Por Fernando López Agudín
Público.es, 06/06/2016.
El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, acaba
de reclamar que se abarate aún más el despido y que, por supuesto, se vuelvan a
reducir los salarios. Pese a su rimbombante puesto, es bien sabido que nada
gobierna y que se limita a hablar por la boca del gobernador del Banco Central
Europeo, Mario Draghi, y del Presidente de Gobierno en funciones, Mariano
Rajoy. Una vez más, bajo una apariencia técnica, propone aplicar aquellos
recortes que la Moncloa prometiera en su día, bajo cuerda, a Jean Claude
Juncker. Y si bien ha perdido la soberanía monetaria, que le permitía emitir
moneda propia, no ha dejado nunca, ni por un segundo, de emitir ideología de
los poderosos a raudales.
Probablemente la principal asignatura pendiente, desde la II
Restauración de la Monarquía de los Borbones, sea la liberación del Banco de
España de las manos de las grandes familias que lo vienen controlando desde la
dictadura de Franco. Planteada tímidamente en 1983, por algunos pocos ministros
del primer gobierno González, fue rápidamente arrinconada por Miguel Boyer y,
más tarde, borrada por Carlos Solchaga. Si se repasa la lista de todos los
gobernadores de estos últimos cuarenta años, es fácil comprobar como sus
nombres y apellidos, así como los de los sucesivos ministros de Hacienda,
corresponden siempre a altos funcionarios estatales vinculados directa e
indirectamente a grandes estructuras privadas.
La supeditación del Banco de España al Banco Central Europeo
desmintió de inmediato las esperanzas de los euroilusos que estimaban que
Europa era la solución al problema de España. La afirmación de Ortega y Gasset,
España como problema y Europa como solución, sólo hubiese sido viable si la
construcción europea se hubiera abordado bajo la fórmula de unos Estados Unidos
de Europa, tal como sostenía Trotsky. La Unión Europea de los mercaderes ha
empeorado la herencia genética del Banco de España. La combinación entre los
intereses de los poderosos, de más allá y más acá de los Pirineos, ha sido
letal para la inmensa mayoría de la sociedad española.
Es evidente que la necesaria denuncia de la política social
de Rajoy y del Partido Popular sería incompleta, si a la vez no se denuncia a
Draghi y al resto de los comisarios de los organismos europeos. La tercera
reforma laboral que propone Linde no es más que la continuación de las
aplicadas antes bajo los gobiernos de Zapatero-Rajoy, y responde a las
exigencias de ese sindicato de intereses que es el Banco Central Europeo. No es
un problema que vaya a resolverse cambiando meramente el apellido del inquilino
de turno de la Moncloa o de la sigla política que la ocupe. Sin una alternativa
progresista, basada en la alianza del
PSOE con Podemos e IU, no cabe marcarse como primer objetivo la
liberación del Banco de España.
Llama particularmente la atención que cuando arde París— la
movilización social contra la reforma laboral a la española que intenta aplicar
el socialista Manuel Valls—, se proponga hoy en Madrid un endurecimiento de esa
misma legislación antisocial rechazada en Francia. Máxime cuando dentro de unos
días comienza una campaña electoral, protagonizada por la propuesta continuista
del Partido Popular y la alternativa de Unidos Podemos. Parece como si se
buscara una radicalización social, provocando a los sindicatos, en una
coyuntura en la que, según todas las encuestas, Garzón e Iglesias pisan los
talones a Rajoy. Porque la declaración de intenciones de Linde no es una
filtración, como lo fuera ayer la de Juncker, sino una declaración oficial, muy
medida, del Banco de España.
Probablemente, la polémica pública en el PSOE, que
protagonizan Jordi Sevilla, contrario a pactar con Podemos, y Josep Borrell,
partidario de intentar acuerdos con Podemos, puede estar también detrás de esta
inesperada proclama de Linde. Antagonizar las contradicciones internas del
socialismo, a fin de evitar su giro progresista, tras las urnas del próximo 26
de junio, es un objetivo coherente y en línea con las múltiples tentativas de
enfrentar a Sánchez con Garzón e Iglesias, bien patente en los camisas viejas
socialistas tan conectados desde hace más de cuatro décadas con el Banco de
España. Nada inquieta hoy más a los poderosos que una posible confluencia
del PSOE con Unidos Podemos. Impedirla
es la tarea a la que se dedican algunos con fruición tanto dentro como fuera de
Ferraz.
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