Por Amanda Mars
Diario El
País, 12/4/2013.
Lo peor de las burbujas es que
solo lo son en tanto que estallan. Hasta entonces se trata de precios inflados
y algunos indicadores de riesgo que alimentan el debate entre economistas:
sobre si se está fraguando un nuevo —pequeño o gran— desastre o si solo se
trata de algunos desajustes de valor a corregir de forma gradual. El mes
pasado, Ruanda llevó a cabo su primera subasta de deuda internacional: colocó
200.000 dólares en bonos a 10 años con un interés del 6,8%, el nivel que estaba
pagando España tan solo el año pasado. Pero lo más inquietante no es ese bajo
precio exigido a uno de los países más maltratados de África, con las heridas
de un genocidio aún recientes, sino que la demanda que recibió por parte de los
inversores, de más de 3.000 millones de dólares (2.309 millones de euros),
equivalía a prácticamente el 50% del PIB de todo ese país.
Es frustrante: resulta más
sencillo calcular el movimiento de los cuerpos celestes que adivinar lo que
harán con su dinero en el mundo los inversores, la locura de una multitud.
Isaac Newton soltó este lamento cuando se arruinó en una de las primeras
burbujas de la historia, la de la Compañía de los Mares del Sur, en el siglo
XVIII, que se hizo con el monopolio del comercio con América e hizo aflorar
miles de proyectos de negocios que lograban colocar acciones a precios de
locura sin ni siquiera haber empezado a funcionar. Los ahorros cosechados
entonces durante una etapa próspera abonaron el terreno. Hoy, los popes de la
economía mundial debaten si los estímulos económicos de los grandes bancos
centrales están fabricando una burbuja, y el principal sospechoso es el
presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, que ha inyectado más de dos
billones de dólares en la economía.
No es Ruanda un destino de moda
para las inversiones así de repente. El milagro procede de un entorno de tipos
de interés a un nivel casi cero y la oleada de liquidez disponible que ha
despertado el apetito por el riesgo y el ansia de alta rentabilidad hasta el
punto que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha llamado al orden para
advertir de “peligro de burbuja” en algunos activos financieros. Aunque
aseguran que los estímulos de los bancos centrales siguen siendo necesarios,
tanto el FMI como el propio Bernanke han advertido de la necesidad de controlar
los peligros que se ciernen.
El tsnunami de liquidez produce
milagros inquietantes: dispara el encanto de la deuda pública de Ruanda, lleva
a Wall Street a máximos históricos pese a lo incierto de la recuperación
económica y la estabilidad de las cuentas públicas estadounidenses o deja el
coste de financiación de las empresas de alto riesgo en el mínimo del que se
tienen registros.
“Cada vez hay más emisiones de
baja calidad de empresas norteamericanas y proliferan de nuevo los productos
financieros complejos, como antes de la crisis. Es mejor controlar estos
procesos cuando aún son incipientes”, dijo el responsable financiero del FMI,
José Viñals, en una reciente entrevista con este periódico.
Cinco años después de la caída de
Lehman Brothers, hay signos de preocupación. El índice de bonos basura o de
alta rentabilidad de Barclays revela que la deuda de empresas ha tocado su
precio más alto de la historia o, lo que es lo mismo, que la rentabilidad que
los inversores exigen por estos bonos está en su suelo histórico, por debajo
del 5%, en parte también porque los periodos de vencimiento más corto. Nunca
hasta entonces prestar dinero a empresas de alto riesgo había resultado tan
poco rentable (superó el 20% en lo agudo de la crisis), muestra de la potente
demanda.
“Detrás de todo eso está la
búsqueda de rentabilidad, porque la alternativa son unos tipos de interés a
casi cero, y es un riesgo, pero eso no significa necesariamente que vaya a
venir ahora otra crisis financiera”, apunta Sachin Gupta, desde Pimco, la mayor
gestora de renta fija del mundo. “El comportamiento de estos bonos refleja la
política monetaria expansionista, pero no puedes hablar de burbuja a menos que
digas que esta política está siendo incorrecta, esa es la pregunta”, añade.
“Las burbujas sólo se conocen
cuando estallan, lo que está claro es que hay un exceso, pero este se puede
reconducir sin que explote”, explica José Luis Martínez Campuzano, estrategia
de Citi. La Reserva Federal acumula una cartera de dos billones de euros y los
bancos acumulan otros 2,5 billones, eso explica que Estados Unidos pague un
1,85% de interés por la deuda a 10 años, cuando el potencial de crecimiento no
pasa del 2%. Para Campuzano, los intereses deberían acercarse al 4%.
