Por Ignacio Muro Benayas
Público.es, 29/10/2014.
Determinados detalles de un
acontecimiento suelen ser el camino más directo para explicar su esencia.
Decía Kapuscinski, maestro de periodistas, que es “a través de lo pequeño
como se percibe mejor el todo”. Así pasa con algunos de los detalles
descubiertos en el uso de las tarjetas black, es en esas pequeñas
gotas expresivas donde se percibe mejor el alma del deterioro de nuestras instituciones.
Pero no nos distraigamos
demasiado en los detalles escabrosos: la esquilmación de recursos públicos de
nuestro país, no se produjo en la sección de electrodomésticos de El Corte
Ingles, ni en las siestas hoteleras de 500€, se produjo en operaciones
como la concesión de 4.000 millones de euros a Martinsa-Fadesa en
plena crisis, una operación construida para socializar perdidas. Qué votaron en
el Consejo y cómo se construyó y aprobó esa operación y otras parecidas que
blanquearon balances, sin respaldo, de empresas amigas, es el asunto. Porque en
esas pocas operaciones aprobadas a toda prisa es donde se concentraron buena
parte de los desequilibrios patrimoniales que provocaron el “rescate” de más de
23.500 millones de euros de Bankia.
Por eso, a pesar de la magnitud
de los gastos, no fue una operación cara, sino barata. Las tarjetas debieron
servir y eso es lo triste (y lo corrupto) para que los consejeros miraran a
otro lado. Si, consciente o inconscientemente lo hicieron, es la mejor
demostración de que “el sistema funcionó”, y demuestra que era un trabajo bien
planificado y medido, una operación construida desde la cúpula del poder de la
Caja para amodorrar conciencias y frenar la voluntad de control (la colectiva
pero también la individual, uno a uno) de los consejeros. Y todo apunta a que
lo consiguieron. La participación de sindicatos, partidos y otros sectores
ciudadanos en el gobierno corporativo no solo se ha demostrado inútil como control
social, que era su objeto, sino que ha servido para legitimar la política
de rapiña generalizada que conocemos.
¿Cómo podemos los defensores de
la democratización del aparato productivo asumir esta tremenda derrota
colectiva, que afecta a la esencia de lo que entendemos por buen gobierno
democrático, sin buscar las causas profundas y apuntar soluciones radicales?
Empecemos defendiendo, con rigor y ardor, que las razones de tan singular “mal
gobierno” no surgen de la naturaleza de las Cajas, como sinónimo de banca
pública, ni en su caracter de instrumento financiero al servicio de los
gobiernos regionales, ni en la participación de los sindicatos u otros sectores
interesados, como los impositores, todos ellos representantes de stakeholders,
que la mejor doctrina progresista defiende deben ser la base del control
societario.
Recuperar la iniciativa exige
identificar las causas profundas de la situación actual que, sin duda, están
conectadas al deterioro de las formas democráticas y a la ausencia de un
espíritu de vigilancia social en la izquierda institucional. No comparto, por
ejemplo, las conclusiones precipitadas que hace Toxo, secretario general de
CCOO, y que utilice la lógica del coste-beneficio como balance del pasado y
justificación para excluir la participación futura de CCOO y los trabajadores
en los Consejos de Administración.
Porque la causa esencial no está
en esa participación sino en cómo se produce. Está en los denominados
“problemas de agencia” implícitos en toda delegación de poder: en que los
cargos no se renovaban nunca; en que Moral Santin, y los representantes
sindicales, llevaban decenas de años allí, conviviendo con los Blesa de turno
en una rutina imaginaria de poder, (mal)educados en tolerar las infinitas
triquiñuelas de las puertas giratorias; que los que se decían representantes de
los impositores eran una filfa que no representaban a nadie; que la
renovacion de los liderazgos sociales ha estado sometido a la lógica de las
burocracias; en que una izquierda sin rumbo se inhibió de educar a la sociedad
en una actitud “in vigilando”. Y en que el capitalismo financiero y,
especialmente, su versión especulativa de raíz inmobiliaria (la peor versión,
la madrileño-valenciana) es, en esencia, una gran maquinaria de corrupción
social, pues solo prospera desde su capacidad de compra de voluntades.
Y aquí viene una segunda derivada
del asunto. Mientras las evidencias de mal gobierno en la gran banca
global, -subprimes y otros activos toxicos- causantes de la gran crisis, se ha
saldado sin cambios reguladores que garanticen que lo ocurrido no se volverá a
repetir, los mismos que miran para otro lado, “escandalizados por el mal
gobierno de las cajas”, se han servido de sus despilfarros para justificar su
culpabilizacion, desmontaje y privatizacion en beneficio de la gran banca
privada. Y lo ha hecho a toda prisa, dando ejemplo, precisamente, de
desgobierno, en procesos que han provocado una segunda y descarada apropiación
indebida de recursos colectivos a favor de sus gestores. Donde antes había
instrumentos de política industrial y financiera de proximidad para PYMES, en
manos de los gobiernos regionales, ahora hay una tremenda concentracion de
poder en manos de bancos globales, que por su tamaño son considerados
sistémicos, -Santander, BBVA, CaixaBank- es decir, fuera del control de las
instituciones democráticas nacionales. Y esto, para las fuerzas progresistas,
es en sí una segunda gran derrota, pues nos quita un instrumento central de
política financiera.
Ante esta doble derrota, no nos queda más remedio que
revitalizar la lógica del control social. Puede que los sindicatos no deban
estar en los consejos de administración pero sí en otras instancias de poder.
Y, sobre todo, puede que sean los trabajadores quienes deban de asumir, en
elecciones directas, esa posicion de control, sin mediación institucional de
los sindicatos. Pero de ninguna forma es el momento de dar sensación de
retroceder porque es aumentando la voluntad y perfección del control social
donde nos jugamos el exito de cualquier propuesta de progreso. Y eso, en las
empresas, pasa sin duda por avanzar en la construcción de contrapoderes
democráticos sobre el monopolio de poder de los Blesa de turno. Ahí está la
raíz de las ineficiencias sociales y democráticas, el verdadero cáncer que hay
que extirpar.
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