Por Miguel de la
Balsa
Estrella digital.es,
12/06/2016.
La banca nunca cayó especialmente simpática. Los banqueros,
por otra parte, siempre han sido expertos en distinguir entre imagen y
reputación. Además, siempre consideraron que el balance era la medida de todas
las cosas.
La crisis no solo ha traído una caída de imagen. Las malas
prácticas, la toxicidad de muchos activos y algunos productos trampa
comercializados han hecho trizas la reputación. Para colmo, el balance está
dejando la rentabilidad por debajo de cualquier estándar seguro.
En realidad ni los banqueros se gustan a sí mismos. “El
negocio de la banca convencional no es suficiente para el cliente” ha declarado
Francisco González, Presidente de BBVA. La duda es si las entidades financieras
serán capaces de afrontar el futuro.
En primer lugar, la banca no se inserta en nuestra forma de
vivir. No ha encontrado la forma de relacionarse con la cultura tecnológica que
hemos incorporado a nuestra vida. El último recuerdo de nuestras agencias es el
de unos tipos que trataban de vendernos compulsivamente productos
ininteligibles para, inmediatamente, pasar a relacionarnos con máquinas. En un
mundo en que se comunica con sensaciones, la oficina bancaria se ha convertido
en antipática.
En realidad, esa oficina se compadece con uno de los más
odiosos rasgos de la banca moderna: las comisiones. La reducción de márgenes
solo ha dejado una alternativa: aumentar los ingresos vía comisiones. Joaquín
Maudos afirma en un informe del Instituto Valenciano de Investigaciones
Económicas que “en 2015 las comisiones supusieron el 22% de los ingresos netos,
el mayor porcentaje en cuatro años”.
La estructura de la banca es muy pesada. "Los gastos
deben caer en el futuro", es el mantra. Se han cerrado el 32% de las
oficinas bancarias desde 2008 y se han reducido las plantillas en un 27%. ¿Qué
más hacer? El Presidente de Bankia, Gorigolzarri, parece haber encontrado un
camino adicional: los trabajadores y trabajadoras de banca cobran mucho, tienen
salarios que se corresponden con la vieja productividad.
El nuevo camino anunciado son las fusiones encaminadas a
reducir los costes y mejorar la rentabilidad. El problema es que esto no
mejorará el crédito social de las entidades. Por un lado, el regulador europeo
persiste en fusiones transfronterizas; por otro, los monstruos a crear serán
demasiado potentes para la nueva cultura de transparencia y control social
nacida tras la crisis.
Los reguladores y supervisores financieros son otra fuente
de preocupación. Tras prometer un día sí y otro también el final de la
inestabilidad no dejan reclamar más capitalización. Señal que es interpretada
por los mercados y por los usuarios como falta de transparencia sobre el
sector.
Los supervisores, como la ciudadanía no se fían de los
banqueros. Existe no solo la impresión de que han recurrido de nuevo, para
salvar el modelo de negocio, a nuevos tipos de crédito de riesgo (los créditos
estructurados) o vuelto al ladrillo, sino que no logran desprenderse de sus
activos tóxicos .En todo caso, las exigencias de capital y provisiones siguen
creciendo, lastrando las cuentas de explotación.
Presa de grandes estructuras sin otra vía de escape que hacerse más grande, la banca moderna no podrá enfrentarse a la nueva banca, basada en la flexibilidad de las nuevas tecnologías. El retraso en lo que se denomina 'fintech' ha abierto el camino a nuevos operadores que ya crean pánico en los reguladores y los mercados. La entrada de Google o incluso Telefónica en algún segmento de la operativa bancaria son hoy rumores pero indican que cualquier entidad, por pequeña que resulte, puede poner en riesgo el negocio tradicional.
Presa de grandes estructuras sin otra vía de escape que hacerse más grande, la banca moderna no podrá enfrentarse a la nueva banca, basada en la flexibilidad de las nuevas tecnologías. El retraso en lo que se denomina 'fintech' ha abierto el camino a nuevos operadores que ya crean pánico en los reguladores y los mercados. La entrada de Google o incluso Telefónica en algún segmento de la operativa bancaria son hoy rumores pero indican que cualquier entidad, por pequeña que resulte, puede poner en riesgo el negocio tradicional.
Porque en realidad este es el núcleo del asunto: ni el
negocio funciona, ni la banca satisface al usuario. En 2015 los resultados supusieron un 12,8%
menos que en el año anterior. 2016 muestra la misma tendencia hacia la atonía.
El Banco de España ha anunciado una “revisión de los modelos de negocio"
de los bancos más relevantes. La cuestión es que nadie sabe que modelo de
negocio debe implantarse.
Todo el proceso viene enmarcado en un contexto de imagen de
insuficiencia ética. No deja de ampliarse la información sobre una inacabable
complicidad de la banca en el relato de codicia en que se convirtió la burbuja.
El problema es que los jueces están poniendo precio, para enfado del Presidente
de Bankia, a la insuficiencia ética: un correlato de sentencias inacabables que
lastran la cuenta de resultados.
Los banqueros se situaron fuera de la realidad. Solo el
segmento Cajas era el culpable. Estrategia que ha resultado suicida. Aún hay
banqueros que afirman que no se ha rescatado bancos sino a depositantes o que
persisten en afirmar que sus productos son los más baratos de Europa. La cuestión
es como que recuperar la confianza cuando el balance no funciona.
Sin modelo de negocio y encerrada en su mundo. Incapaces de
reconstruir una banca ética e insertarse, mediante la tecnología, en la vida de
la gente, abocada a fusiones de dimensiones incompresibles para el usuario, la
banca solo sugiere tres caminos a corto plazo: comisiones, nuevos créditos de
riesgo y reducción de salarios y plantillas. El regulador no quiere volver a
pasar por esa pesadilla. Ya ven diez razones para odiar a la banca moderna.
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