José Francisco Bellod
Redondo
Público.es, 29/10/2014.
Aunque al economista Richard
Cantillón (1680-1734) se le recuerda principalmente por las circunstancias
luctuosas de su muerte (fue asesinado y su casa incendiada para ocultar el
homicidio), hizo una aportación básica en la Historia del Pensamiento
Económico, a saber: el efecto de un aumento de la cantidad de dinero en la
economía depende del “modo” en que este aumento tiene lugar, y de cómo y a
quién se haga llegar ese dinero adicional. Cantillón estaba en lo cierto y la
historia reciente le da la razón.
El Banco Central Europeo ha
practicado una política monetaria expansiva desde septiembre de 2008 (quiebra
de Lehman Brothers), con grandes inyecciones de dinero barato vía préstamos a
la banca privada europea. En enero de 2013 el BCE batió el récord de dinero
prestado: más de 907.000 millones de euros a tipos inferiores del 0,25%. En el
caso de la banca española, el récord de préstamos solicitados al BCE se
registró en agosto de 2012: casi 389.000 millones de euros, más de un tercio de
nuestro PIB… de los que actualmente aún se deben casi 155.000 millones.
Y sin embargo, esta política de
dinero abundante y barato, lejos contribuir a la recuperación de la economía
europea, nos aboca a una tercera recesión. La razón radica en el modo elegido
para su instrumentación: utilizar la banca privada como intermediario en la
ejecución de la política monetaria.
Craso error: como un oso que
acumula alimentos antes de hibernar a la espera de la primavera, la banca
privada acumula dinero barato, pero no lo presta, a la espera de que vuelvan
los buenos tiempos. Pero con esa actitud sólo consigue deprimir más la economía
y que sean cada vez más las familias incapaces de hacer frente a sus deudas:
por eso la tasa de morosidad supera ya el 13%, y no cede pese a los anuncios de
recuperación que propaga el Gobierno.
La realidad es que a pesar de los
ingentes recursos recibidos, el crédito a familias y empresas lleva 58 meses
contrayéndose: al no prestar, la banca privada impide que la actividad
económica despegue y es causante de más morosidad. Un círculo vicioso que sólo
pueden romper los poderes públicos con una política económica expansiva en los
ámbitos fiscal y monetario.
¿Podían haberse hecho las
cosas de otra manera?
Desde luego, aunque todas las alternativas
chocaban con la línea de flotación del pensamiento neoliberal que domina las
instituciones europeas.
En primer lugar podría haberse
establecido cierta condicionalidad al dinero barato del BCE: exigir a los
bancos prestatarios el cumplimiento de ciertas metas de crecimiento del crédito
a familias y hogares. Y poner límites a los tipos de interés por operaciones de
crédito al consumo y por la utilización de tarjetas de crédito. Además, hubiera
sido muy efectivo utilizar el sistema de banca pública para canalizar el dinero
a los ciudadanos. En particular, hubiera sido muy útil utilizar la red capilar
de oficinas de las cajas de ahorro para ese empeño. Pero España ha hecho todo
lo contrario: desde los años 90 se embarcó en una irresponsable carrera por
privatizar la banca pública (Caja Postal, Banco Exterior de España, Banco de
Crédito Local, etc.), y las cajas de ahorro han sido transformadas a la fuerza
en bancos privados para regocijo de los grandes banqueros de siempre.
En segundo lugar, debería haberse
inyectado parte de ese dinero en las administraciones públicas a tipo de
interés cero, facilitando políticas keynesianas y ahuyentando a los
especuladores que se ceban con la prima de riesgo. Si hay dinero al 0% de
interés para la banca privada, ¿por qué no puede haberlo para los gobiernos de
España o Grecia? Antes de la crisis, el 15% del déficit obedecía al pago de
intereses de la deuda pública, hoy supera el 55%.
La especulación nos cuesta dinero
a los contribuyentes y a los usuarios de los servicios públicos: el BCE podía
haberla evitado prestando a los gobiernos para que éstos no hubieran tenido que
acudir a unos mercados dominados por los especuladores. Además, una parte
sustancial del déficit tiene carácter coyuntural o cíclico: se debe a que la economía
está funcionando por debajo de sus niveles “normales”, y por tanto los ingresos
fiscales también son muy inferiores a los que corresponde a un nivel de pleno
empleo.
Una política expansiva que
reactive la economía generaría recursos tributarios suficientes para reducir de
un plumazo el déficit público en 3,8 puntos del PIB. Habríamos evitado los
conocidos recortes presupuestarios, que no sólo han deteriorado los servicios
públicos, sino que han contribuido a prolongar la crisis económica al deprimir
la demanda agregada.
En tercer lugar, debería haberse
instrumentado un plan de rescate a las familias: el elevado endeudamiento de
los hogares pesa como una losa sobre el consumo y lastra la recuperación
económica. Dicho endeudamiento puede reducirse con la creación de un fondo para
facilitar una moratoria a las familias incapaces de hacer frente a sus
monstruosas hipotecas. Habrían bastado unos 45.000 millones de euros: apenas el
12% del dinero prestado a la banca.
Y también hubiera sido oportuno
incorporar un plan fiscal para la quita parcial de la deuda de los hogares a
costa de los balances de la banca: esas deudas nunca debieron contraerse porque
son resultado de la especulación inmobiliaria que elevó artificialmente el
precio de las viviendas, y no es justo ni eficiente que se paguen en su
totalidad. Habríamos evitado desahucios, el menor endeudamiento habría
dinamizado el consumo y, a la postre, hasta la banca se había beneficiado de
esta política porque todo ese dinero habría fluido por el circuito bancario.
Pero, para desgracia nuestra, el
dogmatismo de quienes nos gobiernan impide implementar soluciones creativas en
materia de política económica.
Disponible en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario