Por Iñigo Sáenz de Ugarte
El diario.es, 06/11/2014.
“With kind regards”. Así terminaba la
carta que el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, envió al ministro
irlandés de Hacienda el viernes 19 de noviembre de 2010. Ponerle la pistola en
la sien a un Gobierno de la UE no es incompatible con ciertas formas mínimas de
cortesía. La existencia de la misiva era conocida y su contenido en líneas
generales, también. Ahora The Irish Times ha publicado
el texto, que deja poco margen para la interpretación sobre las
intenciones de Trichet.
La ayuda de emergencia que el
banco central irlandés estaba entregando a los bancos de su país necesitaba el
visto bueno del BCE (muchos de esos fondos procedían de Frankfurt). No se
trataba de simple liquidez para superar una mala coyuntura, sino que era lo
único que separaba a esos bancos de la quiebra. Trichet dejaba claro que el
Gobierno del conservador Fianna Fáil debía cumplir cuatro condiciones para
que continuara esa inyección de dinero.
La primera suponía la petición
formal del rescate: “El Gobierno irlandés deberá enviar una petición de apoyo
financiero al Eurogrupo”. Además, se comprometerá a tomar medidas decisivas de
“consolidación fiscal (es decir, reducción del déficit), reformas estructurales
y reestructuración del sector financiero” de acuerdo con la troika (la Comisión
Europea, el FMI y el BCE). La reforma del sector financiero (es decir, el
rescate de los bancos) se hará con fondos facilitados por la troika, pero
también con los recursos financieros de los que disponga Dublín, incluidas sus
reservas.
Por último, la devolución de los
fondos prestados debe estar garantizada por el Gobierno irlandés. Si los bancos
rescatados no podían devolver el dinero, Dublín asumiría la factura.
El Gobierno no tenía elección.
Esa misma semana el primer ministro, Brian Cowen, se había mantenido firme,
pero la versión oficial era una pura ficción. En el mismo día en que Trichet
fechaba su carta, una delegación de la troika estaba en Dublín, y ya no era una
visita rutinaria. También ese viernes el gobernador del banco central
irlandés, Patrick Honohan, había hecho unas declaraciones a la radio pública
con las que dejaba al Gobierno a la intemperie. ”Las inmensas cantidades
de dinero que el Gobierno ha puesto para ayudar a los bancos no han generado la
confianza necesaria”, dijo Honohan, que dio por hecho que el acuerdo entre
Dublín y las instituciones internacionales era inevitable. Los bancos habían
sobrevivido hasta entonces gracias a los fondos del BCE.
Es muy probable que la carta de
Trichet y las declaraciones de Honohan formaran parte de la misma estrategia:
forzar a Cowen a que se rindiera a
la evidencia a sabiendas de que eso significaba su muerte política
(hubo elecciones en enero, Cowen no se presentó y el Fianna Fáil sufrió una
derrota de proporciones históricas).
Esos eran los días en que
Zapatero decía que “el euro no está en crisis”.
Se hizo lo mismo con Zapatero y
Berlusconi, con resultados distintos pero similares: a Berlusconi lo quitó del
campo el presidente italiano; Zapatero, como Cowen, aprobó unas medidas que lo
enviaron al patíbulo un año después. La crisis irlandesa fue sin duda
un aviso para lo que vino después. Y la carta a Zapatero tuvo una
segunda vida al servir como programa ideológico del Gobierno de
Rajoy.
Un cargo no electo como Trichet
se ocupó de decir a los gobiernos de la periferia europea lo que tenían que
hacer. Ya sabemos que la situación opuesta nunca se produciría porque el BCE no
puede ser forzado por los gobiernos a cambiar de política. En cambio, con los
gobiernos que salen del voto de los ciudadanos no ha habido tantos miramientos.
Y a eso es a lo que llaman el Estado de derecho. Lo demás es el caos y la
anarquía, muerte y destrucción.
No se puede negar los hechos. La
banca irlandesa era insolvente. Lo suyo no era un problema de liquidez, como
sostenían Cowen y su ministro de Hacienda. Resucitar esas entidades moribundas
por sus inversiones especulativas durante la burbuja estaba fuera del alcance
financiero del Gobierno de Dublín.
Un par de semanas antes, el
economista irlandés Morgan Kelly había sido directo y claro sobre el estado
ruinoso de la banca de país. Otra cosa que había hecho es denunciar que la
inminente operación tenía como
prioridad salvar a los acreedores internacionales de esos bancos.
Pero, con todo el dinero que había prestado el BCE, la suerte estaba ya echada.
Mucha gente en posiciones de
poder decía entonces que las salidas alternativas a la crisis de la eurozona de
2010-2012 eran una suma de cuentos de hadas. No había otra alternativa.
Al final, todo depende de la
identidad del que pide los tres deseos. Los bancos franceses y alemanes que
engordaron la loca cartera de créditos de la banca irlandesa sí tenían derecho
a ver cumplidos sus deseos: prestar todo ese dinero a un cliente manirroto, no
asumir las responsabilidades por sus malas decisiones profesionales y esperar a
que los contribuyentes irlandeses corrieran con la factura. Una quita de parte
de esa deuda impagable era una opción que el BCE y la Comisión no iban a
permitir.
Tal y como estaba diseñada la
eurozona y sus juegos internos de poder, los unicornios estaban de su lado.
El jueves, le han preguntado a
Mario Draghi por la carta de Trichet. Su respuesta: “Es un gran error mirar a
los acontecimientos del pasado con los ojos de hoy”.
Forzado por la publicación de la
carta, el BCE ha difundido
también otra carta de Trichet y las dos respuestas del ministro
irlandés de Hacienda. La intención es hacer ver que la banca irlandesa
sobrevivía sólo por la misericordia del BCE y que Dublín ya sabía que eso no
iba a durar eternamente.
Disponible en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario