jueves, 27 de octubre de 2016

El drama oculto de las preferentes



Por Elise Gazengel
Contexto.es, 26/10/2016.

En otoño de 2011 estalló la crisis de las preferentes. Cientos de miles de españoles habían perdido sus ahorros por culpa de las malas prácticas bancarias y comenzaban la lucha para recuperarlo. Un drama económico que empezó a resolverse en los tribunales años más tarde gracias a la movilización ciudadana.

Muchos casos particulares abrieron los telediarios, ocuparon páginas enteras de los periódicos. Algún suicidio o intento de suicidio, afectados explicando que llevan años con ansiedad, matrimonios que no aguantaron la crisis y muchos que, al ser mayores, se quedaron en el camino... Aunque, de manera general, no se solía hablar de los perjuicios a la salud.

Hoy, cinco años más tarde, esos daños ocultos son el rastro de una crisis que sobrepasa la estricta estafa financiera. Como unas muñecas rusas del drama: una vez abierto el desastre económico encontramos otro sanitario.

En junio de 2015, un grupo de expertos en economía, derecho, medicina y ética crearon la fundación Finsalud para establecer, de manera científica, asociaciones entre “la pérdida súbita de los ahorros y la salud física y mental de las personas”.

La tardanza en estudiar e investigar sobre el daño a la salud que provocó el fraude bancario se explica a menudo por la emergencia económica: eran ahorros de toda una vida, casi siempre de personas humildes que lo habían perdido todo y necesitaban recuperarlo lo antes posible.

El periodista Andreu Missé, director de la revista Alternativas Económicas y autor del libro titulado La gran estafa de las preferentes, lleva años trabajando sobre este tema. Para él tampoco fue una evidencia en un primer momento: “Al principio, no era tan consciente del daño moral y sobre la salud porque esto lo fui descubriendo cuando conocí más casos”, cuenta el periodista que recoge varios en su libro.

Roberto Serrano Lluch, economista, presidente de AdaBankia y patrono de Finsalud, reconoce que él tampoco pensó en el riesgo sanitario cuando ayudó a su padre a luchar por el dinero perdido en preferentes. “En un primer momento, me preocupé para que recuperara su dinero, temía que mi padre perdiera sus ahorros de toda la vida y veía que eso le afectaba, pero no tanto en temas de salud aunque sí veía que se pasaba noches sin dormir o con estrés”. Su padre falleció súbitamente pocas horas después de recuperar su dinero.

Daños difíciles de probar

Según Missé, resulta difícil probar que existe un vínculo inherente entre el fraude y los perjuicios en la salud ya que la mayor parte de los afectados eran personas mayores y muchos ya padecían alguna enfermedad debida a su edad. Aunque, para él, parece obvio que el estrés provocado por la pérdida de toda una vida ahorrando dinero afectara la salud de las víctimas ya sea por el agravamiento de enfermedades o por los sufrimientos psicológicos.

“Recuerdo a esta mujer gallega que había perdido 6.000 euros, todos sus ahorros, y que fue a su oficina cada día durante dos meses con una pancarta en la que había escrito ‘Devuélveme mi dinero’. Al final, la echaron y siguió tres meses más fuera de la oficina. Fueron cinco meses en la que estuvo completamente sola. Es de este desgaste psicológico del que estamos hablando. Es un desgaste increíble”, sentencia Missé.

En su libro, el periodista relata cómo en Mataró la profesora de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona Ingeborg Porcar investigó y dirigió talleres para preferentistas que ya habían cobrado después de varios años de lucha. Según ella, incluso después de recuperar su dinero, los afectados seguían teniendo “una sensación de absoluto descontrol” sobre sus vidas y muchos seguían traumatizados.

Para Missé, el tema de fondo es el engaño sustentado ya que los afectados confiaban plenamente en su banco, pensando que seguían funcionando como cajas de ahorros, destinados a ayudar al pequeño ahorrador. Pero, de momento, son pocos los casos en los que la justicia ha reconocido los daños morales y otorgado indemnización para ellos.

