Por Augusto Klappenbach
Público.es, 28711/2014.
“No es probable que muchos legos
en la materia se opongan al ministro de economía o a sus asesores. Si lo
hicieran se les diría que son cosas que no les incumben. La liturgia debe
celebrarse en una lengua oscura, que solo sea accesible para los iniciados.
Para todos los demás, basta la fe.” Tony Judt, Algo va mal.
Es sabido que el conocimiento y
la información son una importante fuente de poder, ya que en la medida en que
un grupo o corporación reserva el saber para sus miembros, adquiere una
significativa superioridad sobre el pueblo llano. Y para ello la oscuridad del
lenguaje constituye un instrumento privilegiado, utilizado desde siempre por
diversos colectivos. Frecuentemente esta oscuridad no se debe al carácter
complejo del tema sino al deseo de ocultar afirmaciones que todos podrían
entender bajo un velo de supuesta sabiduría que desalienta a quien pretende
penetrar en su significado. Los filósofos, entre otros, somos especialistas en
el manejo de una jerga cuya comprensión está reservada a los iniciados y que no
pocas veces oculta trivialidades o afirmaciones de sentido común. (No pretendo
generalizar, por supuesto: sería imposible explicar la deducción de las
categorías, la física cuántica o la biología molecular en román paladino).
Pero los economistas superan a
los filósofos en el arte de secuestrar el idioma. Si alguien lo duda puede leer
la letra pequeña de cualquier documento bancario presentado a su firma. En
estos casos, la intención es más clara. ¿Hubieran firmado una hipoteca muchos
ciudadanos si hubieran advertido que si no pagan no solo podrían perder su casa
sino que quedarían con una deuda durante toda su vida? ¿Aceptaría un anciano un
depósito preferente si hubiera sabido que no podría sacar su dinero cuando
quisiera y que incluso podría perderlo? Sin embargo, esas consecuencias podían
deducirse del papel que firmaron, si en lugar del lenguaje bancario hubiera
estado escrito en castellano.
Y lo mismo sucede con las causas
de esta crisis que lleva ya siete años. Puede ser útil describir este proceso
omitiendo toda referencia a siglas ininteligibles, términos en inglés, fórmulas
matemáticas, etc., porque limpiando el lenguaje de hojarasca técnica queda
mucho más clara la manipulación en la que han participado financieros y
gobiernos para que nos hagamos cargo nosotros de las tropelías que han cometido
los bancos y fondos de inversión de medio mundo. Propongo este ejemplo,
pidiendo disculpas por abusar del derecho que tenemos los que no somos
economistas a hablar sobre un tema que nos concierne:
A causa sobre todo de la desastrosa
gestión de los créditos inmobiliarios que protagonizaron los bancos e
inversionistas de Europa y Estados Unidos, los bancos y cajas necesitaban
dinero urgentemente. El Banco Central Europeo les prestó ese dinero a un
interés muy bajo (el 1% entonces, hoy un 0,05%) para que se recuperaran.
Inmediatamente esos bancos prestaron ese mismo dinero al Estado a un interés
mucho mayor (4%, 5%, 6%, 7% y más). De esta manera se recuperaron en parte los
bancos privados españoles y así pudieron satisfacer sus deudas especialmente
con la banca y las cajas de ahorro alemanas, porque tal fue el objetivo de esta
generosidad del Banco Central Europeo. Teniendo en cuenta que el dinero del
Banco Central Europeo es de todos los ciudadanos de Europa, el resultado ha
sido que nos hemos prestado dinero a nosotros mismos, regalando el interés de
esos préstamos a los Bancos, muchos de los cuales habían sido causantes de la
crisis. Y de este modo los problemas que tenían los bancos pasaron a los
Estados: las deudas privadas se nacionalizaron y nadie (salvo en Islandia)
pidió responsabilidades a quienes habían puesto en peligro el sistema
financiero. Antes bien, fueron recompensados evitando que se declararan en
quiebra y ahora pueden enorgullecerse de que han pasado con nota el test de
estrés al que los sometió la Unión Europea.
De manera que actualmente la
deuda del Estado es casi igual a toda la riqueza que somos capaces de producir
(el producto interior bruto). Y el déficit público muy alto (la diferencia
entre lo que el Estado ingresa y lo que gasta), como consecuencia precisamente
de los elevados intereses que se deben pagar por el regalo a los bancos. Para
hacer frente a esa deuda que en su origen era privada y ahora convertida en
pública, el Estado impone recortes en otros gastos, preferentemente en los
servicios sociales como sanidad, educación, atención a la discapacidad,
cooperación exterior, etc. Y para asegurar esos recortes se reformó el artículo
135 de la Constitución estableciendo que el pago de la deuda tiene prioridad
sobre otras necesidades del gasto público (la sanidad, la educación y la
discapacidad, por ejemplo).
El resultado de todo esto es que
las decisiones políticas que toman los Estados en materia económica en adelante
están supeditadas a las posibilidades de pagar esa deuda. De modo que gracias a
este proceso se ha eliminado cualquier veleidad de supeditar la economía a la
democracia: la última palabra sobre muchas decisiones políticas la tienen
nuestros acreedores y ya no los parlamentos. Es decir, los mismos que causaron
la crisis. Y esos bancos así favorecidos encuentran mucho más rentable y seguro
utilizar el dinero que les hemos dado para dedicarlo a la especulación y
comprar deuda soberana que destinarlo a créditos que reactiven la economía
productiva.
Preguntas ingenuas (aunque
confieso que malintencionadas): ¿por qué el Banco Central Europeo no prestó ese
dinero directamente a los Estados o a través una Banca Pública (hoy
inexistente), imponiendo, por supuesto, condiciones razonables para su empleo y
devolución? ¿Se suponía que los bancos privados iban a hacer mejor uso de esos
fondos, después de la crisis que provocaron? ¿Tiene sentido que los ciudadanos
tengamos que poner nuestro dinero para pagar deudas que han contraído los
bancos y cajas privadas? ¿Por qué no se aprovecharon las crisis de los Bancos
privados para nacionalizarlos en todo o en parte en lugar de entregarles dinero
público? ¿Por qué sigue sin crearse una banca pública que gestione los créditos
según las necesidades reales de la economía productiva? ¿Se sigue pensando que
el desastre de la gestión pública de muchas cajas de ahorro demuestra que
cualquier otra gestión pública será igualmente desastrosa? ¿Qué pensar entonces
de la gestión privada de Lehman Brothers y similares, que tuvieron
consecuencias mucho más graves que las de las cajas de ahorro?
La simplificación del lenguaje
permite descubrir que detrás de sofisticados tecnicismos se ocultan decisiones
dirigidas hacia el interés de quienes las toman, y no, como se nos pretende
hacer creer, leyes económicas tan inmutables como la ley de gravedad. Porque de
eso se trata: la oscuridad del lenguaje se utiliza para convencernos que solo
un grupo de especialistas es capaz de desentrañar los mecanismos económicos que
regulan nuestra vida social y que cualquier intento de modificarlos es producto
del populismo o la ignorancia. Ocultando que las leyes de la economía tienen
poco en común con las leyes de la naturaleza: mientras estas últimas solo
podemos descubrirlas, las leyes económicas dependen en gran parte de nosotros.
Y lamento si todo lo anterior es
ya sabido y este artículo no agrega nada nuevo. Por eso se dirige a los niños.
Disponible en:
http://blogs.publico.es/dominiopublico/11809/la-crisis-explicada-a-los-ni
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