Por Juan Torres
Público.es, 08/04/2015.
Es evidente que hay diferencias
entre las dos formaciones políticas que han comenzado a hacerse un sitio
destacado en el mapa político español, Podemos y Ciudadanos.
En materia económica es lógico
que las haya también, y posiblemente de modo amplificado puesto que en ese
terreno la ideología y los intereses sociales que se quieran defender son
determinantes de lo que se dice. No hace falta ser un experto para saber que
entre los economistas ha habido siempre, por esas y por otras razones de tipo
metodológico, diferencias profundas a la hora de reconocer la realidad, de
analizarla y de realizar respuestas para transformarla. No han dejado de darse
desde que se comenzaron a elaborar los primeros análisis científicos en esta
materia y no van a desaparecer ahora.
Tratar de ocultar esas
diferencias o, lo peor, demonizar y anular a quien está al otro lado del
pensamiento económico dominante es una reacción totalitaria, pero
desgraciadamente muy habitual no solo en los medios o en la vida corriente sino
en la propia Academia.
De hecho, creo que la principal
responsabilidad de que ocurra eso recae sobre los economistas académicos de la
corriente dominante. Ellos y ellas son los ciegos, desconocen y no hacen nada
por conocer los enfoques críticos y no solo han acabado con la posibilidad de
que las ideas y el análisis económico alternativo actual sean conocidos en las
aulas, sino incluso la historia del pensamiento económico. Tanto ha sido así
que en muchos países o en universidades tan señeras como Harvard, ha habido
protestas de los estudiantes de Economía por el “autismo” de la disciplina a la
hora de enfrentarse a la realidad y por la parcialidad del profesorado
ortodoxo. A uno de sus popes, nada más y nada menos que N. Gregory Mankiw, se
le sublevaron los estudiantes por esa razón, denunciando “el carácter sesgado”
de sus clases (la noticia y la carta de sus estudiantes pueden leerse aquí).
Lo cierto es que es lamentable
que ocurra eso, porque así se empobrece la ciencia y de esa forma perdemos
todos, pues se cierra el paso a la innovación y se cercena la libertad, que es
lo peor que le puede pasar al pensamiento para que con él se pueda conseguir un
mundo mejor para todos. No deberíamos olvidar nunca que el respeto a los demás
y la libertad efectiva son los prerrequisitos esenciales para que florezca el
conocimiento y la ciencia, que son tan fundamentales para el progreso y la vida
humana.
Eso es algo que se olvida muy a
menudo porque las ideas económicas son de todo menos neutras. Siempre afectan
de un modo desigual a las personas y a los grupos sociales, y es lógico por
ello que cada uno tome posición en su contra o a favor según como crea que le
benefician o perjudican. Es precisamente por ello por lo que decimos que los
problemas económicos no tienen soluciones técnicas sino políticas y que éstas
deben adoptarse democráticamente. De otro modo, cuando la democracia no llega a
la economía, como en nuestro caso, lo que se consigue es que unos grupos
sociales puedan imponer su interés distributivo a los demás.
Es con este último fin que con
tanta frecuencia se niega el debate, se ocultan las diferencias, se trata de
hacer creer que solo hay una alternativa posible, o se persigue y anula a quien
hace propuestas diferentes a las que convienen a los grupos sociales que
detentan el poder.
En esta última estrategia de
ocultación los medios de comunicación resultan esenciales, como también la
Academia, siempre sometida al poder dominante por muchos que sean los
resquicios de libertad que pueda conceder.
Ahora que Ciudadanos está
empezando a mostrar propuestas económicas frente a la situación de crisis en la
que nos encontramos, puede comprobarse fácilmente hasta qué punto se dan esos
males entre nosotros.
