Por Enrique del Olmo
Público.es, 19/10/2014.
En septiembre de 2009 publiqué un
artículo en Nueva Tribuna que titulaba ¿Por qué no hay un
candidato de la izquierda a la Presidencia de Cajamadrid? Más allá de
otras consideraciones sobre el papel de las Cajas y su obra social que me
siguen pareciendo de una enorme actualidad, concluía:
“Cajamadrid ha sido junto a
los negocios inmobiliarios uno de los factores de adormecimiento de la
izquierda madrileña y ahí está una de las claves de su pertinaz fracaso, nadie
es capaz de formular una alternativa pues se sienten cómodos en el status quo.
El abandono de la batalla por Cajamadrid es expresión de la falta de voluntad
clara y decidida para generar una alternativa social, política y económica a la
derecha madrileña.”
Ahora salta el escándalo de las
tarjetas black haciendo aflorar a la luz pública lo que era una práctica
evidente en la mitad de la década de los 90 y el 2000. Los privilegios, las
retribuciones y regalos eran la adormidera a la que hacía referencia en aquel
artículo de hace 5 años cuando la Presidencia de Caja Madrid se disputaba en la
tensión entre Esperanza, Gallardón, Rajoy, Rato, Pizarro, De Guindos… y la
izquierda con sus representantes, todos hoy implicados, entraban en todos los
juegos internos de la derecha siendo bastones de apoyo de unos u otros a cambio
de nuevas prebendas, recordemos cómo Esperanza se vanagloriaba de que gracias a
promocionar a un consejero de IU le había fastidiado al “cabrón” de Gallardón.
Pero es que este juego se venía desarrollando desde hace muchos años y en todas
las esferas de la política madrileña, podíamos observar cómo consejeros de IU
como Moral Santín apoyaba a la derecha para hacerse con el Rectorado de la
Complutense en contra de Carlos Berzosa. Una práctica que a la vez dividía a los
sindicatos en diversos sectores, recordad la confrontación entre la Federación
de Banca de CCOO y la Unión Regional de Madrid o los mismos problemas en UGT.
Más allá del escándalo de las
tarjetas, es necesario pedir responsabilidades políticas y penales. Se ha
permitido desde todos los ámbitos que una vieja aspiración del sector bancario
—la bancarización de las cajas— se produjese; envueltas en el lodo de la
burbuja y la corrupción de una parte de sus cúpulas, la crisis una vez más fue
la justificación para cambiar de modelo, un modelo que se mostró eficaz durante
180 años ha sido arrumbado en menos de dos años, y la izquierda tanto desde los
gobiernos como desde la oposición ha estado muda y complaciente.
Se tendría que
haber defendiendo el carácter social y político de la entidad frente a las
presiones para su bancarización o profesionalización, en segundo lugar haber
orientado la Caja como un instrumento de lucha contra la crisis, por ejemplo,
ante la sequía de crédito ofrecer al Gobierno y al Instituto de Crédito Oficial
su magnífica red de sucursales con instrumento de fluidez del crédito hacia
PYMES y particulares, apoyar las medidas impulsadas por el Gobierno respecto a
las garantías de las hipotecas, implicarse activamente en el desarrollo de iniciativas
empresariales de creación de empleo y atracción de tecnología, combinar esto
con medidas como el apartamiento de la Asamblea General y de los Consejos de
Administración de cualquier representante que tenga intereses inmobiliarios o
endeudados personal o empresarialmente con la entidad, la elevación del
dividendo social y la dedicación de recursos de la Obra Social y Cultural hacia
actividades de claro impacto social como la vivienda social, la formación
profesional, la aplicación de la Ley de Dependencia, la promoción de nuevos
emprendedores o la promoción cultural. Hacer de Cajamadrid un instrumento
acorde con su significado, nació con una clara vocación social y debería
haberse adecuado pero sin perder su fuerza originaria, este es el lugar y no el
crédito a los amigos políticos y empresariales. Y los representantes de la
izquierda política y sindical han aplaudido con tarjeta en mano.
Y después del episodio de las
tarjetas —del que Hacienda sólo ha investigado el 17%—, vendrá el de los
créditos blandos para consejeros, amigos, empresas, partidos y sindicatos. Todo
un entramado.
Hoy han sido expulsados —con
mayor lentitud de la esperada— o han dimitido la gran mayoría de los que fueron
“factotum” de la política madrileña durante décadas, pero el fango no les
alcanza sólo a ellos. Sería un gravísimo error pensar que esto es cosa de dos
docenas de “aprovechados”, era una determinada forma de hacer política por
parte de unos y de otros, el “lubricante” de Cajamadrid siempre estaba a
disposición y como hoy se ha mostrado era usado con gracia por Miguel Blesa y
su corte. Las direcciones del Partido Socialista de Madrid, de IU, de los
sindicatos estaban perfectamente al tanto de todo, no sé si de los abusos
escandalosos con las tarjetas pormenorizadamente pero sí por las prácticas de
privilegio con las que Cajamadrid “cooptaba” a la oposición. Y tienen
responsabilidad en ello y no sirve pedir disculpas como vestales pilladas en
adulterio. Por eso se negaban a dar la batalla contra los gestores del PP, dejando
caer un modelo de Caja y de actividad con impacto social y económico positivo a
cambio de su continuidad. Más allá de las responsabilidades personales hay
responsabilidades políticas, o no recordamos las peleas por ser miembros del
Consejo, de la Asamblea o de las entidades vinculadas al emporio de Cajamadrid.
Un empresariado “chupóptero”
(Arturo Fernandez, Díaz Ferrán, Fernández Tapias, Fernando Martín, Florentino…)
del presupuesto público y de las recalificaciones del PGOU de 1997, una clase
política beneficiada por el privilegio, unas direcciones políticas y sindicales
que cuando menos dejaban hacer pero que tienen responsabilidades evidentes,
unos gobiernos del PP en Comunidad y Ayuntamientos que orquestaban el saqueo de
lo público y de los pequeños depositantes. Ese es el auténtico escenario de la
política madrileña desde hace más de dos décadas.
No sabemos cómo será el futuro
inmediato, dentro de poco, elecciones autonómicas y municipales vendrán a
renovar las instituciones, y un gran reto será terminar con los vestigios de
ese régimen que se ha llevado por delante no sólo Cajamadrid como entidad de
los madrileños sino a las organizaciones y responsables políticos y sindicales.
Nueva política, nuevas normas, nuevos principios y valores deben instalarse en
todas las instituciones.
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