Por Amanda Mars
Los popes de la economía mundial
que estos días desfilan por Washington ya no hablan sobre un eventual rescate a
España en los pasillos de la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI) ni
sobre la ruptura de la zona euro. El llamado precipicio fiscal en Estados
Unidos, una fuerte subida de impuestos acompañada de recortes, que tenía al
mundo en vilo por su efecto global, también se ha esquivado. Y la guinda: Japón
ha aprobado un plan de gran calado que hace posible el final de su deflación.
El mundo, en definitiva, no se ha acabado. Y, sin embargo, el rumor de batalla
persiste, el miedo a un nuevo tsunami se desprende del reverso de cada gráfico
o estadística estos días e impregna todo discurso oficial o informal durante
las reuniones de primavera el Fondo.
La actual situación de calma es
muy frágil. Si los problemas de la economía productiva no se resuelven, la
tregua finalizará y “la crisis financiera mundial podría entrar en una fase más
crónica, caracterizada por un deterioro de las condiciones financieras y por
episodios recurrentes de inestabilidad”, alerta el informe de estabilidad del
FMI. El organismo que dirige Christine Lagarde no deja de repetirlo estos días:
Europa debe culminar el saneamiento de su sistema bancario y favorecer que el
crédito vuelva a fluir por la economía, mientras que en el ámbito global todos
los países deben comprometerse con la agenda de reformas regulatorias y aprobar
planes fiscales de largo plazo.
El responsable financiero del
FMI, José Viñals, ha echado mano este miércoles de las socorridas metáforas
meteorológicas para presentar las nuevas perspectivas. “La primavera ha llegado
claramente, y también ha ocurrido en los mercados financieros globales, donde
después de repetidas tormentas y nubes amenazantes, está surgiendo el cielo
azul y más días soleados”.
La buena marcha de las
principales bolsas mundiales de los últimos meses y la mejora de los títulos de
deuda pública de los países con más problemas —como España—
dan buena cuenta de esta sensación de alivio. El panorama, sin embargo, empieza
a oscurecerse cuando se acerca el foco al flujo de crédito –se ha contraído un
5% desde el inicio de la crisis-, el sobreendeudamiento de muchas empresas o la
contracción prevista para la Eurozona. Sí, se ciernen más nubarrones sobre la
economía.
En el caso europeo, la mayor
parte de la mejora se debe al programa de compra de bonos soberanos que aprobó
el Banco Central Europeo (BCE) para ayudar a los países que soliciten el
rescate, un mecanismo que sin necesidad de ser aplicado ha producido un efecto
de placebo y ha reducido los intereses que los inversores piden por adquirir
títulos de deuda de los países periféricos. “Aunque los inversores y los
funcionarios parecen cómodos con el hecho de que el programa OMT [siglas en
inglés de este plan] permanezca virtual, esta dinámica podría cambiar”, agua la
fiesta el FMI. Además, la situación política en Italia complica la implantación
de cualquier medida y, aunque las condiciones de financiación se han suavizado
para muchos países, las necesidades netas de esta financiación siguen al alza.
El Fondo advierte en su informe
de que los diferenciales de intereses que los países pagan respecto a la
referencia de Alemania —la llamada prima de riesgo— perderán prácticamente toda
la mejora hasta 2016 si no se llevan a cabo las reformas y la economía continúa
renqueante. En concreto, prevé que la prima de riesgo de los bonos españoles a dos
años prácticamente se duplique, hasta superar los 400 puntos básicos (o cuatro
puntos porcentuales), una tendencia que seguiría Italia (su prima pasaría de
cerca de 200 hasta los 400 puntos básicos), Francia o Bélgica, aunque estos dos
últimos países quedan en niveles mucho más bajos, sin sobrepasar los 100 puntos
básicos.
Los mercados juegan infiltrados
en todo el mundo gracias a las inyecciones de liquidez de los grandes bancos
centrales, que han evitado lo peor, pero las autoridades se empiezan a preocupar
por lo que ocurra cuando estos estímulos se retiren. Los riegos que están
asumiendo los bancos centrales constituyen un peligro incipiente, por el
síndrome de abstinencia que generan en las economías de los países, por los
riegos que están asumiendo en sus balanzas y por posibles burbujas que puedan
generar en los países emergentes, al rebajar tanto el precio del dinero en los
países desarrollados.
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