Por Claudi Pérez
El País, 02/11/2014.
haber verdadera unión monetaria
sin unión bancaria: el euro y la economía continental difícilmente pueden
funcionar sin un mecanismo que rompa esa perversa interacción entre la
fragilidad de los bancos y la de los Estados. Ese bucle tóxico ha sido
devastador a lo largo y ancho de la crisis que estalló hace ya más de media década
y sigue ahí, latente, a la espera de la próxima sacudida.
La Unión estrena esta semana un
cambio sobresaliente en su arquitectura institucional, dentro de ese estado de
transición permanente que es la construcción europea: el BCE asume los poderes
de supervisión financiera tras los recientes exámenes al sector. Y aun así
cuando se trata del euro siempre hay un pero: difícilmente puede haber una
auténtica unión bancaria sin una unión fiscal y política. Porque cuando el BCE
decida que hay que cerrar bancos es muy posible que haya que sacar la chequera
del contribuyente: la banca es dependiente del Estado, como se demuestra cada
vez que asoma las orejas una crisis, y hay países que ya no tienen músculo
suficiente para pagar esa factura. Sí, es muy sencillo: no hay verdadera unión
monetaria sin unión bancaria; y no hay verdadera unión bancaria sin unión
fiscal.
La unión bancaria es una de los
escasos efectos positivos de la crisis. Porque a pesar de las tácticas de
distracción, el problema de Europa era y es la banca, empachada de deudas,
incapaz de prestar, abrazada al Estado y a la barra libre del BCE, con sectores
financieros cada vez menos europeos, más nacionales. Por eso ese es el cambio
más ambicioso desde la adopción del euro: la transferencia a las autoridades
europeas de la supervisión de los bancos, y el poder de cerrarlos usando dinero
común, en un continente en el que antes no se dejaba quebrar ni a las
lavanderías. Música celestial para el desarrollo de la construcción europea, y
para mejorar el funcionamiento de un sistema financiero disfuncional, capaz de
desestabilizarlo todo por su querencia por arriesgar demasiado. Al menos en
teoría. Porque la realidad es más prosaica; más espinosa. Una unión bancaria
requiere tres pilares: un supervisor común; una autoridad de resolución —de
cierre— de bancos con un cortafuegos potente, que permita bajar la persiana de
una entidad sin provocar grandes líos; y un esquema de garantía de depósitos
común, que certifique que un banco español es tan fiable como uno alemán. Sin
eso, la resistencia de la unión bancaria está en entredicho. Y Europa ha andado
apenas la mitad del camino.
El supervisor asume el martes
plenos poderes para los 130 grandes bancos continentales, y la posibilidad de
poner la lupa en cualquiera de las 6.000 entidades de la eurozona a la más
mínima sospecha. "Es un paso positivo, porque los supervisores nacionales
han sido demasiado suaves en los últimos años, demasiado complacientes con sus
campeones nacionales", apunta Nicolás Veron, del laboratorio de ideas
Bruegel. Pero faltan cosas. "En la parte de resolución, ni el proceso de
toma de decisiones está claro ni el cortafuegos, 55.000 millones que no estarán
al completo hasta dentro de 10 años, tiene suficiente munición: Royal Bank of
Scotland necesitó por sí solo una cantidad parecida. Y el esquema de garantía
de depósitos ni siquiera se ha empezado a debatir", añade Veron.
La semilla del proyecto echó a
andar en 2012, con la crisis
de Bankia asustando a los líderes continentales, y después de que la
banca irlandesa se llevara
por delante al Estado, al Gobierno y prácticamente a toda la isla
verde. Los objetivos del Consejo Europeo de entonces sentaban las bases de una
idea luminosa: "Es imperativo romper el círculo vicioso entre los bancos y
la deuda soberana", y será posible usar el mecanismo de rescate europeo
(el Mede) para "recapitalizar directamente" los bancos en caso de
problemas, incluso para los activos tóxicos heredados, pensando en los males de
España, Irlanda y quizá de Italia.
En los meses posteriores, Berlín
se encargó de peinar convenientemente todo lo que no le gustaba. Y al final
"ni se rompe ese vínculo bancos-soberanos ni hay posibilidad de
recapitalización directa salvo en casos excepcionales. Alemania impidió mayor
ambición con esa actitud casi religiosa de evitar cualquier cosa que suene a
mutualización", critica Paul de Grauwe, de la London School of Economics.
