Por Joaquín Rábago
Nueva Tribuna.es, 18/05/2015.
El Deutsche Bank es todo un
símbolo de Alemania, de su gran poder industrial y vigorosa capacidad
exportadora pero, desde que vendió su alma al diablo y adoptó el modelo de
banca anglosajona, se ha convertido en blanco de las críticas en el propio
país.
Desde el comienzo de sus
operaciones en 1870, el banco, fundado en Berlín por banqueros privados, se
preocupó de dejar bien claro que le interesaba sobre todo el mundo de las
empresas exportadoras.
En su estatuto fundacional se
señala como uno de sus principales objetivos «el fomento y la facilitación de las
relaciones comerciales entre Alemania, los otros países europeos y los mercados
de ultramar». De ahí que abriese pronto sucursales en
Londres, en Shanghái, en Yokohama y Buenos Aires y se dedicase a financiar
empresas, gestionar ampliaciones de capital y a la emisión de bonos,
contribuyendo a la competitividad internacional de la industria germana.
Desde entonces, ha mantenido como su primer objetivo el servir a la gran
industria de su país aunque desde los primeros años ofreció también
servicios a clientes particulares y después de la Segunda Guerra Mundial
comenzó a diversificarse hacia la banca comercial.
Sin embargo, como señala Der
Spiegel en un editorial que publica en su último número, poco a poco
el negocio crediticio dejó de ser su principal preocupación y comenzaron a
llevar la voz cantante los defensores de resituarlo en la órbita de la banca de inversión, con
jóvenes banqueros buscando rápidos beneficios para el banco y los
correspondientes bonos para ellos mismos.
«Sobre todo en los años salvajes
que precedieron al estallido en 2008 de la crisis financiera, los banqueros de
inversiones abusaron de su poder: engañaron, manipularon y se llenaron de paso
los bolsillos. Y su incitador fue –él mismo lo ha reconocido– el copresidente actual,
Anshu Jain».
(En 1998 el Deutche
Bank adquirió el norteamericano Bankers Trust, especializado en
productos derivados y operaciones de alto riesgo. Esa compra le convirtió
en el mayor banco del mundo, pero con ella consiguió una ventaja añadida y deseada:
escapar a los controles sociales que la participación de los trabajadores
imponía en el modelo de cogestión, consideradas como “rigideces del sistema”.
La fusión con Bankers Trust,
lo mismo que la planteada entre Daimler-Chrysler en el sector del automóvil,
luego fracasada, o la producida entre Hoeschst-Rhône Poulenc en la
industria química, fueron justificadas como exigencias de la
globalización y como la única forma en que los primeros ejecutivos se
podían liberar de los
corsés del modelo participativo alemán. Ese
modelo era un estorbo para desarrollar el poder omnímodo del primer
ejecutivo, típico del modelo de gestión anglosajón, que está detrás de los
escándalos de corrupción y de las ineficiencia ahora detectadas.)
Precisamente en 2008 pareció de
pronto mostrar algo más de interés por la modesta clientela al adquirir
el Postbank (banco
de correos), negocio en el que su entonces presidente, Josef Ackermann, vio
algo así como un contrapeso a los nuevos riesgos de la banca de
inversiones. Sin embargo, bajo su doble presidencia actual, la del alemán
Jürgen Fitschen y el británico de origen indio Anshu Jain, el Deutsche Bank ha
vuelto a dar un salto atrás con el proyecto de venta del Postbank y la pérdida
de en torno a 14 millones de pequeños clientes.
Como señala la prensa alemana, el
Deutsche Bank seguirá contando con entre ocho y nueve millones de clientes
particulares y prestando servicio a unas 12.000 pequeñas y medianas empresas,
pero tendrá que ganar en eficacia, lo que significará el cierre de varios
centenares de oficinas y una decidida apuesta por el sector digital.
Der Spiegel critica
duramente el modelo que proyecta el actual equipo directivo y denuncia que la
decadencia del otrora orgullo del mundo financiero alemán comenzó con la
dedicación a la banca de inversiones de influencia anglosajona en un intento de
emular al banco Goldman Sachs.
«El Deutsche Bank- continúa el
editorial- sufre hasta hoy de la corrupción de costumbres derivada de la
incorporación de los banqueros
de inversiones. Y tiene que seguir pagando hoy sanciones de
miles de millones por sus delitos de entonces. Hace tiempo que debería haberse
dado cuenta de que está en un callejón sin salida porque se ha vuelto
dependiente de los mismos que tanto contribuyeron a sus ganancias, pero que hoy
son responsables de pérdidas astronómicas».
(El Deusche se ha visto
involucrado en múltiples escándalos de manipulación y corrupción.
Recientemente ha reconocido destinar 350 mill de € a abogados que le
defienden de 6.000 demandas. En EEUU está imputado por su comportamiento
con las subprime, producto típico de la banca de inversión que
ocasionó la crisis financiero de 2008. El pasado mes de abril fue condenado
a una multa de 2.300 mill de € por manipulación del Libor y otros
tipos interbancarios.)
Alemania necesita, escribe la
revista, un Deutsche Bank fuerte y tan internacional como todas esas empresas
que han convertido al país en campeón de las exportaciones, pero no uno volcado
en maniobras especulativas que con «fondos hedge y con otras sociedades
financieras» pretenda hacer negocios rápidos «en los que el riesgo y los
potenciales beneficios no guardan relación».
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