Por José Antonio Nieto
Diario Público.es, 20/11/2013.
Si mis hijos tienen hijos espero
que les cuenten algunos de los cuentos que yo les conté de pequeños y que a mí
me contaron mi madre y mi abuela. Lo digo en condicional: “si tienen hijos”…,
porque a este paso no habrá pirámide demográfica que sostenga la solidaridad
intergeneracional, ni renta familiar capaz de sufragar a más de dos
generaciones viviendo bajo el mismo techo. Aunque intentemos mirar al futuro
con optimismo, no podemos ocultar que esta gran recesión ha dejado aún más al
descubierto cómo nos están estafando a nosotros, a nuestros padres y a nuestros
hijos. Toda la familia al completo somos víctimas de las mafias del capitalismo
sin rostro. O del capitalismo inhumano con rostro humano, que es aún peor,
porque te brinda su confianza antes de atacarte directamente a la yugular. La
realidad misma nos ofrece todo tipo de historias y cuentos para contar. El
colmo es que ahora nos digan que España va a salir “limpia” del rescate al
sector financiero. ¡Como si el sector financiero fuéramos todos! Veamos sólo
algunos ejemplos, en tres dimensiones, y la apoteosis final de este cuento.
Primera. Algunos de nuestros
padres metieron parte de sus ahorros en preferentes. Tratamos de explicarles
que había otras opciones más razonables y solidarias, como prestar ese dinero a
sus hijos para reducir el coste de sus hipotecas. Pero ellos confiaban en la
práctica habitual, en el cuento de La lechera que les contaba el director de la
sucursal bancaria más próxima. Pensaban que no podía haber mejor lugar para sus
ahorros de toda la vida. Además, así recibirían una calderilla para permitirse
algún capricho, puesto que durante décadas se habían dedicado a trabajar y
ahorrar, cual laboriosas hormigas en su fábula.
Nuestros padres trabajaron y
cotizaron a la Seguridad Social, convencidos de que nunca les faltarían hospitales
ni medicinas, ni una pensión digna, ni colegios para construir un futuro mejor.
Pero sucedió lo mismo que con las preferentes: también en estos temas les
contaron un cuento. Lo mismo que engañaron a sus hijos, muchos de ellos
integrantes de la generación que ya ha cumplido los cuarenta años y vislumbra
su futuro sin poderse quitar de encima la “etiqueta” de parados de larga
duración. En esa situación, probablemente tienen problemas para pagar sus
hipotecas, sobre todo si se han quedado sin trabajo. Estamos hablando de
hipotecas desmesuradas, surgidas al abrigo del boom inmobiliario y financiero
que precedió a esta recesión. Pero esta es una historia bien conocida: los
bancos se beneficiaron del boom, igual que ahora se benefician del rescate establecido
para el sector financiero; un rescate que está siendo financiado con dinero
sustraído a las políticas sociales, a las políticas públicas, a la inmensa
mayoría de los ciudadanos. Un rescate del que no estamos saliendo “limpios”,
aunque lo diga algún ministro o se lo crea la reina de la limpieza de las
calles de Madrid. Estos sí son “cuentos de verdad”, cuentos para no dormir, y
no los que hablan de príncipes azules y princesas enamoradas.
Segunda. Parados de larga
duración: ese es el epitafio que avala el pasado y orienta el futuro de muchos
de nuestros amigos y familiares. Son víctimas de un sistema económico y
político que no ha podido, no ha sabido, o no ha querido favorecer el empleo
productivo ni facilitar una mejor distribución de los frutos del progreso. Son
personas que hoy no tienen empleo remunerado, aunque están acostumbradas a
trabajar duramente. Algunos de ellos prefieren ni mencionar que estarían
dispuestos a ser contratados en condiciones laborales muy distintas a las que
tenían, siempre que el salario que reciban pueda cubrir el coste de ir a
trabajar, lo que no siempre está garantizado. Son paradojas: cuentos que si nos
los cuentan hace años nos hubieran parecido pura fantasía. Historias de
esclavos y amos, o de siervos y señores feudales. Historias que constatan que
los rescates a los países del sur de Europa tienen efectos similares a los que
siempre han tenido los rescates del FMI a América Latina y otras áreas: más
pobreza, más desigualdad, más impunidad para los responsables y los privilegiados.
Aunque algún ministro lo niegue,
los salarios reales han descendido tanto en nuestro país que a veces cuesta más
dinero ir a trabajar que quedarse en casa. Y no es un cuento sobre pobres de
solemnidad o inmigrantes sin techo, a los que hay que dar limosna porque es
Navidad. La devaluación interna está siendo de tal calibre que el sur de Europa
será estudiado algún día como ejemplo del final de una era: la era en la que la
cohesión social se esfumó y su espacio fue ocupado por una brecha cada vez
mayor en los niveles de renta. La era en la que el Estado y sus políticas de
bienestar se convirtieron en basura y se colaron por las rendijas de las
alcantarillas. Pero, ni el aumento de las disparidades, ni la bajada de los
salarios, ni la mejora de las exportaciones, ni la disolución del Estado de
Bienestar, ni los efluvios de la globalización, ni la Troika con su lámpara de
Aladino, ni las plegarias de algunos miembros del gobierno están logrando
reducir el paro.
Hablamos del desempleo juvenil
como un gran problema en España, y lo es, pero eso no debe ocultar que hay otro
trauma mayúsculo focalizado en las personas de más de cuarenta años que han
perdido su puesto de trabajo y quizá no vuelvan a recibir jamás una oferta
digna de empleo. Por mucho que les hablen de la prioridad de crear empleo y les
recuerden las ventajas y riesgos de la interdependencia económica y la
competitividad internacional, ellos se sentirán estafados hasta la médula. Su
estafa es económica y moral. Física y anímica. Individual y colectiva. A corto
y a largo plazo. Esa estafa sí que quema algo más que la moral; la suya y la de
los demás. Es tan sangrante, que aquí no hay cuento que valga: ni el Rey Midas,
ni Juan sin miedo, ni Robin Hood.
