Por Ernesto Ruiz
Ureta
Nueva Tribuna,
20/10/2016.
Hasta la década de 1990, el negocio bancario era
relativamente sencillo. Se dice que los banqueros funcionaban con la regla del
3-6-3: tomar depósitos al 3 %, conceder créditos al 6 % y quedar en el campo de
golf a las tres de la tarde. Como se ve un trabajo que muchos quisieran,
especialmente en estos tiempos oscuros. Sin embargo, los desequilibrios
existentes en la arena internacional, al que contribuían algunos países
emergentes y Alemania, generaron un gran ahorro que supuso una caída de los
tipos de interés y en consecuencia los banqueros tuvieron que lidiar con
ganancias menguantes y tuvieron que buscar creativamente nuevas herramientas
que mejoraran sus beneficios.
Su desbordante creatividad les llevó a generar nuevos
productos financieros que se creían completamente seguros y que nos llevarían a
un futuro perfecto, pero que tenían compradas
todas las papeletas para que el resultado a nivel social fuera un
completo desastre. Y todo se vino abajo, aunque seguían preguntándose ¿cómo
podía haber ocurrido? Esta creatividad
segura fue uno de los factores más trascendentes que nos trasladó a la crisis
iniciada en el 2007. Realmente el sistema financiero se aprovechó cubriendo los
riesgos que en su caso no pagarían ellos. Lo que se denomina riesgo moral, un
concepto económico que describe aquellas situaciones en las que un individuo
tiene información privada acerca de las consecuencias de sus propias acciones y
sin embargo son otras personas las que soportan las consecuencias de los
riesgos asumidos. Otra definición más concisa es: riesgo de que un seguro haga
que el asegurado incurra en mayores riesgos.
El trabajo de los bancos surtió sus efectos y antes sus
dificultades fueron inundados con dinero público. Pero por mucho que se
inyectaban millones y millones de euros, los créditos seguían sin crecer y es
que nadie se atrevía a invertir en una economía sin futuro. Mejor, sin duda
hubiera sido dar dinero al que lo necesitaba, generar puestos de trabajo que
recortaran sólo la desigualdad, etc. Pero, estas opciones estaban vetadas,
aunque las consecuencias de seguir en las mismas políticas no generaran
esperanzas. Y Así, llegando a nuestros días, vemos que según el Banco de España
los activos improductivos que aún mantienen los bancos de nuestro país representan
213.000 millones de euros y eso que ha descendido este importe en los últimos
años. No obstante, la tasa de morosidad sigue siendo todavía superior al 9 %,
lo que según los propios banqueros supone un porcentaje muy superior a lo que
se necesita para obtener rentabilidad. Como se ve ni los propios bancos
levantan cabeza a pesar de que sólo se miran al ombligo.
Un dato inquietante es la baja rentabilidad del negocio
español, que en el año 2015 fue una media del 4,4 % frente a un coste del
capital que se situó en el 8 %. No obstante, a pesar de la baja rentabilidad, a
pesar de la crisis financiera en la que los bancos fueron los principales
responsables, los ejecutivos bancarios siguen sumando emolumentos
desorbitantes, sin que ninguna ley y ninguna institución les ponga freno. Y sin
duda estos señores deben ser superiores, de otra pasta, si tenemos en cuenta
que el Salario Mínimo Interprofesional de España es de 655,20 €, los recortes
del gasto social en alguna Comunidad superan el 35 % entre los años 2007-2013,
la tasa de paro juvenil sigue todavía en un 46,48 % y los parados, aquellos que
manifiestan que quieren trabajar y no pueden, según la última Encuesta de
Población Activa son 4.574.700 personas. Pero es que además somos casi líderes
mundiales en preparar a los trabajadores para aquello que no se requiere (1).
Se ha denomina Bancos zombis a aquellos que no han quebrado
gracias a la ayuda que recibieron de los gobiernos pero que no cumplen con su
función básica de dar crédito intermediando entre depositantes y emprendedores
que necesitan liquidez para iniciar sus negocios. Parece que para los gobiernos
es mejor mantener este tipo de instituciones que preocuparse por los
ciudadanos. Pero es que últimamente, pretender defender a los pobres y denunciar
las desigualdades y las pérdidas de derechos se considerada una actitud
populista y relativa a la izquierda retrógrada y propia de tiempos pasados que
no deben volver. Parece que un liberal como John Stuart Mill tenía razón cuando
decía que “todas las clases privilegiadas
y poderosas han utilizado su poder en beneficio de su egoísmo.” Pero,
ser egoísta e insolidario no convierte a las personas en superiores. El hombre
es un ser social y en todo caso rebajaría su estatuto de persona.
(1) 30
% de los trabajadores les cuesta encontrar un empleo porque carecen de
formación demandada.
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