Cuando se presentó el documento
que Vicenç Navarro y yo elaboramos para Podemos se produjo enseguida una
reacción furibunda, no exenta de ataques personales contra nosotros dos. Se
empezó diciendo que no éramos nadie (a pesar de que Navarro es el quinto
científico social español más citado en la literatura científica mundial). Un
colega de la Universidad Autónoma de Madrid al que prefiero no citar (es una
anécdota pero significativa) no ha parado de decir de mí desde entonces que
“solo digo tonterías” e incluso pone en duda que sea efectivamente catedrático
de universidad. El intento de poner sobre la mesa propuestas diferentes
de política económica llevó consigo insultos y descalificaciones que todavía no
han desaparecido. Es verdad que al mismo tiempo ha habido también muchas
personas expertas que, a pesar de estar en desacuerdo con todo o parte de lo
que proponemos, han sido extraordinariamente respetuosas, que han hecho
críticas constructivas y contribuido con elegancia y rigor al debate sobre
cuestiones económicas que tanto necesita España. Pero las reacciones en los
medios y de los creadores de opinión ante el documento que presentamos a
Podemos fueron rotundas: el ataque visceral, manipular alguna que otra
propuesta concreta para descalificarla a cualquier precio y, sobre todo, obviar
sus ejes centrales, es decir, la necesidad de democratizar la toma de
decisiones económicas y lograr un pacto amplio y efectivo que frene el
crecimiento vertiginoso de la desigualdad en España.
Cuando nosotros proponíamos centrar
el debate económico en el incremento de la desigualdad se nos calificaba (si es
que alguien se hacía eco de ello) de trasnochados y peligrosos comunistas. Si
lo hacen (y yo me alegro) Rivera y Garicano (aunque desarrollen el asunto de
modo diferente) son sensatos y centrados.
En su día, nosotros propusimos la
moratoria de grandes infraestructuras en AVE, puertos o autopistas, entre
otras, porque habían generado mucha corrupción y escasísima utilidad social.
Cuando eso se mencionaba, era simplemente para tacharnos de irrealistas y de
querer hundir la inversión y la economía. Ahora Ciudadanos propone (y yo me
alegro) disminuir la inversión en AVE y la propuesta se saluda como rigurosa y
positiva.
Nosotros proponíamos que los
autónomos coticen según su ingreso real y se proclamaba a los cuatro vientos
que queríamos arruinarlos subiendo sus impuestos. Ahora lo propone Ciudadanos
(y yo me alegro) y se saluda la medida como conveniente y favorable para la
economía y los autónomos.
Hay diferencias. ¡Claro que las
hay y las seguirá habiendo! Pero también hay coincidencias y, sobre todo, creo
que nadie se puede arrogar para sí mismo la exclusiva capacidad de resolver los
problemas de España. Hay que acabar para siempre con las prácticas totalitarias
que solo buscan destruir a quien piensa de modo diferente y por eso es
fundamental que desterremos el frentismo.
Es imprescindible aprender a
debatir con respeto y con rigor. España necesita poner sobre la mesa análisis
plurales de sus problemas económicos y no imposiciones. No vamos a salir de la
situación en la que estamos con prepotencia, creyendo cada grupo que solo él
tiene en su mano la salvación de los demás.
Hace falta un debate sincero y
plural. No trifulcas ni circos mediáticos. Hay que aprender a pensar juntos y a
escudriñar los entresijos de las distintas propuestas para encontrar los puntos
de encuentro y no solo diferencias. Si queremos vivir y convivir en paz tenemos
que aprender a limar, y no a exagerar, lo que nos separa y a poner en marcha lo
que nos une, por poco que sea, aunque seguro que es más de lo que a primera
vista parece. Y hay que aceptar que nadie puede imponer su interés a los
demás, sino que hay que dar la voz a la gente, también y sobre todo, en
materia de reparto del ingreso y la riqueza.
Tenemos que hablar mucho más de
economía pero sabiendo que no solo hablamos de cuestiones técnicas de las
cuales solo puede opinar la gente preparada para ello. Cuando lo hacemos
hablamos en realidad, y al mismo tiempo, de política, de intereses legítimos en
disputa y en conflicto, pero de un conflicto que no podemos resolver como
venimos haciendo, permitiendo que unos amasen siempre la harina mientras que
son siempre otros los que se comen el pan.
La conformación mucho más plural
que con toda seguridad se va a imponer en el mapa político español es un buen
momento para poner en marcha otro tipo de debates, otro tipo de tratamiento de
las diferencias y de las propuestas plurales. En España no nos podemos permitir
el lujo de prescindir los unos de los otros y mucho menos en materia económica.
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