"El proyecto, tal y como
está, es perfectamente válido para combatir crisis normales. Pero en medio de
un estancamiento que va para largo y tiene peligrosas tendencias
deflacionistas, ya no es descartable un accidente serio en Europa, que
provocaría graves heridas en los bancos. En ese caso habría que volver a
improvisar, porque esta unión bancaria se queda coja", apunta Barry
Eichengreen, de Berkeley. "Para que el mercado monetario, bancario y de
capitales europeo funcione correctamente se requieren pasos adelante en la
unión política y fiscal. Y para ello, unas dosis de confianza entre los socios
que a día de hoy no existe. Si quiere mi opinión, a Europa le queda un durísimo
trayecto por delante", añade.
Se trata, en fin, de una unión
bancaria a medias, light, según las fuentes consultadas en Bruselas y
en Fráncfort. La unión fiscal que requiere una unión bancaria de veras aún
queda lejos, sigue siendo la inalcanzable utopía europea de toda la vida. Las
utopías, desde Tomás Moro, han desempeñado siempre el papel de liebres
mecánicas, perseguidas ferozmente pero jamás alcanzadas por los galgos. A cada
crisis, Europa se va acercando a la liebre: al cabo, la UE ha demostrado una
resistencia extraordinaria, y en cada aprieto consigue que se violen tabúes, se
crucen líneas rojas y se reescriban normas, en esa Europa de las reglas
eternamente cambiantes; ningún tratado —muy a pesar de los alemanes— puede
anticipar la creatividad de la historia. Por eso la unión bancaria es un paso
capital para reforzar la construcción europea, según los mandarines del euro y
a juicio de la mayoría de los analistas. Pero también por eso, porque la liebre
siempre se escapa, es una vez más insuficiente: una unión bancaria que se queda
en tierra de nadie, que no es de paja pero tampoco de ladrillo; una unión
bancaria de madera, aún a merced de aquel lobo de la fábula, que soplaba y
soplaba.
En esta interminable crisis
europea, el lobo es el sistema financiero. Y los soplidos se convierten a
menudo en viento huracanado por la inestabilidad congénita asociada a la banca
—según el olvidado Hyman Minsky—, que a pesar de la supuesta magia del mercado
provoca líos a cada poco: las crisis bancarias se suceden con una regularidad
pasmosa que no ha dejado de acelerarse en los últimos 30 años de desregulación
y abuso de la hipótesis de los mercados eficientes y las expectativas
racionales "y demás ideas que han ido demasiado lejos", según el
analista Martin Wolf. Por eso expertos como Martin F. Hellwig, del Instituto
Max Planck, o Ángel Ubide, del Peterson Institute, reclaman una vuelta de
tuerca a la regulación asociada a las novedades de la unión bancaria. Anat
Admati, de Stanford, asegura que Europa no deja de dar pasos en la dirección
adecuada "y aun así su situación es particularmente frágil, por la
simbiosis entre Gobiernos, reguladores y bancos. La unión bancaria supone dar
varios pasos adelante. Pero cuando se mira con atención a los detalles da la
impresión de que el problema sigue intacto. Todo lo que ha hecho Europa desde
el estallido de la crisis es reforzar sus reglas fiscales, dar ayudas a los
países con problemas y poner en marcha el supervisor". "Si los
enormes riesgos que están ahí derivan en una nueva crisis y vemos fenómenos
como reestructuraciones de deuda pública, los bancos se verán de nuevo en medio
de graves tensiones", añade Xavier Vives, del IESE.
Ese es el miedo que atenaza a la
UE. En público, los altos funcionarios europeos hacen esfuerzos por instaurar una
narrativa optimista: España e Irlanda mejoran, la recuperación se ha
desacelerado pero sigue ahí, los exámenes del BCE han devuelto confianza a los
bancos, hay signos positivos aquí y allá. En privado, "los riesgos
económicos, financieros, políticos y sociales ponen los pelos de punta",
resume una fuente de la Comisión. El escenario central del mundillo económico
es un estancamiento secular con tensiones desinflacionistas: sin crecimiento ni
inflación ni reestructuraciones ni posibilidad de devaluar será difícil pagar
las deudas, "y tras siete años de vacas flacas, es normal que cada vez más
gente tenga dudas", apunta un crítico Philip Legrain, exasesor de José
Manuel Barroso en la Comisión.
