
alguien a quien poder colocarle un préstamo: “No, no, tu piso no vale ocho
millones, mira yo te lo valoro en trece y además toma otros dos para el coche
nuevo y una vacaciones en el Caribe…”. Jamás, ni en tiempos de Colón, hubo
tantos españoles durmiendo entre cocoteros, daiquiri en mano, en las playas del
Caribe. ¡¡¡España era una fiesta!!! Habíamos llegado al pleno empleo, nos
traíamos a cientos de miles de inmigrantes para maltratarlos y que hiciesen los
trabajos que ya no estábamos dispuestos a hacer porque teníamos las uñas
limpias, la panza oronda como el Buda feliz del chino del barrio y la cabeza
más vacía que un huevo huero. Pero claro, yo –que no soy un profesional de la
pasta- no daría dinero nunca a quien no estuviese en disposición de devolvérmelo
en determinado plazo, yo no fiaría nunca mi negocio en pronósticos hechos por
eunucos que vendían en los medios que el paraíso ya estaba aquí, yo no me
habría dedicado jamás –y no tengo consejos de administración multimillonarios
ni asesores ni miles de analistas- a promover y construir cientos de
miles viviendas en un país en el que todo el mundo sabía que la demanda se
justificaba sólo en la especulación, y un día, como ocurre con todas las
burbujas, el chanchullo pinchó dejando tras sí un tejido productivo destrozado,
millones de parados que no podían hacer frente al pago de la hipoteca que tan
irresponsablemente le habían hecho firmar entre lisonjas las entidades
financieras y a éstas completamente arruinadas por su codicia infinita e indecente.
El Estado vio como descendían sus ingresos, los bancos como en sus almacenes se
amontonaban toneladas de hormigón y ladrillo, y las personas como desaparecía
el tan cacareado paraíso y se avenían, sin estación previa, los fuegos del
averno.
La situación se hizo crítica,
pero en vez de salvar a las personas, Gobierno y Banca decidieron salvarse a sí
mismos. El Estado, que tenía una deuda perfectamente digerible hasta 2011,
decidió endeudarse sin límite para que las marcas bancarias no sufrieran
menoscabo. Mientras las personas agonizaban, se suministró a la banca todo el
dinero del mundo para que ésta comenzase a desahuciar y lanzar con carácter
ejemplarizante, para que con el dinero de todos comprase bonos y obligaciones
del Estado a intereses usureros, haciendo que la deuda del Estado que la
rescataba fuese cada día mayor dentro de un círculo vicioso que sólo ha traído
miseria, abuso, injusticia y destrucción. Habían decidido que ellos eran
lo único importante. Ante el oscuro panorama que se presentaba, los gobiernos
debieron haber optado por nacionalizar la banca y encarcelar a todos los
banqueros que habían participado en esa tremenda estafa, asegurando mediante
una banca pública bien gestionada tanto la vivienda de quienes no tenían otra
casa para vivir como los dineros de los pequeños ahorradores. Al optar por la
peor de las soluciones, optaron también por dar todo el poder a quienes habían
provocado la crisis y hete hoy aquí, con los bancos arruinados y arruinadores
convertidos en la institución más poderosa del país, sin suministrar crédito,
sin pagar un real por los dineros que se depositan en ellos, sacando dineros a
paraísos fiscales, participando en todas y cada una de las empresas públicas
privatizadas, con jueces, políticos y policías a su servicio para echar a las
personas de sus casas, repartiendo miseria, maniatando a la economía
productiva, convirtiendo al Estado Democrático en una caricatura putrefacta que
liquida servicios públicos y reprime para acrecer las ganancias de los
plutócratas.
Con la ayuda imprescindible de un
Gobierno que ignora deliberada e interesadamente que significa la palabra
Democracia, la banca, principal enemigo del pueblo, ha pasado en seis años de
los estertores de la muerte a la juventud más vigorosa. Suyas son nuestras
casas, suya es la Hacienda, suya la política económica y la economía política,
suya la voluntad de los políticos, la política y la apolítica, suya la
soberanía nacional, suya la geografía, ¿por qué y para qué iba a prestar dinero
en condiciones asequibles? Dedicados todos los esfuerzos patrios a su
salvación, el nuevo encumbramiento de la banca se ha hecho diezmando la Sanidad
y la Educación Pública, laminando el inalienable derecho de toda persona a
vivir en una vivienda digna, destruyendo el tejido productivo, devaluando al
país, liquidando el imprescindible consumo interno y generando unos índices de
pobreza y exclusión desconocidos en España desde 1975. Hoy la banca tiene la
sarten por el mango, dirige nuestras vidas y nos lleva al pasado con botas de
siete leguas. Sólo una regeneración democrática decidida, un grito abrumador de
vitalidad y dignidad puede salvarnos de esa hidra de siete cabezas que hace
tiempo dejó de cumplir con la misión que tenía para estrangularnos.
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