Por Javier Yanes
20 Minutos.es, 20/11/2014.
No es que a estas alturas
necesitemos más pruebas del comportamiento deshonesto de los bancos. Pero el
hecho de que un estudio
publicado en la revista Nature lo certifique nos dará, a
partir de ahora, el argumento de que es un hecho científicamente demostrado.
El trabajo es, además, uno de esos brillantes ejemplos de que es posible
producir una investigación relevante, significativa y de gran impacto en la
prensa utilizando como herramienta exclusiva un cerebro bien equipado: ni
siquiera las monedas, el único material del experimento, pertenecían a los
investigadores, sino a los propios participantes en el estudio.
Los investigadores, del
Departamento de Economía de la Universidad de Zúrich (Suiza), reclutaron por
internet a un grupo de 208 empleados de banca, 128 procedentes de una gran
entidad multinacional –lógicamente, sin especificar– y el resto de otros
bancos. A cada uno de los voluntarios se le pidió que tomara una moneda para
jugar a cara o cruz, con las instrucciones de repetir el lanzamiento diez veces
según las siguientes reglas: en cada tirada se le informaba previamente de la
ganancia asociada a cada resultado, 20 dólares si salía cara y 0 si salía cruz,
o al revés. Es decir, que en total el beneficio podía ascender a 200 dólares si
el participante lograba en todos los casos la jugada ganadora. Ahora bien, se
informaba a los voluntarios de que solo podrían cobrar su ganancia si esta
igualaba o superaba la de un sujeto de un estudio piloto seleccionado al azar. Los
participantes debían realizar el experimento en la intimidad de sus casas y
luego informar del resultado.
Los responsables del estudio
añadieron un factor para distinguir entre la conducta personal y profesional de
los voluntarios. Todos debían completar una encuesta antes de comenzar el
experimento, pero para algunos el cuestionario estaba referido a su labor
profesional –por ejemplo, ¿cuál es su función en el banco?–, mientras que el
resto recibía solo preguntas de carácter personal –como ¿cuántas horas ve la
televisión a la semana?–. Por último, a modo de control, se repitió el
experimento con otros dos grupos de voluntarios formados respectivamente por
estudiantes y por empleados de empresas no relacionadas con la banca.
El resultado fue que el grupo de
banca al que se había orientado hacia su labor profesional informó de un 58,2%
de jugadas ganadoras, frente al 51,6% en los que habían contestado a las
preguntas personales. La estimación de mentiras en el grupo del
experimento fue de un 16% (frente a un 3% en los controles), correspondiente a
un 26% de individuos que falsearon sus tiradas. En los grupos de
control, el porcentaje fue similar al de los empleados de banca orientados al
terreno personal.
Los autores concluyen que los
empleados de banca no son intrínsecamente deshonestos, pero que practican
conductas fraudulentas inducidos por la cultura corporativa de su entidad.
“Nuestros resultados sugieren que las normas sociales en el sector de la banca
tienden a ser más indulgentes con el comportamiento deshonesto, contribuyendo
así a la pérdida de reputación del sector”, señala el coautor del estudio Michel Maréchal. Otro de
los autores, Alain Cohn,
propone que los empleados de banca –es de suponer que también los directivos–
prometan ser honrados. “Los bancos podrían fomentar la conducta honesta
cambiando las normas sociales implícitas del sector”, dice Cohn.
“Varios expertos y autoridades de supervisión sugieren, por ejemplo, que los
empleados de banca deberían pronunciar un juramento profesional, similar al
juramento hipocrático de los médicos”.
Como dato adicional curioso, los
investigadores condujeron una encuesta destinada a examinar la reputación de
los empleados de banca entre la población. Para ello preguntaron a los
participantes cuál creían que sería el porcentaje de jugadas ganadoras
declarado por los empleados de banca. A otros encuestados se les hizo la misma
pregunta, pero relativa a otros colectivos, como los presos, los médicos o la
población general. El resultado fue que la percepción de la honestidad de los
bancarios es aún más negativa que la realidad, ya que la encuesta arrojó un 64%
de jugadas declaradas como ganadoras, lo que corresponde a una tasa de fraude
del 27%. Los empleados de banca quedaron peor retratados que los
presos, siendo los médicos percibidos como los más honestos a juicio de los
encuestados.
En un comentario adjunto al
estudio, la investigadora en economía Marie Claire
Villeval escribe que “los incentivos y la cultura de negocio
desarrollada en el sector financiero pueden minar las normas de honestidad de
los empleados ordinarios”. “Estos resultados confirman algunas opiniones
populares sobre las prácticas del sector financiero y tienen implicaciones
directas: es crucial asegurar una cultura de negocio de honestidad en este
sector para restaurar la confianza en él”. Por último, Villeval añade un
interesante corolario: “Se podría utilizar el mismo método para probar si
la honestidad de los políticos se ve afectada negativamente por un
condicionamiento hacia el entorno político cuando los participantes se
enfrentan con oportunidades de ganancia política”.
Quizá algún lector habitual de
este blog se esté preguntando qué ha sido de mi escepticismo respecto a los
estudios basados únicamente en datos estadísticos, como los epidemiológicos o
los conductuales. Para este estudio concreto, como para otros de metodología
similar, sigo pensando que existen multitud de variables ocultas que podrían
provocar una reagrupación de los participantes insospechada por los
investigadores y con resultados muy diferentes. Y continúo sosteniendo que otro
posible estudio dirigido al mismo objetivo, pero diseñado con condiciones
distintas, aunque igualmente sólidas que las presentadas, podría arrojar
resultados también muy distintos. E incluso que el mismo estudio repetido en
verano en lugar de en invierno, o en papel en lugar de por internet, o con
monedas de dólar neozelandés en lugar de francos suizos, podría haber dibujado
un panorama alternativo. Es más; en este, como en otros estudios de su clase,
siempre parece existir una brecha a salvar entre resultados y conclusiones que
para mí, como biólogo, es considerable (y que debe de ser enorme para un físico
y atroz para un matemático). Pero si al menos el estudio provoca el eco
suficiente para que las sugerencias de los autores sean tenidas en cuenta, algo
habremos ganado.
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