Por Antoni Garrido
El Periódico, 25/04/2017.
Pese a haber saneado considerablemente su balance y haber
conseguido volver a generar beneficios, la mayoría de los grandes bancos europeos
cotizan en estos momentos por debajo de su valor en libros, siendo básicamente
dos las razones que se esgrimen para justificar esa situación. La primera de
ellas es la existencia de una considerable incertidumbre sobre el marco
regulatorio. No son pocos en este sentido los que sostienen que Basilea III se
ha quedado corto y defienden en consecuencia volver a elevar los niveles de
capital exigidos a las entidades bancarias, especialmente a las globales y/o
sistémicas. Los reducidos tipos de interés actuales, la previsión de que se
mantengan en esos niveles durante un periodo de tiempo prolongado y la
debilidad de la demanda de crédito, se prosigue, impedirán a los bancos volver
alcanzar los niveles de rentabilidad obtenidos en el pasado, justificando así
la corrección de su valor.
Para otros, las bajas cotizaciones actuales de los bancos
reflejan las dudas de los inversores sobre su viabilidad futura dada la
creciente competencia a la que se van a tener que enfrentar como consecuencia
del desarrollo de las llamadas compañías 'fintech'. Más ágiles y menos
reguladas que los bancos tradicionales, tales entidades pueden ya satisfacer
gracias a la tecnología la práctica totalidad de las necesidades (colocación
del ahorro, sistemas de pago, asesoramiento financiero y financiación) de los
consumidores finales; y lo pueden hacer a un coste inferior a los bancos
tradicionales, ya que no tienen que rentabilizar costosas estructuras de
personal y de red como sus competidores.
Invertir en tecnología y adquirir (o aliarse con) las
empresas 'fintech' más exitosas han sido las estrategias principales que han
seguido hasta la fecha los bancos tradicionales para hacer frente a la
disruption digital. Desde esta perspectiva, más que a una revolución estaríamos
asistiendo a un rediseño, uno más a lo largo de la historia, de la relación
banca-cliente que, como siempre, se saldará con la potenciación de nuevos
canales (móviles y redes sociales en este caso) en detrimento de otros (sucursales).
La implantación de los cajeros automáticos, el desarrollo de la banca
telefónica e incluso la banca por internet serían en este sentido ejemplos
claros de cómo la banca ha sido capaz de adaptarse a lo largo del tiempo al
progreso tecnológico.
Cambio de modelo
No parece, sin embargo, que lo anterior vaya a ser
suficiente en esta ocasión. Y no lo va a ser porque la digitalización, la
robótica, la inteligencia artificial, el 'big data', etc. van a cambiar de raíz
el modelo de hacer banca e incluso el marco monetario, ya que facilitarán la
aparición de nuevas monedas -públicas o privadas- de carácter digital. Los
bancos tendrán pues que 'embracing disruption', esto es, tendrán que de dotarse
de la estructura, las aplicaciones y el personal con el talento necesario para
poder competir en ese nuevo marco; más aún si, como parece que va a suceder,
las grandes empresas tecnológicas, que conocen a la perfección lo que los
nativos digitales demandan para estar satisfechos (inmediatez, plataformas
tecnológicas intuitivas y atractivas, protocolos de seguridad biométricos,
etc.,), acaban entrando en el sector financiero.
El reto para los bancos tradicionales es, no hace falta casi
decirlo, mayúsculo, y está por ver que todas las entidades logren superarlo. El
FMI, poco sospechoso de poder ser considerado una institución antisistema,
estima de hecho que un tercio de los bancos europeos no podrá sobrevivir dados
los graves problemas estructurales que presentan en la actualidad. Lejos de
apoyar su continuidad, defiende que se facilite su salida del mercado,
mejorando y simplificando el marco de los procesos de insolvencia.
Como siempre en banca, la evolución del marco regulatorio
acabará determinando la velocidad y el alcance del proceso. En la medida que
contribuyen a abaratar el coste de los servicios financieros, amplían las
fuentes de financiación de las empresas y desplazan el riesgo desde actividades
que gozan de facto de apoyo público a otras en las que las pérdidas pueden ser
asumidas por inversores privados, la existencia y creciente importancia de los
nuevos bancos puede ser considerada beneficiosa. Es, sin embargo, también
cierto que concentrar el riesgo en agentes poco preparados para hacer frente a
situaciones de tensión puede acabar generando episodios de inestabilidad
financiera. Recuérdese en este sentido que tales agentes no tienen acceso a las
líneas de liquidez que proporcionan los bancos centrales y acostumbran a
presentar además elevados niveles de apalancamiento. Más pronto que tarde habrá
pues que regular la actividad de los nuevos bancos digitales, y los detalles
determinarán cuál de las dos alternativas posibles -evolución o revolución-
recoge mejor lo que puede acabar pasando con el sector bancario.
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