Por José Moisés Martín
El diario.es, 27/10/2014.
El pasado día 26 de octubre, el Banco Central Europeo y la Autoridad Bancaria Europea han hecho
públicos los resultados
del análisis comprensivo del sistema bancario europeo, formado por
un ejercicio doble: la revisión la calidad de los activos bancarios (AQR) y los
denominados Test de Stress, analizando la solvencia de 150 entidades bancarias
de los países de la Unión y, especialmente, de países de la eurozona. Los
resultados publicados dejan en buen lugar a las 25 entidades bancarias
españolas analizadas, y, salvo en el caso de Italia, muestran un panorama
tranquilizador sobre la salud del sistema financiero europeo.
Son buenas noticias, pero… ¿qué
es un test de stress bancario?
Para comprender su significado,
hay que comenzar por conocer la estructura financiera de una entidad bancaria.
Como el de todas las empresas, los bancos tienen un balance formado por activos,
pasivos y capital. Los activos son los derechos de los bancos, es decir,
aquello que tienen o que pueden reclamar: dinero en las cajas, inversiones y
préstamos a clientes. Los pasivos son aquellas obligaciones por las cuales los
bancos deben responder: dinero que han pedido prestado o los depósitos de los
ahorradores. El negocio bancario es pedir prestado –en los mercados
interbancarios o al Banco Central Europeo- o captar depósitos –de inversores o
de ahorradores- y luego invertirlo ellos mismos dando prestamos a las empresas
o particulares o invirtiendo en acciones y otros títulos. El capital del banco
son aquellos fondos que, no siendo exigibles por los prestamistas o los
depositantes, también sirve para financiar las operaciones del banco. En condiciones
de equilibrio el balance de un banco debe cumplir el criterio:
Activos=pasivo+capital
Para evitar que esto pueda
ocurrir, las entidades bancarias se someten a una regulación internacional que
exige un mínimo de capital propio, suficiente para cubrir eventuales pérdidas
en las operaciones de inversión y préstamo, sin tener que “tocar” los depósitos
de los clientes. De esta manera, si un banco concede un crédito hipotecario y
este crédito es fallido –no se devuelve nunca- las pérdidas serían absorbidas
por el capital del banco, y no por los depósitos de los ahorradores. Estas
normas son dictadas por el Comité Internacional de Supervisión Bancaria, y se
conocen como normas de Basilea. En estos momentos, y tras la crisis financiera
internacional, estamos en pleno proceso de transición hacia la tercera versión
de estas normas ( Basilea III).
Forman parte del capital propio el capital social de la entidad, los beneficios
no distribuidos, las provisiones, las reservas, y otros instrumentos de
inversión denominados “hibridos”, como, por ejemplo, las participaciones subordinadas
o las preferentes (de infausto recuerdo en el caso de las cajas de ahorro). El
capital se divide entre diferentes niveles de calidad, siendo el de más calidad
el denominado “Core Capital” o “Tier 1”.
Se supone por lo tanto que un
banco debe tener capital suficiente para absorber un porcentaje determinados de
pérdidas en sus operaciones de crédito e inversiones –deterioros del activo-
sin dejar de poder responder a sus obligaciones con prestamistas y ahorradores
depositantes (pasivo). Para que ello ocurra, se debe cumplir la condición:
Capital propio >
deterioros probable de activo.
Los tests de stress miden
precisamente esta condición: partiendo de un escenario base en términos
económicos y suponiendo unas condiciones de crecimiento económico, desempleo,
etc., los test de stress someten a simulación qué pasaría con los activos de
los bancos en diferentes condiciones, cuánto se deteriorarían, y qué capacidad
tendría el banco de asumir dichas pérdidas con su capital propio. ¿Qué le
ocurriría al banco si el desempleo se dispara y se producen nuevos impagos
hipotecarios? ¿Cuánto perdería si hay una bajada de acciones en la bolsa? Una
vez determinadas las pérdidas por fallidos (créditos hipotecarios, inversiones,
etc. que están contabilizadas por su valor y que lo pierden), se calcula cómo
quedaría el banco en términos de capital –qué deterioro sufriría el capital
propio del banco- y se valora si cumple con los criterios mínimos para no poner
en peligro los depósitos de los ahorradores:
Activo “simulado” (contando
las pérdidas)=Pasivo real +Capital simulado (tras absorber pérdidas).
Y esto es exactamente lo que ha
hecho la Autoridad Bancaria Europea: someter a condiciones de “stress” los
balances de los bancos, examinar cuál sería el deterioro probable de sus
activos en situaciones económicas adversas, y valorar si cuentan con el capital
propio suficiente para seguir siendo solventes. Este es el tercero de los test
realizadosy su importancia se centra en que es el test previo a la puesta en
marcha de la Unión
Bancaria aprobada en el primer semestre de este año.
En este ejercicio, los límites
establecidos en el peor de los casos –escenario más adverso- sitúan el límite
de capital exigido en el 5,5% del balance. La mayoría de los bancos españoles
lo superan con creces y sólo uno, Liberbank, se acerca a ese límite. No fue así
en las anteriores pruebas, realizadas en 2010
y 2011,
donde cinco entidades financieras españolas suspendieron en necesidades de
capital y la mayoría de las mismas estuvieron mucho más cerca de los límites
exigidos.
La razón fundamental de este
cambio en el examen de solvencia de nuestras entidades financieras es la intervención
pública desarrollada entre 2012 y 2013.
Durante esos años, España, a
través del FROB, inyectó más
de 37 mil millones de euros en el capital de las cajas de ahorro, concentró el
sector, y desagregó los
llamados activos problemáticos para su gestión a través del SAREB, por un valor
de 50 mil millones de euros adicionales, para que nuestro sector
financiero pudiera cumplir estos requisitos de solvencia. Hubiera sido motivo
de profunda reflexión que, tras esta inyección de fondos en nuestro sistema
financiero, no se hubiese mostrado como uno de los más solventes del
continente.
¿Significa esto que fluirá el
crédito más y mejor que antes? No necesariamente. Los problemas de acceso al
crédito por parte de la economía española no tienen, ahora, tanto que ver con
la solvencia de las entidades, como con la situación de familias y empresas.
Tras las recapitalizaciones, los rescates, y los fondos prestados por el Banco
Central Europeo, el mercado financiero español cuenta con solvencia y liquidez
suficiente, pero el crédito se sigue dando con cuentagotas. Hemos solucionado
el problema de solvencia de las entidades financieras, pero no los problemas de
endeudamiento de familias y sector productivo. Desde el año 2011, las tasas
interanuales de variación del crédito a familias y empresas están en negativo y
nuestra deuda total apenas ha descendido. Nos queda todavía un largo camino.
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