Por Xosé Manuel Pereiro
Diario Público.es, 20/12/2013.
“Tengo un hijo trabajando cerca,
en Buenos Aires, y otro muy lejos en Suiza”. La frase, recurrente en Galicia,
ayuda a explicar que las distancias o las cercanías no se miden exclusivamente
en kilómetros, y también que, en general, la adjudicación de Novagalicia Banco
a Banesco, un banco venezolano, haya sido en general bien recibida entre los
gallegos. Habría que echar mano de Chesterton, pero ahora no se me ocurre nada,
para ilustrar por qué lo de las cajas gallegas ha acabado como ha acabado no
por causa de la política, sino por la ausencia de ella. El no entender todo
esto, como parece que no se entiende, es una muestra más del famoso síndrome de
la escalera, un problema de confusión del observador, no del observado.
De entrada, y de salida, está
claro que vender por 1.000 millones, la mitad a plazos, lo que costó sanear
9.000 es un como poco un negocio ruinoso para todos, y estaría por ver si algo
más, que posiblemente figure o debería figurar en el código penal. Pero, España
y la economía de mercado son así, señora. Haber elegido muerte. Buscando algún
tipo de consuelo, al menos la parte alícuota de Galicia son poco más de 400
millones, la quinta parte de lo que los contribuyentes gallegos tuvimos que
aportar al saneamiento de Bankia. Por qué, a diferencia del no-cortijo de
Blesa, Novagalicia no fue considerada una entidad sistémica es algo que el
Gobierno no se molestó en explicar, a pesar de que allí están depositados (en
NGB, no en el Gobierno) nada menos que el 40 % de los ahorros de los gallegos,
y tradicionalmente los de los emigrantes.
Pero si estamos celebrando este
entierro después de habernos gastado una millonada en médicos, no ha se debido,
como rige la plantilla argumental habitual, a la injerencia de la política en
la gestión de las cajas. José Luis Méndez, el director general factótum de
Caixa Galicia, y Julio Fernández Gayoso, el todopoderoso presidente de
Caixanova crearon y manejaron las entidades como si fuesen privadas, sin
ninguna cortapisa y por lo tanto fueron responsables tanto de su esplendor como
de su caída. Si había una influencia entre política y finanzas era en sentido
contrario al que se suele criticar. Por ejemplo, el Bloque Nacionalista Galego,
que llegó a ser la segunda fuerza política, gobernando o cogobernando en varias
ciudades no tenía representación alguna en el consejo de la caja del norte, y
únicamente un consejero en la del sur. Y los representantes sindicales hacían
el papel habitual de representantes sindicales, sin que nadie necesitase pactar
nada con ellos. La injerencia se produjo, en época de Manuel Fraga, para juntar
las cajas de Ourense, Pontevedra y Vigo y crear Caixanova, y ya con Alberto
Núñez Feijóo, para fusionarlas y naufragar juntas, en lugar de que Caixa
Galicia recibiese el abrazo del oso de Caja Madrid. Es decir, en el momento del
hundimiento, la política influyó en elegir a que bote salvavidas agujereado
subirse.
Obviamente, el gallego más
contento estas horas, se haya partido el pecho o no luchando por el resultado,
es Feijóo. No tanto por “haber conservado su banquito”, como aseguran en esos
ámbitos donde matarían antes de permitir la deslocalización la dirección
general de un ministerio a Cuenca. Sino por haber asegurado su sillón y su
despacho en el Pazo de Raxoi. Pese a haberle colocado en su día preferentes a
miles de personas, niños, discapacitados y señores que firmaban con el dedo, la
nueva NGB mantenía la clientela con fidelidad perruna, por encima del 40% de la
cuota de mercado, o sea que al concepto de “galleguidad” del banco sería
conveniente irle apeando las comillas peyorativas. Sobre todo después de la
desaparición del Banco Pastor, ahora en fase de resurrección.
Pese a lo bien que da como
tertuliano cuando lo entrevistan en Madrid, el balance real de Alberto Núñez
Gestión se estaba llenando de ruinas del antiguo esplendor (Pescanova, el
naval, del campo ya ni hablamos…). Y si sus primeras elecciones las ganó por
sorpresa, las segundas las ganó no por esa mayoría social de la que alardea el
PP, sino por 7.000 escasos votos, después de perder más de 100.000, y gracias a
la caída en barrena del PSdeG-PSOE y a la implosión del nacionalismo en dos
partidos y medio. Ni siquiera la reducción unilateral de escaños que ha puesto
en marcha (de 75 a 61) le aseguraría quizás la reelección si dejase diluir NGB
en otra marca. O sea que lo que es derrota del ahorro gallego, derrota dulce en
el mejor de los casos o saqueo en el peor, se convertirá -se está convirtiendo
oficialmente- en una victoria épica.
Dejando la economía por terrenos
más reconfortantes, déjenme que les cuente algo. A comienzos de los 90, el
actual presidente de Banesco, Juan Carlos Escotet, empezó a despuntar en el
sector financiero venezolano formando pareja con otro joven ejecutivo, José
Luis Lagoa, originario de una aldea de Monforte de Lemos (Lugo). Ambos llegaron
incluso compartir la dirección de una entidad denominada Financiera Banesco
S.A. Hace poco, a Lagoa lo operaron en el Mount Sinaí Hospital de Nueva York.
El cirujano se llamaba José María Castellano, igual que el hasta ahora
presidente de NGB, porque es su hijo. Ya Gonzalo Torrente Ballester decía que
Madrid quedaba detrás de unas montañas y Nueva York estaba ahí, enfrente.
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