Por David Torres
Público.es, 23/0772014.
Si a casi todos nos gustan las
películas de atracos, si el cine ha hecho del ladrón de bancos una figura
mítica imprescindible es porque siempre intentamos corregir los desajustes de
la realidad mediante el truco de la ficción. O dicho de otra manera, porque
entre dos formas establecidas de robar, los ciudadanos de a pie elegimos la
pequeña, la romántica, la que hace menos daño. Desde el 2008 hemos asistido
impotentes a un robo a escala planetaria en que la banca nos ha metido la mano
en el bolsillo, nos ha arrebatado los ahorros y el futuro, y luego nos ha
echado la monserga de que la culpa es toda nuestra, por vivir por encima de
nuestras posibilidades, como si hubiéramos comprado cada uno dos áticos. Para
remate de este latrocinio mundial, en Europa los tipos que manejan los billetes
no sólo deciden a su antojo sobre la política y la economía de cada país, sino
que han dado dos incruentos golpes de Estado, uno en Grecia y otro en Italia,
quitando a los líderes electos y colocando títeres de la banca en su lugar,
mientras el público nos seguimos chupando el dedo. Como en el cine,
comiendo palomitas.
Aquí, como siempre, el fenómeno
se ha vivido de un modo peculiar, muy español, que por algo Spain is
different. Más que una estafa kilométrica, un robo limpio o un butrón
búrsatil de alta tecnología, lo que ha habido es un palo a la española, un
atraco a las tres, un dame algo que luego te lo devuelvo, un timo de la
estampita de esos en los que Tony Leblanc bizqueaba y babeaba debajo de una
boina mientras le endosaba a un pobre paleto recién desembarcado en la estación
de Atocha un maletín de recortes de periódico. Entre Solbes, Rato, Montoro,
Guindos y unos cuantos altos ejecutivos de la banca, todos también debajo de la
misma boina, se lo han llevado crudo, del verbo crujir: más de 60.000 millones
de euros públicos, o sea, suyos y míos, de los cuales todavía no hemos
recuperado ni un 4%. Ni lo vamos a recuperar. La verdad es que, con esos
intereses, nos habría salido más barato recurrir a la familia Tataglia.
No sé si recuerdan aquella
promesa que hizo Mariano allá por junio de 2012, hace ya más de dos años,
cuando dijo que el rescate pedido a Europa era un crédito a la banca y que lo
iba a pagar la banca. Probablemente no la recuerden, porque las promesas
marianas llevan debajo una letra pequeña que no la entiende ni el propio
Mariano, pero que viene a decir que se autodestruirá a los cinco segundos y que
mejor no usarla ni para recoger una caquita de perro, porque se va a romper de
frágil que es y se le queda a uno la mano llena de promesas. Ahora se comprende
cómo es que no había dinero para las pensiones, ni para los hospitales, ni para
los colegios, ni para ayudas sociales: había que empedrar de oro los suelos de
los bancos en cuyos consejos de dirección iban a sentarse luego los cerebros
del robo. Sólo con la venta del Catalunya Banc, en una subasta de buitres
rapiñada por el BBVA, el Estado español da por perdidos más de once mil
millones de euros. El Estado español, o sea, usted y yo, mayormente. En
medio de la peor crisis de las últimas décadas, mientras se siguen destruyendo
docenas de miles de puestos de trabajo y la economía cae en picado, el
Santander, el BBVA, el Popular y el Sabadell publican unos beneficios que
cuadruplican los de 2013. Y a cambio, igual que con Tony Leblanc, recortes de
periódico. Adiós, panolis.
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