Por Marcel Coderch Collell
El diario.es, 20/01/2015.
Hemos delegado colectivamente en
el sistema bancario privado la función primordial para que nuestra organización
funcione como debe, por el interés general.
Visto el papel desempeñado por
los Estados y sus bancos centrales durante y después de la crisis financiera de
2007-2008, no debería ser difícil poner en cuestión la visión neoliberal del
sector público como ente parasitario del proceso de creación de riqueza, y su
principal corolario: la supremacía de los mercados y las finanzas sobre los
procesos políticos de decisión democrática.
Sin embargo, lejos de asistir al
entierro del paradigma neoliberal, seguimos aplicando recetas basadas en este
mismo paradigma, sin que en el horizonte aparezca una visión alternativa sólida
y capaz de disputarle la hegemonía intelectual al pensamiento económico y
monetario convencional.
EL 'PATRÓN-ORO' A LOS SISTEMAS
FIDUCIARIOS
Nuestra tesis es que la
dificultad para construir un paradigma económico alternativo se debe, en buena
medida, al desconocimiento generalizado de la verdadera naturaleza y
funcionamiento de los sistemas monetarios modernos. Estos sistemas están
basados en instrumentos monetarios fiduciarios (dinero), cuyo valor reside
única y exclusivamente en la confianza del colectivo que los usa como medio de
intercambio, sin más garantía que la esperanza de ser aceptados como pago de
nuestras deudas.
A pesar de haber superado las
estrecheces propias de los antiguos sistemas monetarios, las recetas económicas
convencionales, como por ejemplo las políticas de austeridad y reducción del
déficit público, se basan todavía en mitos y prejuicios que el pensamiento
económico arrastra del período de vigencia del patrón-oro.
Ideas como que “no hay dinero”
para pagar los gastos sociales; que el Estado no debe gastar más de lo que
ingresa y de que si lo hace debe endeudarse como cualquier familia o empresa;
que la deuda pública supone un lastre para las generaciones venideras; que la
deuda y el pago de intereses puede llevar al Estado a la bancarrota, y que,
para evitarlo, debemos equilibrar los presupuestos públicos —ya sea
incrementando los impuestos o reduciendo los gastos sociales— no son más que
rémoras intelectuales de un pasado monetario basado en la escasez del
dinero-oro.
Como reconoce Paul Samuelson (*),
la creencia en la necesidad de equilibrar el presupuesto público no es más que
“una superstición” que ejerce el mismo papel que “los mitos que en las viejas
religiones tenían por objeto atemorizar a la población para que se comportara
según los cánones de una vida civilizada”. Es decir, no es más una superstición
ideológica para limitar el papel que el Estado puede desempeñar en la
consecución del interés general.
¿HAY LÍMITE A LA CREACIÓN DE
DINERO?
En un sistema monetario moderno,
la creación de dinero no está sujeta a restricción intrínseca alguna. Las
únicas restricciones son las que podamos autoimponernos. Mientras que a nivel
individual estamos restringidos por lo que podemos ganar y ahorrar, como
sociedad colectiva dispuesta a trabajar y a cooperar en la consecución del
interés general, podemos disponer de todos los recursos financieros necesarios
para alcanzar nuestros objetivos. En ningún caso dependen de la cantidad de
dinero de que dispongamos, porque un Estado soberano (o una unión monetaria)
tiene una capacidad ilimitada de creación de dinero, mientras seamos capaces de
acompasarla con la generación de riqueza y bienestar reales. Éste es el único
límite que tiene sentido autoimponernos.
¿CÓMO SE CREA HOY EL DINERO?
El dinero que manejamos es de dos
tipos: los billetes y las monedas emitidos por el Banco Central, y los saldos
en cuentas bancarias a la vista. La suma de estos conceptos es la cantidad de
dinero disponible en cada momento en el sistema económico para la realización
de transacciones comerciales (dejemos por ahora las tarjetas de crédito). Es
obvio que una economía en crecimiento precisa de una masa monetaria creciente
y, por tanto, alguien debe realizar la función de crear nuevo dinero.