Tercera. Qué podemos decir de los
jóvenes, los que ahora están estudiando y verán reducidas sus becas, los
universitarios de los programas Erasmus que se han enterado sin previo aviso
del intento de algún mago de la política nacional de abandonarlos a su suerte
en la fría Europa, para que la caridad familiar cubra –si puede– lo que no
cubre el Estado. Cómo explicarles que fomentar la movilidad y la convergencia
en la Unión Europea ha dejado de ser una prioridad. Qué alternativa les queda
si no pueden emanciparse porque el precio de las viviendas y de los alquileres
en España es excesivo, y no tienen trabajo ni perspectivas de conseguirlo pese
a los esfuerzos por adaptar su curriculum a lo que se supone que demanda el
mercado laboral. Son jóvenes, pero están sin becas ni políticas en favor de la
igualdad de oportunidades, sin viviendas aunque haya miles de pisos vacíos, sin
trabajo pese a su mejor formación, y obligados a emigrar porque la economía
española dedicó sus mejores años a la especulación en lugar de a estimular un
sistema productivo eficiente, sostenible y equitativo.
¿Ellos también han sido
estafados, o se trata simplemente de un caso “atípico” de expectativas no
cumplidas? ¿Las suyas serán historias sin final feliz, a diferencia de las que
contamos a los niños para que se duerman? ¿Hay que contarle a los jóvenes
historias de aventuras y de “españoles por el mundo”, para entretenerlos y
alimentar sus fantasías, para que emigren de forma masiva, huyendo del
desempleo estructural y ayudando, así, a reducir la cifra oficial de paro en
España? ¿O es mejor recurrir a narraciones de terror, de crímenes, o de
justicia social, donde los malvados, por muchos atropellos que cometan, acaban
pagando muy caras sus atrocidades?
Apoteosis. Lo que estamos
presenciando es mucho más que un relato fantástico. Es una estafa
intergeneracional promovida desde varios frentes, tejida a largo plazo,
alimentada por la codicia propia del capitalismo y no por ninguna confabulación
centralizada, sino por muchos incompetentes, insolidarios, cínicos, avaros,
estafadores, y por sus colaboradores activos y pasivos. Nos estafan cuando nos
dicen que el rescate es cosa del pasado. Nos están engañando cuando nos hablan
de hacer más recortes. No son recortes, sino reasignaciones de recursos de unos
bolsillos a otros. Basta ya con el cuento de los recortes, como si eso nos
llevara al País de las Maravillas, en lugar de hundirnos más. Recordemos algo
que ya se ha dicho en este blog: los recortes de hoy son los agujeros de
mañana, unos agujeros por los que cada vez caerá más gente, porque no habrá
redes de protección. Salvo que lo paremos. Salvo que cambiemos el final del
cuento.
La gran estafa intergeneracional
consiste en privarnos de las políticas públicas de bienestar: en impedir que el
Estado cumpla su función en favor de la cohesión y la legitimidad democrática,
para convertirlo en un mero instrumento al servicio de la acumulación de
capital. Al servicio de Alí Babá. Al servicio de una idea equivocada y
peligrosa de la construcción europea y de la economía mundial. Es el resultado
de la connivencia entre quienes gestionan los Estados y quienes manejan el
capital financiero. Su engaño consiste en decirnos que los déficits
presupuestarios se resuelven recortando gastos e inversiones sociales,
privatizando la sanidad, la educación y los servicios públicos, y haciendo
pública la deuda privada, en lugar de combatir el fraude y hacer más sostenible
y equitativa la recaudación fiscal. El problema es que habría que empezar por
cobrar más impuestos a quienes tienen que pagar más impuestos, de acuerdo con
la coherencia y la solidez de un sistema fiscal orientado a favorecer el
bienestar de todos. A no ser que el bienestar se administre por niveles:
primero, los que tienen acceso a los paraísos fiscales; después, los
trabajadores (cada vez más empobrecidos); finalmente, los excluidos, parados,
inmigrantes y habitantes de los países más pobres, aunque sean la inmensa
mayoría. O visto desde otra perspectiva: primero está el sector financiero, y
luego “todo lo demás”. Así son los rescates. Así han sido siempre, y esos son
sus resultados, como se explica en distintos artículos de este blog.
Final. El verdadero problema, o
la “estafa central” y de largo recorrido neoliberal, es que cuando nos cuentan
ese cuento malo de que en Madrid o en tantos lugares “están bajando los
impuestos”, y nos pretenden convencer de que “España va a salir limpiamente del
rescate bancario”, nos ocultan que está subiendo la fiscalidad indirecta, y se
olvidan de que el rescate de la Troika lo estamos pagando todos: jóvenes, menos
jóvenes y no tan jóvenes. Nuestro pago ha quedado impreso en la piel de los
parados, en la reducción de los salarios reales, en el retroceso de la renta
disponible de la mayoría de la población, en los ahorros y pensiones de
nuestros abuelos, en el retroceso de la educación pública y de las becas, en la
privatización de la sanidad, en el Estado de Bienestar Basura que quieren
dejarnos, y en la desigualdad y pobreza crecientes. Mientras algunos no piensan
lo que dicen o no dicen lo que piensan, se están deteriorando a velocidad de
vértigo las condiciones laborales, la cohesión económica y social, y el
bienestar de casi todos, excepto de los más privilegiados, que según qué cuento
protagonicen pueden llegar a admitir que el dinero no da la felicidad, aunque al
final ellos también quieren ser felices y comer…
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