Por Emir Sader
Público.es, 05/09/2015.
La financiarización significa que
el dinero lo invade todo. Que el capital especulativo es el hegemónico.
Los bancos ya no prestan para inversiones productivas o para que la gente
compre lo que necesita o para que se hagan investigaciones. No, los bancos viven
de la compra y venta de papeles. Cuando anuncian al final de cada día el
capital que han movido en la bolsa de valores, lo cierto es que no se
ha producido ni un solo bien, ni se ha generado ni un solo empleo.
El capital financiero nació para
apoyar a la agricultura, el objetivo primigenio consistía en adelantar capital
para recuperarlo después de la cosecha. Hoy ese capital pertenece al sector
hegemónico de las economía y ha pasado a ser un fin en sí mismo.
Cuando se agotó el ciclo anterior
del capitalismo el diagnóstico triunfante venía a decir que la economía
había dejado de crecer porque había demasiadas trabas, demasiadas regulaciones.
Debíamos acabar con ellas y, según Ronald Reagan, así la economía volvería
a crecer y todos ganarían de nuevo.
Las regulaciones fueron
canceladas —programa central del neoliberalismo—, pero no se retomó el
crecimiento. Porque, como decía Marx, el capital no está hecho para producir,
sino para acumular. Sin trabas, el capital se transfirió, en cantidades
gigantescas, al sector financiero, que es donde gana más, paga menos impuestos
y tiene liquidez total.
Liberado de trabas, el capital se
concentró en su forma financiera como capital especulativo, de tal forma
que solo vende y compra papeles, y se nutre del endeudamiento —de
países, de empresas, de personas—. En resumen, se alimenta de deudas y,
al mismo tiempo, alimenta dichas deudas.
Cuando empezó la crisis actual en
el centro del capitalismo, Obama solía decir que había que salvar a los
bancos, de lo contrario terminarían por desmoronarse sobre
nuestras cabezas. Así fue como se salvaron los bancos, en detrimento de
los países, los principales damnificados.
En un mundo dominado por el
dinero, no cabe la política como espacio de decisión de las personas sobre el
destino de la sociedad. Pueden pronunciarse, pero si se pronuncian por
una lógica que no coincide con la de los bancos, estarán abocados a la
frustración, ya que las redes del poder no dejan espacio para otra lógica que
no sea la de la especulación financiera.
Hacer política es por
ello enfrentarse a la lógica capitalista contemporánea, la lógica
neoliberal, que busca imponer los intereses del capital financiero. El que
entre en esa lógica, termina siendo devorado por ella. Hacer política es
construir alternativas que privilegien las políticas sociales y no los ajustes
fiscales, los procesos de integración regional y no los Tratados de Libre
Comercio, que recuperen la capacidad de acción y de hacer política de los
Estados y de los gobiernos.
Actuar en esa direccion es estar
condenado por los organismos financieros internacionales, por los grandes
medios, por los partidos tradicionales. Pero es la única forma de
preservar el derecho de la gente de escoger su destino, en contra del
destino definido por el dinero y los bancos.
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