Por Juan Carlos Escudier
Diario Público.es,
17/12/2013.
A diferencia de la familia
de Alcalá de Guadaíra, tres de cuyos miembros han fallecido esta semana
envenenados con la comida, Miguel Blesa nunca se la ha jugado con lo que se ha
llevado a la boca. Es lo que tiene ser un tipo instruido y ser una persona
“capaz y competente”, tal y como le definía su amigo Aznar, el comisionista. Si
hay que beber, se bebe, pero no un vinazo en tetrabrik sino botellas magnum de
Vega Sicilia Único. Y del mar, el mero, claro, pero mejor unas latas de caviar
Beluga Royal para tomar con cuchara sopera. Estos principios básicos habrían
salvado la vida del infortunado fontanero sevillano, metido últimamente a la
recogida de cartones, un negocio por el que seguramente no declararía a
Hacienda porque los pobres que aún respiran defraudan en cuanto tienen ocasión,
como bien sabe Montoro.
La vida de Enrique Caño habría
sido muy distinta en otras circunstancias. La de Blesa cambió radicalmente por
un hecho tan tonto como hacerse amigo de Aznar, que de joven era un falangista
engominado y acabó convertido en un estadista con bigote por esas extrañas
piruetas del destino. Miguel el inspector de Hacienda sería ahora un
funcionario gris marengo y viviría en un adosado, pero ese mismo albur que hizo
a Aznar presidente primero y empleado de Murdoch después a él le convirtió en
un nuevo rico, un estado que sublima la estupidez humana hasta el paroxismo.
Para ser un nuevo rico del tipo
de Blesa no sirve todo el mundo. Hay que tener cualidades innatas y una
imbecilidad muy arraigada, creerse predestinado, interiorizar que lo que se te
ha regalado es, en realidad, un acto de justicia para con los propios
merecimientos. Con estos individuos que piensan que son capaces de saltar más
allá de su sombra hay que tener mucho cuidado porque lo de menos es que se
forren el riñón con titanio y disparen a osos, leones, búfalos y corzos con
pólvora del rey. A un personaje de éstos le pones al frente de un banco y a la
que te descuidas te quiebra el sistema financiero sin despeinarse.
La culpa, obviamente, no es
enteramente de ellos. Para que la bomba detone han de darse algunas condiciones
como las que se dieron en Cajamadrid, donde un rosario de dirigentes del PSOE,
IU y de los sindicatos mayoritarios dejaron voluntariamente de mirar como Blesa
trinchaba el pavo para lanzarse a recoger las migajas que voluntariamente
dejaba caer de la mesa. Trece años ininterrumpidos de poltrona atestiguan que
la compra de voluntades tiene un precio muy asequible.
Mientras se dilucida si al juez
que se atrevió a meter a Blesa en la cárcel hay que requisarle la toga por su
osadía, los correos electrónicos del banquerito de Aznar que se están filtrando
muestran en detalle de lo que es capaz un nuevo rico cuando tiene la
combinación de la caja fuerte. Por ellos hemos sabido que nuestro hombre
dirigió personalmente la estafa de las preferentes de Cajamadrid o que el PP no
tenía la exclusiva en el reparto de sobresueldos en negro, aunque en esta
ocasión fueran en forma de tarjetas de crédito opacas al fisco.
Reflejado en el espejo, Blesa
siempre se ha visto como todo un aristócrata, un sabio administrador de su
nepotismo, un gentleman que echaba carreras con su Ferrari y que no se perdía
un solo capítulo de Aída para apreciar lo distinto que era de ese personaje,
del que decía que representaba el “contrapunto a mi vida, mi lenguaje y mis
costumbres”.
En este país la familia de un
fontanero se puede morir en su casa comiendo un pescado podrido mientras que un
perfecto idiota puede acabar convertido en un intocable banquero podrido de
dinero. Los nuevo ricos como Blesa viven ajenos a la dieta del contenedor o a
los bancos de alimentos. Ni siquiera se dejan ver por el súper de la esquina.
Cuando quieren comer corzo con patatas van ellos mismos a cazarlo, la única
forma de asegurarse de que la carne está fresca porque hoy en día no se puede
uno fiar de que los distribuidores respeten la cadena del frío.
Al fontanero de Alcalá de
Guadaíra Blesa jamás le habría dado un crédito porque lo de los cartones nunca
fue un buen negocio ni el hambre es un aval. El verdadero negocio siempre ha
estado en prestar a grandes constructores o a grandes delincuentes como Díaz
Ferrán, aunque en materia de desagües y de cloacas todos ellos sean autoridades
en la materia. Eso es lo primero que aprenden los hombres tan capaces,
competentes y exquisitos como Miguel Blesa.
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