Por Luis García Montero
Público.es, 03/07/2014.
La conferencia Episcopal quiere
iluminar a la sociedad española con la publicación de Testigos del Señor. Se
trata de un catecismo sobre los asuntos sexuales ideado para personas de entre
11 y 14 años. Nadie puede negarle a la Iglesia su valentía. Su campaña en
contra del sexo sería mucho más fácil si se dirigiese a gente mayor de 50 años,
hombres y mujeres obligados a pactar con los misterios de la vida y con unos
cuerpos cada vez más dóciles, menos imaginativos, necesitados de menos
decibelios. La vejez se parece a una alcaldesa represiva.
Empeñarse en negarle el sexo a un
adolescente es una tarea ardua. No hay reforma laboral que pueda equipararse a
la reforma corporal que intentan las sotanas. Las amenazas contra un obrero
protestón causan efectos inmediatos. Quien levanta la voz se convierte hoy en
un suicida. Pero el infierno y la condenación eterna son poca frontera cuando
uno tiene 14 años, cuando uno siente de forma volcánica la llamada de la carne.
El problema se agrava porque la
Conferencia Episcopal se contradice a sí misma y deja a Dios en muy mal lugar.
Afirma que la identidad sexual es un don de Dios. Tendré, pues, que reclamarle
a Dios por todos los vicios, desarreglos y maldades sexuales que me han
alterado desde niño. La iglesia está tonta. Para lanzar sus críticas contra la
homosexualidad se mete en camisas de 11 varas sobre la identidad y mantiene que
es un don de Dios. Bueno, pues si Dios nos da un don y nos hace desde niños
como somos, de forma natural y de acuerdo a los instintos personales de cada
uno, quiénes son los obispos para llevarle la contraria a Dios. A la Iglesia se
le da mejor prohibir por prohibir que dar explicaciones.
La sexualidad y el amor no son un
producto de consumo que se elige en un supermercado según el capricho de cada
cliente. Bueno, o por lo menos no debería serlo. Si la Iglesia quisiera
ennoblecer la sexualidad y el amor, podría hablar del respeto que se merecen
las personas y sus cuerpos, de la singularidad de cada uno de nosotros y
nosotras. Un cuerpo no es asunto de usar y tirar, algo sobre lo que merece la
pena mantener una conversación.
Pero la Iglesia se olvida del
respeto, se obsesiona con el pecado y nos convierte en consumidores del sexo.
Menos más que la energía religiosa, por incordio que sea, está muy disminuida
en Occidente. Hace siglos que aprendimos a distinguir entre el pecado y el
delito. Allí donde lo religioso impera a su gusto puedes ser encarcelado,
torturado y ejecutado por tu condición sexual. Aquí las cosas no llegan a
tanto, aunque el dolor y el malestar que causan los instintos represivos de la
Iglesia llenan de sombras innecesarias muchos rincones silenciosos, sin fiesta,
de la sociedad.
Es una impertinencia y un acto
contra el civismo que la Conferencia Episcopal elija el inicio de las
celebraciones del Orgullo Gay para publicar un panfleto contra los
homosexuales. Es una impertinencia que el poder, en su afán totalitario, no se
limite sólo a controlar las plazas y los sueños públicos y pretenda también
entrar en la intimidad, en las alcobas y en el amor de las personas. Es una
impertinencia que una institución religiosa o un ministro quieran decidir sobre
la idoneidad de un embarazo o sobre la identidad sexual de los ciudadanos.
Y es una locura condenar al
infierno por masturbarse a un niño de 14 años. La Iglesia lo tendría mucho más
fácil si se dirigiese a la cúpula del dinero español. No me resisto a meter
aquí a los banqueros. Los presidentes del Banco de Santander, el BBVA y La Caixa
tienen más de setenta años. Deben ser ya muy receptivos a los buenos propósitos
sexuales de los obispos. Se interesan en otras cosas. Cobran, por ejemplo, 370
veces más que muchos de sus empleados.
Si la Iglesia tuviese voluntad de
ayudar a la comunidad, en vez de un catecismo protagonizado por el sexo y
dirigido a adolescentes, debería publicar un catecismo para banqueros y
miembros del partido del Gobierno. El no robarás y el no mentirás tendrían así
más protagonismo que la masturbación o la falta de respeto a la homosexualidad.
Hace años convenía acabar
cualquier discurso con una insolencia contra el obispo. Hoy conviene no
olvidarse nunca de los banqueros. La derecha descarnada que ha empobrecido la
vida de este país recibe órdenes de los banqueros y los grandes empresarios.
Ellos son d verdad los enemigos. Está bien que nos escandalicemos con las cosas
de la Conferencia Episcopal. Pero no dejemos que los malvados nos distraigan
con la muleta del anticlericalismo. España no tiene un problema con los
adolescentes pajilleros, sino con los setentones avaros. Son ellos los que
gobiernan el dolor en el reino de los miedos.
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