Por Claudi Pérez
El País, 17/05/2015.
A las teatrales promesas de
refundación del capitalismo tras el estallido de la crisis en 2008 respondieron
Europa y EE UU con miles de páginas de nueva regulación, y la industria
financiera con un formidable ejercicio de lobby para dejarlo todo prácticamente
igual. El sector cambia ahora de estrategia: una veintena de banqueros y otros
actores en los mercados reclaman más reglas. En un documento alumbrado por el Foro Económico Mundial y firmado, entre
otros, por Axel Weber
(UBS) y Douglas Flint (HSBC), piden medidas “para mejorar la
estabilidad financiera y reducir el impacto de futuras crisis”.
Con el
cadáver caliente de Lehman Brothers, los líderes mundiales se
conjuraron en 2008 para lo que el expresidente francés Nicolas Sarkozy bautizó
como “la refundación del capitalismo”. Las autoridades respondieron al crash
con una agenda de reformas frenética: más de 30.000 páginas de regulación
financiera en EE UU y más de 60.000 en Europa. Y aun así el sistema sigue
siendo casi el mismo: global, hipertrofiado, sobreendeudado, propenso a los
riesgos excesivos y, sobre todo, capaz de abrazarse al Estado ya sea para
obtener rescates multimillonarios o para reducir la efectividad de las medidas
reguladoras.
La industria, que durante años ha
tirado de chequera para hacer lobby con grandes resultados, alza ahora la voz
en ese documento —obtenido por la Alianza de Periódicos Líderes en Europa
(LENA), un grupo de diarios del que forma parte EL PAÍS— para promover más
regulación macroprudencial: medidas para “limitar los riesgos sistémicos”; para
ir, en definitiva, contra el viento: se trata de poner freno a los mercados en
los años de burbujas y permitir más alegrías en los ciclos recesivos.
“El sistema es nuestro mayor
riesgo. Ser el mejor banco en un sistema que falla es como tener la suite
presidencial en el Titanic”, asegura un ejecutivo de una de las entidades firmantes
(ninguna española). Destacan, además de los grandes bancos UBS y HSBC,
Blackrock (la mayor gestora de fondos del mundo), las aseguradoras Generali y
Zurich, la entidad italiana Intesa Sanpaolo o el grupo financiero mexicano
Banorte.
En contraste con lo sucedido en
los últimos años en que las prácticas financieras —y la negligencia de los
reguladores— fueron la principal causa de la debacle, el sector da muestras de
un interés por reforzar la regulación “para limitar los riesgos para el
sistema” y “reducir ineficiencias como el exceso de euforia vinculado a algunos
activos, por ejemplo en el mercado inmobiliario”, que hizo estallar burbujas en
países como EE UU o España, según el documento de ocho páginas coordinado por
el Foro de Davos y la consultora Oliver Wyman, firma que asesoró al Gobierno
español en 2012 en la reestructuración del sistema financiero.
La gran cuestión es qué hacer con
las burbujas. Las soluciones utilizadas hasta ahora no han funcionado:
ignorarlas y limpiar los destrozos después alumbró durante dos décadas la
superburbuja que estalló en 2008. Cada vez que el sistema se metía en problemas
por un aumento del crédito, los bancos centrales intervenían y encontraban
formas de estimular la economía. Esa era acabó con esta crisis y, con ella, ha
cambiado un paradigma: junto con la política monetaria y la regulación y
supervisión tradicionales, los reguladores apuntan hacia una nueva ortodoxia en
la que tendrán un papel estelar las políticas basadas en proteger a la economía
del sistema financiero y viceversa.
En conversación con este diario,
Douglas Flint, presidente del HSBC, asegura que los reguladores ya no pueden
mirar a cada entidad: “Decisiones de estrategia que pueden ser óptimas para un
solo banco pueden ser muy peligrosas y afectar al conjunto de la economía
cuando las toman todas las entidades a la vez. Para ello, los reguladores deben
tener señales de alerta adecuadas y medidas macroprudenciales para gestionar
los riesgos del conjunto del sistema”.
El informe no apunta a medidas
concretas, pero Flint asegura que las entidades que apoyan esa estrategia
“están a favor de dar más transparencia al mercado de derivados, de evitar la
banca en la sombra y de ver cómo se limitan las ratios de endeudamiento; en
general, los bancos están abiertos a cualquier receta que permita estabilizar
el sistema”.
Eso sí, el documento pide “un
equilibrio adecuado entre estabilidad financiera y crecimiento económico” —como
si fueran excluyentes— y reclama un uso comedido de esas herramientas. “No está
clara su efectividad para limitar los riesgos sistémicos ni su impacto sobre la
economía real”, reza; “si se diseñan incorrectamente, pueden provocar incluso
más riesgos”, advierte Michel Liès, primer ejecutivo de Swiss Re. Axel Weber,
expresidente del Bundesbank y ahora en UBS, añade que las políticas
macroprudenciales “podrían desempeñar un rol fundamental para dar estabilidad,
pero siempre que su gobernanza y sus efectos secundarios potenciales se manejen
adecuadamente”.
Los grandes defienden esa
regulación, pero con cuidado. Aducen que estas políticas son más un arte que
una ciencia, están dando sus primeros pasos y eso hace contraproducente un uso
demasiado ambicioso. “El mensaje a los políticos es que sigan ese camino, pero
con prudencia”, avisa Liès, que apunta que el sector quiere participar en su
diseño. “El peligro es un mal diseño de incentivos que lleve a las entidades a
invertir en unos activos y no en otros y acabe provocando el mismo riesgo de
burbujas que quiere evitar y una mala asignación de los recursos”, concluye
Flint.
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