Por Adoración Guamán
El diario.es, 16/01/2016.
Los tratados de comercio e inversión de nueva generación han
pasado de ser los grandes desconocidos a convertirse en el objeto de extensas
campañas de rechazo que se extienden entre la ciudadanía de la Unión Europea.
Gracias a estas campañas el conocimiento acerca del TTIP (Tratado
Transatlántico de comercio e inversión, UE-EEUU) va aumentando y con ello la
presión sobre las Instituciones europeas y los gobiernos, pero queda mucho
camino para conseguir frenar la aprobación del TTIP y, desde luego, no se trata
de una experiencia aislada. Al contrario, la negociación de estos tratados se
ha convertido en una estrategia “normalizada” mediante la cual las empresas
multinacionales y determinados Gobiernos se alían para construir un nuevo marco
normativo, que desborda los límites jurídicos nacionales y supranacionales
anteriores, con el objetivo de permitir derribar las “barreras” a la libertad
absoluta de movimiento del capital transnacionalizado; unas “barreras” que en
realidad son nuestros derechos, plasmados en normas jurídicas orientadas a
preservar el bienestar de las mayorías sociales.
En el marco de esta estrategia no solo se está negociando el
TTIP, sino un conjunto de tratados con finalidad similar, bilaterales o
multilaterales, entre los que hay tres que destacan por su especial impacto,
directo o mediato, sobre nuestras vidas: el CETA, acuerdo UE-Canadá cuya
negociación ya está cerrada y que pretende aprobarse en 2016 con un contenido
similar, en determinados aspectos más duro, que el TTIP; el TPP, acuerdo
transpacífico entre once Estados dominado por EEUU que probablemente será
aprobado el 4 de febrero en Nueva Zelanda; y el TISA, el menos conocido, que
tiene como aspiración convertirse en el nuevo marco de regulación del comercio
internacional de servicios, fuera del ámbito de la OMC.
Este nuevo tratado internacional de servicios en curso de
negociación está siendo elaborado en Ginebra por un conjunto de 23 países
(Australia, Canadá, Chile, Colombia, Corea del Sur, Costa Rica, Estados Unidos,
Hong Kong, Islandia, Israel, Japón, Liechtenstein, México, Mauricio, Nueva
Zelanda, Noruega, Pakistán, Panamá, Paraguay, Perú, Suiza, Taiwán, Turquía,
Uruguay) a los que se suma la Comisión Europea, en representación de los 28
países miembros de la UE. Este grupo de Estados representa el 70% del comercio
internacional de servicios, pero hay ausencias claras y significativas como los
BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Su objetivo no es únicamente la
apertura de los mercados de servicios al máximo nivel, sin exclusiones a priori
de ningún sector o modo de suministro, sino el impulso de nuevas normas de
regulación supranacionales para que esta libertad de circulación se maximice;
un objetivo que comparte con el resto de tratados de “nueva generación” señalados
más arriba. Además, a nadie se le escapa el evidente sesgo geoestratégico que
indica la relación de participantes y sobretodo de ausentes.
La historia del TISA comenzó en el año 2012 impulsada por un
grupo de países autodenominado Really Good Friends of Services (RGF). En marzo
del año 2013 el Consejo de la Unión Europea aprobó el mandato de negociación
que no se hizo público hasta pasados dos años y que se adoptó sin llevar a cabo
una valoración del impacto que podría suponer este tratado para la economía y
los derechos de la ciudadanía de la Unión Europea y sin consultar con la
Eurocámara, dándose un plazo de dos años para la conclusión del acuerdo. El
Parlamento Europeo, con su mayoría conservadora en alianza con los
socialdemócratas, decidió en julio de aquel mismo año apoyar el inicio de las
negociaciones (por 536 votos a favor y 111 en contra) a pesar de destacar
diversas reticencias. El PE consideró en aquella resolución que los servicios
representan la columna vertebral de las economías y del comercio en el siglo
XXI e instó a la Comisión a promover un programa ambicioso en relación con los
intereses ofensivos de la UE en materia de servicios. Sin embargo, el
Parlamento también exigía la defensa de las sensibilidades europeas en materia
de servicios de interés general (educación y salud pública, agua y residuos),
la no adopción de ningún compromiso en relación con los servicios audiovisuales
y culturales, y el pleno respeto a los derechos laborales y sociales y los
convenios colectivos nacionales.