El profesor de Harvard Martin
Feldstein lo eleva más y cree que, con unas expectativas de inflación del 2%,
el interés debería ser del 5%. A su juicio, sí hay una burbuja en los bonos
estadounidenses. “Una burbuja existe cuando los precios de los activos son
insostenibles porque no son consistentes con los fundamentales, y por tanto
caerán en algún momento. Además, es cuando el inevitable cambio de precio no
está compensado por el interés extra que conseguirán por quedarse con el bono”,
señala Feldstein en un informe de Goldman Sachs. Además, advierte de que “una
vez hay una burbuja en los bonos del Tesoro, habrá una burbuja hasta cierto
punto en cada activo que tenga un sustituto potencial. Así que los bonos
corporativos, los bonos basura, capital y tierra de cosechas tiene los precios
inflados ahora o están en un nivel de burbuja”.
Francesco Garzarelli, de Goldman
Sachs, no ve burbuja alguna y asegura que la buena racha de los bonos
americanos se debe a factores fundamentales como las expectativas de
crecimiento y las menores dudas sobre la eurozona, además de las compras de
bonos de la Fed.
La deuda alemana a 10 años, la
más fiable de Europa, está pagando un interés de 1,3%, en sus mínimos, e
incluso tipos negativos en algunas emisiones de más corto plazo. Y el
sobreprecio que paga España respecto a los germanos, la prima de riesgo, se ha
reducido a casi la mitad en un año y no porque el panorama económico haya
mejorado, sino por los planes anunciados por el Banco Central Europeo.
Hay quienes están convencidos de
que se está fabricando una nueva tormenta y el tiempo les consagrará como
apocalípticos o gurús. Daniel Lacalle, un economista español que trabaja en el
hedge fund londinense Ecofin, no pone paños calientes: “Estoy aterrorizado por
el nivel de riesgos de renta fija de baja calidad y bonos soberanos poco
fiables. Estamos reviviendo el año 2003, pero mucho más endeudados”. “No veo
una burbuja incipiente, creo que está ocurriendo ya, distinto es lo que tarde
en estallar, aunque haya un ejército de economistas oficiales negándolo, como
ocurrió antes, con la inmobiliaria u otras”, explica el autor del libro
Nosotros, los mercados.
Para Lacalle, los préstamos
estudiantiles de Estados Unidos protagonizarán la próxima crisis subprime, como
hicieron las hipotecas basura. Hay un billón de dólares en préstamos a
estudiantes, muy comunes en Estados Unidos para que los jóvenes puedan sufragar
unas carreras universitarias mucho más caras que en Europa, que teóricamente se
devuelven cuando los estudiantes logran sus empleos. El pero es que, la crisis,
el paro y la precariedad están entorpeciendo este proceso y la morosidad crece.
Las demoras han pasado del 8,8% al 11,4% en cinco años y la media del pasivo ha
crecido un 30% por persona, según TransUnionFund.
También está creciendo de nuevo
el mercado privado de cédulas hipotecarias en EE UU. Standard & Poor’s
señalaba el mes pasado que el sector no cubierto por las agencias oficiales
(Fannie Mae y Freddie Mac) “está mostrando nuevos signos de vida” y podría
pasar de mover 6.000 millones de dólares hace un año a 20.000 millones este. No
tiene por qué despertar fantasmas del pasado, en opinión de Campuzano: “Es un
mercado muy pequeño”.
Ángel Berges, consejero delegado
de Analistas Financieros Internacionales (AFI), quita hierro al peligro de una
nueva burbuja: “Hay riesgo en los emergentes, pero controlado, porque los BRICS
son acreedores y pueden vender los activos financieros, tiene una válvula de
escape”. En cuanto a productos complejos de deuda, Berges destaca que lo
relevante “es que estén bien valorado y bien calificados, el problema del
pasado es que se ponía la nota de solvencia máxima a productos de alto riesgo.
Pero creo que hemos aprendido esa lección”.
Las burbujas especulativas brindan
supuestamente grandes lecciones para la posteridad, para tomar todas esas
medidas con las que se evitará repetir errores. El Parlamento británico hizo lo
propio y tras los abusos de los Mares del Sur, aprobó la primera Ley de las
Burbujas Especulativas (la buble act), que prohibió a las empresas emitir
acciones. Así se evitaría un desastre igual por siempre jamás. La norma se
revocó en 1825.
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