Por esos motivos, los miembros de Finsalud como María Victoria Zunzunegui, profesora de epidemiología especializada en envejecimiento en la Universidad de Montreal, insisten tanto en la importancia de sacar un estudio científico que podría servir de base a una demanda colectiva.

Fue su hermano, Fernando Zunzunegui, abogado especialista en derecho financiero, quien le pidió que se uniera a la fundación al observar que sus clientes afectados por fraudes financieros presentaban mala salud.  

La investigadora de Finsalud explica: “Si nuestras investigaciones demuestran que las personas afectadas han sufrido daños en su salud física o mental como consecuencia del fraude, estas personas podrían reclamar por los daños sufridos”.

La profesora recuerda que, en Canadá, en los casos del tabaco o el amianto que ella conoce de primera mano, “ha habido compensaciones colectivas en los tribunales después de establecer la relación causal y demostrar que las víctimas no disponían de la información necesaria para impedir los daños de estos productos tóxicos”.

Primeros resultados científicos

La hipótesis de la fundación es que estas estafas bancarias han aumentado el riesgo de enfermedades cardiovasculares, depresiones y crisis de ansiedad que pueden llevar al suicidio, así como un deterioro general de la calidad de vida del afectado.

A principios de octubre, la fundación presentó sus resultados preliminares con un análisis de unos 200 afectados que habían o no recibido compensación (el estudio prevé estudiar un total de 800 casos). Según la investigadora, los resultados finales estarán disponibles en la publicación científica que se encuentra actualmente en revisión.

Estas primeras conclusiones del estudio no son optimistas. En su análisis, los expertos indican que, en comparación con la población general, los afectados por fraude bancario tienen peor calidad de vida, peor calidad de sueño, menos horas de sueño, peor salud mental y peor percepción de la salud.

Un cuarto de las personas afectadas tiene diagnóstico psiquiátrico aunque, según el estudio, un 80% presenta criterios de “posibles casos” psiquiátricos. Además, de manera general, la salud mental de los afectados por preferentes es regular o mala en el 85% de los casos frente a un 20% del conjunto de la población. Y casi todos sufren algún dolor, sobre todo en el cuello o la espalda, donde se acumula la tensión.

En búsqueda del reconocimiento del sufrimiento

En este estudio, los afectados que no habían recibido compensación eran los que peor salud parecían tener aunque, según las cifras, los preferentistas que ya han recuperado su dinero no están mucho mejor. Ese sufrimiento posterior persistente, ya recogido en el estudio de la psicóloga de Mataró, está ilustrado en otro caso presentado por Missé en su libro.

En Vilanova de Córdoba, Pedro Vera luchó junto a 300 afectados de su pueblo para recuperar un total de 13 millones de euros. Tras dos años y medio de lucha, lo consiguieron pero, al ser preguntado sobre su estado de ánimo, Vera contestó:

“Me siento un poco frustrado. Al fin y al cabo, hemos logrado que nos den lo que era nuestro, hemos tenido que luchar mucho, con mucho sufrimiento y algunos se han quedado por el camino. Ellos en cambio se han ido de rositas, nadie nos ha pedido ni disculpas ni perdón, eso no es justicia”.

El sufrimiento, añadido al sentimiento de culpa, lleva a algunos a querer olvidar esta época después de cobrar el dinero que pensaban perdido. Serrano explica cómo muchos siguen en trauma, “no les gusta recordarlo”, y eso dificulta el trabajo de investigación de la fundación. Missé coincide con esta versión explicando cómo varios expertos y activistas dejaron de contestarle una vez recuperado el dinero. “Quedan todos agotados de tantos años de lucha y ahora quieren olvidar”, explica el periodista.

Pero si los resultados finales del estudio son concluyentes, Serrano espera que puedan servir para que todos estos perjuicios en la salud sean reconocidos. “Nuestro objetivo es dar argumentos científicos para que la reparación sea lo más total posible”, concluye el economista aunque reconoce que siempre faltará algo que ningún estudio podrá lograr: una disculpa.

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