Por Augusto Klappenbach
Público.es, 29/04/2015.
La frase del título es una
variante del famoso cartel que se colocó en la sede de la campaña electoral de
Bill Clinton en un tablón de anuncios y que decía “¡la economía, estúpido!”,
pretendiendo indicar el eje que debía adoptar esa campaña. Haciendo uso del
derecho que nos asiste a todos los ciudadanos de hablar de economía sin ser
economistas, similar al que tienen los pacientes de opinar acerca de la
atención que reciben sin necesidad de ser médicos, me permito plantear algunas
cuestiones acerca del papel de las finanzas en nuestra vida económica,
reconociendo la necesidad de opiniones mejor fundadas sobre el tema.
Parece claro que el monopolio por
parte del Estado de toda la gestión económica de un país conduce al fracaso, en
la medida en que la burocracia, la corrupción y la consiguiente ineficiencia
son una consecuencia inevitable de ese exceso de centralización. Aunque algunas
actividades económicas exigen la intervención de los poderes públicos –como la
energía, los transportes, la sanidad, la educación, etc.- muchas otras
funcionan mejor dirigidas por quienes viven de ellas, cuya gestión se vincula
directamente con los resultados que obtienen. Y la experiencia de algunos
países en los cuales se ha pretendido confiar al Estado hasta los restaurantes
de barrio demuestra las consecuencias negativas de aplicar dogmatismos rígidos
a la economía.
Esto sucede con la economía
productiva, que requiere controles e intervención de los poderes públicos pero
no su monopolio. Pero ¿puede extenderse este criterio al manejo de las
finanzas, esa enorme burbuja abstracta que ha nacido de la economía productiva
pero que ha logrado independizarse de ella y multiplicarse hasta superar varias
veces la creación de riqueza de todos los países de la tierra? Mientras la
economía productiva está medianamente sujeta a la legislación aprobada por cada
país, las finanzas tienen medios para eludir cualquier control de los poderes
públicos. No solo por su refugio en los paraísos fiscales, algunos de ellos
afincados en la misma Europa, sino por los resultados de una globalización que
les permite moverse libremente entre las fronteras. Privilegio, dicho sea de
paso, del que no gozan los seres humanos, para los cuales se construyen vallas
agresivas y crecientes controles.
La reciente crisis ha demostrado
cumplidamente la capacidad del manejo privado de las finanzas para poner en
peligro la economía mundial. No hay que olvidar que Lehman Brothers y tantos
otros centros financieros que provocaron la crisis no son precisamente de
carácter estatal. Y si se pretende descalificar cualquier intento socializante
invocando el fracaso de “socialismo real”, con el mismo derecho se podría sacar
como conclusión de esta crisis que la gestión privada de las finanzas conduce
al desastre.
¿No habrá llegado el momento de
confiar a los poderes públicos esa gestión? Por supuesto que esto no implicaría
una garantía de eficiencia ni de honestidad, pero al menos las decisiones
contarían con una legitimidad democrática de la que carecen los anónimos
gestores de los fondos de inversión, y sería posible pedir responsabilidades
por sus errores y acudir a los tribunales cuando sea necesario. El manejo de
una banca pública estaría sujeto a la publicidad y la supervisión de la
oposición y de los ciudadanos y su destino podría orientarse a financiar
necesidades reales de la sociedad antes que a un improductivo juego de casino
en el cual el dinero crece en una espiral autoerótica. No se trataría, por
supuesto, de reeditar la nefasta experiencia de las cajas de ahorro, confiadas
a directivos que en el mejor de los casos lo ignoraban todo acerca de la gestión
financiera y en el peor eran corruptos y delincuentes. Como cualquier banco, un
banco público debe ser eficiente y gestionar el ahorro de sus clientes para
invertirlos según criterios productivos que aseguren su rentabilidad y no
convertirse en una agencia de colocaciones para políticos inútiles o en una
sociedad de beneficencia, de modo que sus directivos deben ser bancarios
cualificados. Esta gestión pública podría coexistir con la gestión privada de
algunos bancos, sujetos a una legislación más restrictiva que haga imposible
esos juegos de casino capaces de desestabilizar al Estado.
¿Resulta utópico un cambio de
esta naturaleza? Probablemente. Pero no parece más utópico que el intento de
regular legislativamente el ejercicio de la gestión financiera; ni siquiera ha
sido posible implantar la modesta tasa Tobin, ante la amenaza constante de fuga
de capitales. Y los políticos saben que cualquier novedad legislativa que trate
de controlar eficazmente los mercados financieros será superada en poco tiempo
por nuevas artimañas amparada en su extraterritorialidad. Tampoco sería
necesario un cambio brusco: ya existen bancos públicos, que con el tiempo
podrían convertirse en referentes para la actividad financiera del país, en la
medida en que se estableciera una relación distinta con el Banco Central
Europeo, ya que una medida de este tipo requiere el apoyo de un banco central
que hasta el momento se ha caracterizado por defender los intereses de la banca
privada antes que las necesidades de los países que han aportado sus fondos. De
hecho, uno de los mayores escándalos de esta crisis consiste en las condiciones
favorables de los créditos que el banco europeo concedió a la banca
privada para que esta, a su vez, prestara ese mismo dinero a los Estados a
intereses muy superiores, convirtiendo así la deuda privada en deuda pública.
Como es evidente, la raíz del
problema no es financiera sino política. Se sabe que quienes manejan las
finanzas nunca buscarán otra cosa que su propio interés inmediato; corresponde
a los políticos la tarea de domesticar al capital financiero, y no parece que
exista otro camino para ello que la gestión pública de esos capitales para
asegurar controles democráticos que no serían posibles mientras estén en manos
de especuladores. Y tampoco vale aducir la imposibilidad de estos cambios hasta
que no sean adoptados universalmente: en la actualidad nada impide a uno o
varios países promover una banca pública eficiente ni a sus ciudadanos
confiarle sus ahorros, aun cuando sus resultados sean limitados.
Un año antes de morir, Santiago
Carrillo publicó dos artículos en El País (11/4 y 4/8 de 2011) que
merecen ser releídos, independientemente de la opinión que se tenga sobre su
autor. Dice en uno de ellos: “El capitalismo puede subsistir en la economía
productiva, en la industria, la agricultura, el comercio, los servicios,
desapareciendo los “mercados”. La transformación del sistema financiero –“los
mercados”- en un servicio público, a cargo de los Estados y en el plano global
de los organismos adecuados, bajo el control de la comunidad internacional,
aseguraría el crédito sin su acompañamiento actual, la especulación. El sector
productivo es el que crea la riqueza real.” La organización internacional ATTAC
lleva muchos años tratando de introducir racionalidad en el manejo del dinero,
luchando por una tasa a las transacciones financieras y la creación de una
banca pública. Es evidente que el mundo financiero nunca escuchará estas
pretensiones, pero estamos en nuestro derecho de pedírselo a los políticos.
Disponible en:
http://blogs.publico.es/dominiopublico/13213/son-las-finanzas-estupido/
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