La cantidad de dinero en efectivo
crece muy lentamente y por debajo del crecimiento del producto interior bruto
(PIB); en la Unión Europea se mantiene en el 5% de la masa monetaria total. Por
tanto, debe ser la suma de saldos bancarios lo que crece, incluso por encima
del PIB.
¿Y cómo crecen los saldos
bancarios? Pues con la concesión de nuevos créditos (incluidas las tarjetas)
por parte del sistema bancario.
Cuando un banco concede un
préstamo, realiza dos apuntes contables: uno en su activo, correspondiente a la
cantidad que se le adeuda, y otro en su pasivo anotando un depósito de igual
importe en la cuenta corriente del prestatario. Estas anotaciones suponen la
creación de nuevo dinero ya que incrementan el balance del sistema bancario. No
es correcto pensar que es el dinero depositado en el banco lo que posibilita
otorgar nuevos créditos, sino todo lo contrario: son los créditos los que
incrementan los depósitos bancarios. Esta visión, todavía considerada
heterodoxa, acaba de ser ratificada por el propio Banco Central de Inglaterra
en uno de sus boletines (**).
¿Y ELLO QUÉ SIGNIFICA?
Significa, en primer lugar, que
hemos delegado en el sistema bancario privado una función primordial para el
buen funcionamiento de nuestra organización económica, además de regalarles los
beneficios del seignorage (diferencia entre el valor del dinero y el
coste de producirlo y distribuirlo) en forma de intereses sobre dinero creado
de la nada. Pero siendo esto importante, no es lo fundamental. El dinero es una
tecnología social que puede ser empleada de forma distinta según en manos de
quién esté su control: para beneficio de quien la controla o para la
consecución de objetivos de interés general. Ni que decir tiene que en la
situación actual nos encontramos en el primer escenario.
En el sistema actual, los bancos
no sólo determinan la cantidad de dinero que están dispuestos a crear, en
función de sus expectativas de beneficio, sino, y mucho más importante,
determinan para qué sí se crea dinero y para qué no hay dinero.
El argumento habitual es que los
bancos son los más indicados para determinar ambas cuestiones, ya que en ello
les va el beneficio. El tremendo error de asignación que supone haber
alimentado durante años una burbuja inmobiliaria para la que no hay compradores
(con la correspondiente burbuja de deuda), debería bastar para dejar a un lado
este argumento; máxime teniendo en cuenta que cuando los bancos se equivocan,
como en esta ocasión, es el Estado el que debe acudir a su rescate para evitar
males mayores. Si el riesgo hemos de asumirlo colectivamente, no se justifica
que los beneficios recaigan sólo en el ámbito privado.
UNA VISIÓN ALTERNATIVA DEL
SISTEMA FINANCIERO
Por todo ello, y sin entrar ahora
en mayores detalles (***), es posible concebir una visión alternativa al
sistema financiero actual que permitiría recuperar aquello que nunca debió ser
delegado: la capacidad colectiva de crear dinero y de emplearlo para la
consecución de objetivos de interés general, en los que sólo están limitados
por nuestra capacidad intelectual y por los límites físicos del planeta en que
vivimos. Esta visión alternativa del dinero es la que debería impregnar las
propuestas económicas de todos los actores políticos que pretendan regenerar el
sistema, ya que va a la raíz de los males que nos aquejan.
(*)Citado en L. Randall Wray, Modern Money
Theory, Palgrave, 2012, p. 200.
(**)http://www.bankofengland.co.uk/publications/Documents/quarterlybulletin/2014/qb14q102.pdf
(***)Véanse propuestas en
www.positivemoney.com
Para una visión muy crítica sobre
el papel que están jugando los bancos centrales, ver la película Princes of
Yen.
Disponible en:
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