Más de dos años después de aquella resolución, en la que se
exigía a la Comisión que llevara a cabo una negociación en condiciones de
transparencia, se han realizado ya quince rondas de negociación, pero el
contenido de los compromisos adquiridos por la UE en el TISA sigue en la
sombra. La Comisión no ha publicado ni la totalidad de sus propuestas para la
negociación ni los compromisos que se han ido adoptando, presentando en cambio
una web orientada fundamentalmente a ensalzar las hipotéticas virtudes del
acuerdo con informes banales. Aun así, gracias a las diversas filtraciones de
Wikileaks y la intensa actividad de múltiples organizaciones, podemos conocer
retales de lo negociado que permiten lanzar una voz de alerta respecto de las
principales amenazas, que pueden concretarse en tres líneas: la afectación a
los servicios públicos (provocando un efecto congelación de la situación
existente y bloqueando así futuros avances en estos servicios), el impacto
sobre los derechos laborales (con el peligro de la extensión de los estándares
laborales más bajos de entre los países miembros del acuerdo y del dumping
social) y la reducción de la capacidad de los Estados de regular sus propias
normativas sobre servicios, demediando más aún los modelos democráticos en los
que vivimos y agravando el modelo de “Estado-intervenido” impuesto
fundamentalmente en el sur de Europa por las disciplinas económico-financieras
de la UE.
Ante la votación del lunes 18 diversas organizaciones han
puesto en marcha una campaña que promueve el envío de cartas a las y los
parlamentarios de la Comisión de Comercio Internacional del PE para que voten
una resolución en la que se indique con claridad a la Comisión Europea que no
puede negociar un tratado que afecte al derecho de los Estados a regular sus
servicios públicos y proteger el interés general de su ciudadanía, ni que
suponga una amenaza para la salud, los derechos laborales, medioambientales o
culturales… exactamente lo que hoy en día representa el TISA.
En realidad y dadas las circunstancias que rodean a este
tratado, el PE debería exigir la paralización de las negociaciones por la falta
de legitimidad de un mandato concedido de espaldas a la ciudanía y de unas
negociaciones mantenidas con absoluta falta de transparencia. De no conseguirse
este objetivo mayor, la Eurocámara debe cumplir con su tarea de representar los
intereses de la ciudadanía de la UE e imponer a la Comisión una negociación
fundamentada en líneas rojas como las siguientes: la protección absoluta del
derecho de los Estados a regular en el presente y en el futuro sus servicios
públicos, siendo libres para determinar qué servicios entran en esta definición
y de ampliar este listado en cualquier momento, evitando así toda cláusula de
no reversibilidad; la exclusión de las normas que regulan derechos sociales,
laborales, culturales, relativos a la salud o al medio ambiente del concepto de
“barrera no arancelaria”; el reconocimiento de la primacía de los derechos
fundamentales de las personas, presentes en nuestras constituciones estatales
pero también en los textos internacionales de derechos humanos incluyendo
especialmente los sociales, sobre las libertades económicas de circulación de
bienes y servicios y los derechos del capital a circular sin restricciones.
Un envío masivo de cartas a las y los parlamentarios para
que defiendan a inclusión de estas premisas en el texto de la resolución, que
van en la línea de las enmiendas al texto de la resolución presentadas por Lola
Sánchez y diversos miembros del Grupo de la Izquierda Unitaria Europea, serán
un toque de atención; el seguimiento del sentido del voto de cada una de las y
los parlamentarios será el siguiente paso. Señorías, las ciudadanas estamos
vigilando.
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