Por Ariel Noyola Rodríguez
Rebelión, 17/12/2014.
La autonomía de los bancos centrales, impuesta durante la década de 1990
por el capitalismo neoliberal, vinculó de manera decisiva el apoyo estatal a la
moneda a las exigencias de la acumulación. Sin embargo, la crisis de 2008 marcó
un punto de quiebre en el curso de la economía mundial. A pesar de los
programas de estímulos monetarios y fiscales, Estados Unidos, China, Japón,
Alemania y Francia (las cinco mayores economías del mundo) mantienen hasta la
fecha una inflación por debajo de 2 por ciento que amenaza con convertirse en
deflación (caída de precios).
El aumento de la conflictividad entre capitales
individuales por defender su cuota de ganancia en el mercado mundial ha
contribuido de forma decisiva en los meses recientes a consolidar
progresivamente la deflación como una tendencia de larga duración. Tras la
caída simultánea de la actividad económica entre finales de 2008 y principios
de 2009, los bancos centrales del Grupo de los 7 (G-7) coordinaron sus
esfuerzos para evitar los efectos más corrosivos de la crisis mediante la
reducción de los costos del crédito; sin embargo, ello no ha sido suficiente
para dejar a un lado las consecuencias de la espiral deflacionaria actualmente
en curso (caída de la demanda agregada, declive sostenido de la inversión
empresarial, aumento de la morosidad de la deuda privada, etcétera).
El alza abrupta de la tasas de los fondos federales en Estados Unidos
podría no sólo producir nuevas turbulencias en los mercados financieros
internacionales sino, peor todavía, existe el riesgo de llevar a la economía
mundial a la depresión a través de un proceso renovado de destrucción de
capital (quiebras masivas de empresas y bancos, despidos laborales, etcétera),
que permita finalmente apuntalar la rentabilidad del sistema en su conjunto:
unpaso hacia atrás para tomar más impulso hacia adelante. Por ello, la batalla
entre la tríada de los bancos centrales integrada por el Sistema de la
Reserva Federal (Fed), el Banco Central Europeo y el Banco de Japón se
agudizará en los próximos meses como una consecuencia natural de los
antagonismos de política monetaria entre los dos últimos y la Fed (seguida
también por el Banco de Inglaterra).
Por otro lado, hay que tomar en consideración que los rasgos
particulares de las economías de los bancos centrales en disputa bien podrían
precipitar o postergar el desenlace. La Zona Euro constituía el epicentro de la
deflación a inicios de año. Sin embargo, no fue sino hasta septiembre cuando
Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, puso en marcha una
batería de medidas enfocadas a aumentar el nivel de inflación y evitar un nuevo
escenario depresivo. En primer lugar, llevó a cabo una nueva reducción de la
tasa de interés de referencia e impuso una tasa negativa a los depósitos de los
bancos para favorecer el otorgamiento de crédito. En segundo lugar, creó el
Plan de Financiamiento de Largo Plazo (TLTRO, por su sigla en inglés), créditos
baratos con vencimiento a 4 años. Sin embargo, las medidas resultaron un
fracaso rotundo: el nivel de precios se ubicó en 0.40 por ciento en octubre y
cayó a 0.30 por ciento en noviembre. Además de anunciar el relanzamiento del
Banco Europeo de Inversiones mediante el denominado Plan Juncker, el Banco
Central Europeo se declaró abierto a discutir a principios de 2015 la
implantación de medidas de estímulo “no convencionales” que incluyan la compra
ilimitada de bonos de deuda soberana y corporativa, a pesar de la férrea
oposición del Bundesbank.
Por otra parte, los resultados de las pruebas de estrés a 120 entidades
bancarias revelan no sólo un alto nivel de concentración y centralización del
capital en Europa, sino también una elevada propensión al riesgo y un
incremento sustantivo de la fragilidad de los sistemas financieros nacionales.
De manera inédita, las inversiones orientadas a la adquisición de bonos de alto
riesgo generan cada vez menos ganancias. Atrás quedaron los niveles de bonanza
alcanzados en 2010, derivada del arbitraje entre las tasas de interés de la
deuda de los países centrales (Alemania y Francia), la periferia en situación
crítica (Grecia, Chipre, España, Italia, etcétera) y el bajo rendimiento de los
bonos del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. De manera paradójica, la
búsqueda de una mayor tasa de beneficio de parte de los fondos de cobertura (hedge
funds) terminó por socavar la rentabilidad financiera. Para colmo de males,
la caída del precio del petróleo, manipulada por los bancos de inversión de
Nueva York en contra de Rusia, Irán y Venezuela como efecto de una guerra
económica sin cuartel, representa el último clavo en el féretro de la Zona
Euro, cada vez más sumergida bajo los escombros de la crisis, el estancamiento
crónico y la deflación.
El Continente Asiático, por su parte, sufrió un duro revés luego de
confirmarse que la economía nipona cayó técnicamente en recesión durante el
tercer trimestre del año; el reforzamiento de los estímulos monetarios no bastó
para dejar atrás la tendencia deflacionaria observada desde la década de 1990.
Al contrario, después de la disminución de las tasas de interés de referencia
de los bancos centrales de China y Corea del Sur de cara al enfriamiento de sus
economías, el endurecimiento de la estrategia del primer ministro japonés,
también conocida como Abenomics (incluye los estímulos monetarios, el
aumento del impuesto al valor agregado y las reformas estructurales),
contribuyó a incrementar las tensiones monetarias regionales a través de una
nueva guerra de divisas.
En suma, las divergencias de las medidas ejecutadas entre el polo
conformado por la Fed y el Banco de Inglaterra, por un lado, y el Banco Central
Europeo y el Banco de Japón, por el otro, revelan que en tiempos de guerras y
crisis los criterios de la rentabilidad del capital terminan por imponerse de
manera apabullante frente a los acuerdos entre caballeros de los gobiernos
nacionales.
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