"Incluso en lo financiero,
la fragmentación persiste. Los tipos de interés de la deuda pública en la
periferia han bajado, pero el crédito lleva 29 meses cayendo y las empresas y
los bancos del Sur pagan intereses más altos. El BCE pudo usar sus exámenes
para agilizar todo el proceso de saneamiento, pero los resultados generan
dudas. Suspenden 25
bancos, y se necesitan solo 10.000 millones de euros de capital,
cuando hay estudios serios que hablan de necesidades de casi medio billón de
euros", dice Legrain.
A pesar de los pesares, el BCE es
la gran estrella de esta crisis. Mario Draghi va forjando su leyenda: sacó a la
eurozona de la peor de sus pesadillas en 2012 con aquel whatever it
takes ("haré todo lo necesario"), se inventó una
fórmula para asustar a los mercados sin usar un solo euro, ha evitado un
accidente en la banca con las sucesivas barras libres de liquidez y, en fin,
"es el tipo que ha dicho de forma más lúcida lo que necesita Europa:
inversión, flexibilidad fiscal donde sea posible, reformas y más política
monetaria", apunta Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión. Ahora,
el Eurobanco tiene más músculo: junto a sus poderes en el control de la
política monetaria, se convierte en un 'zar de la banca'.
El BCE se hace mayor: "No
solo asume más responsabilidad, sino que ha podido ver de cerca cómo están las
entidades y eso le obliga a madurar de golpe: ya no solo debe mirar hacia la
inflación, sino también a la estabilidad financiera. Y no puede haber
estabilidad si el crecimiento no vuelve. Eso implica más medidas
extraordinarias en Fráncfort; siempre que Draghi logre convencer a
Berlín", avisa De Grauwe.
Francesco Papadia, ex alto
funcionario del BCE, asegura que tanto los últimos exámenes como la puesta en
marcha del supervisor son "progresos importantes", pero también
sostiene que queda mucho por hacer: "Lo más urgente es detener la
renacionalización del sistema bancario; la suavidad con la que actuaban los
supervisores nacionales con algunos de los excesos en la banca no podía
tolerarse por más tiempo. El BCE puede presionar ahora para reducir la
concentración de deuda nacional en la cartera de las entidades financieras, por
ejemplo", cierra.
Pronosticar lo que puede suceder
con el euro supone una especie de expedición al horizonte. Pero es evidente que
la economía no respira nada bien, a pesar del optimismo irresponsable de
ciertos sectores. La debilidad de la banca afecta no solo a las economías que
más han sufrido la crisis, sino también a los países que hasta ahora gozan de
mayor estabilidad: los problemas en Italia son evidentes, y la marea sube hacia
Francia, incluso a orillas de Alemania en algunos ámbitos.
Las políticas del BCE han logrado
estabilizar el sistema, pero sin resolver el mar de fondo. La unión bancaria
llega con varias promesas bajo el brazo. A partir de aquí, llega lo más
difícil: para limar las deficiencias del proyecto se requiere solidaridad —otra
de las maneras de decir dinero—, y en ese punto todo es siempre más peliagudo.
En caso de jaleo manejable, el sistema está claro: antes de poner un solo euro
para salvarlos, las entidades deberán vender activos, castigar a los
accionistas y a los poseedores de deuda de baja calidad.
Deberán, en suma, imponer
pérdidas a los acreedores para rebajar la factura de las ayudas. Y en caso de
crisis sistémica ahí siguen los contribuyentes. "Puede sonar poco elegante
en la semana de la puesta de largo del BCE, pero entrado ya el octavo año de la
crisis, todavía hay que encontrar la forma de manejar los inmensos volúmenes de
deuda en Europa", cierra Charles Wyplosz, del Graduate Institute.
Disponible en:
http://economia.elpais.com/economia/2014/10/31/actualidad/1414786101_588175.html
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