Por Javier Santacruz
Cano
Contexto.es, 07/12/2016.
Banco Santander vuelve a estar en el foco de la actualidad y
no precisamente por dar buenas noticias. En realidad, se trata de dos
cuestiones bien diferentes que afectan a dos tipos de clientes distintos pero
que en el fondo beben de los mismos procedimientos, cuando menos, discutibles.
Por un lado, los más de dos millones y medio de ahorradores que han suscrito la
Cuenta 1|2|3 se van a encontrar, a partir de febrero de 2017, con un coste
“inesperado” más mientras que, por otro lado, la Justicia ha dado la razón a
varios clientes de banca privada que se querellaron contra el banco por un mal
asesoramiento.
El primero de los casos no nos debe llamar a engaño. Después
de lanzar un producto tremendamente ambicioso desde el punto de vista
financiero como es la Cuenta 1|2|3 no han tardado ni un año y medio en
reconocer que, en términos de negocio, no les compensa y que, por tanto,
necesitan ingresar más dinero en comisiones para que la operación tenga un
efecto netamente positivo en su cuenta de resultados.
Obviamente, estos ingresos mayores en comisiones vienen de
exprimir más al cliente obligándole a activar una de las cláusulas que hasta
ahora era de contratación voluntaria y que se convierte en obligatoria, una
tarjeta de crédito que supondrá otros 36 euros más al año en comisión. Es
decir, el banco realmente no incumple su contrato sino que “activa” cláusulas
ya existentes y abre la puerta a los clientes descontentos a pasarse a otros de
sus productos pero que también soportan cuantiosas cargas en comisiones.
Ante este “hachazo” (que puede ser más o menos gravoso según
la capacidad adquisitiva del cliente), ¿cabe lamentarse ante ello y protestar
una vez más por mala praxis bancaria? Sin duda, no es tiempo de volver a viejas
excusas como “yo no me leí la letra pequeña”, “no me contaron esto” o “confiaba
en el empleado que me hizo la gestión”. La historia financiera de España de los
últimos años está plagada de estos casos. Desde el mismo momento de su salida
al mercado, nuestra postura fue muy clara: pedir cautela a los lectores que
veían las ventajas de la cuenta (que sin duda las tiene) pero no los
inconvenientes y, por supuesto, poner encima de la mesa las dudas tanto
conceptuales como regulatorias que planteaba este producto.
Este es, sin duda, el comienzo de una extensión clara y
directa de la cultura financiera en un país que en su mayor parte no la tiene.
Siempre hay que pensar que la rentabilidad (ese 3% famoso, claramente muy por
encima de cualquier otra remuneración del mercado con tipos de interés cercanos
al 0%) no es algo que vaya solo, sino que forma parte de un binomio
rentabilidad-riesgo cuya percepción y entendimiento sólo se consiguen estando
bien asesorado y conociendo tanto las ventajas como los inconvenientes de la
inversión.
Por ello y por primera vez en los medios de comunicación, se
advirtió claramente de los problemas que a futuro podrían ser generados por
esta Cuenta y de los problemas que al propio banco le causaría por tratarse de
una apuesta demasiado arriesgada que se llevaría por delante más del 15% de su
margen de intermediación. Este es sólo el primer paso y probablemente haya más
en el futuro inmediato hasta incluso materializarse en una rebaja de la
rentabilidad del producto, como ya pasó en UK.
En el otro lado de la escena, aunque sea para clientes con
más patrimonio y supuestamente con un conocimiento financiero más extenso que
el cliente medio, también se repiten los mismos usos y costumbres. Hacer un mal
asesoramiento financiero a sabiendas y con conflicto de interés puede provocar
grandes pérdidas en los clientes como así ha señalado la sentencia de la Sala
Primera del Tribunal Supremo. Da igual que sea por la compra de unas acciones
(como es el caso) o por cualquier otra operación financiera.
Por mucho que la regulación avance hacia exigencias como la
de explicitar si existe conflictos de interés o la de probar si es
independiente o no el asesoramiento financiero, probablemente no será
suficiente para atajar este tipo de malas prácticas bancarias, aunque sí sirva
en parte para poner coto a algunos de estos procedimientos. Con un coste
burocrático que crecerá como la espuma, los agentes financieros se ven
obligados a realizar pruebas de conveniencia, idoneidad y a dar toneladas de
información para intentar asegurarse de que el cliente conoce los riesgos.
Sea de una forma o de otra, se necesita mucha pedagogía y
responsabilidad individual para no repetir hechos como los que hemos descrito.
Y, sin duda, resulta imprescindible leer antes de firmar cualquier producto
financiero. Es necesario tener mucho cuidado con productos que parecen a
primera vista “inofensivos” como es el caso de la Cuenta 1|2|3 para minoristas
o una “simple” cuenta de valores para clientes de banca privada que pueden
contener cláusulas y condiciones que pueden hacer descarrilar nuestras finanzas
y, por ende, la tranquilidad de nuestro patrimonio.
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